VALÈNCIA. Cuando hace unos meses el director de opinión de este medio, a quien conozco hace años, me pidió una columna quincenal, le dije que lo hacía con una condición. Quería escribir no sólo como diputada para hablar de política. Quería un espacio para expresarme con toda libertad desde mi faceta de profesora, madre, ciudadana, en definitiva, persona,...para compartir cosas que siento o me preocupan. Guillermo aceptó y aquí estoy. Con una tribuna a la que puse el título de “en conciencia”.
Me gustaría empezar este año compartiendo con ustedes un episodio que he vivido hace dos días y que me ha impactado mucho.
Ninguno somos ajenos a la convulsión que la pandemia ha supuesto en nuestras vidas. Quien no haya sufrido personalmente el efecto sanitario, económico, laboral o social de este bicho, seguramente tenga un amigo o familiar golpeado por un Erte/ERE, que ha pasado el virus o, incluso que, desgraciadamente, ha perdido a un ser querido. Más allá de los efectos desgarradores, esta enfermedad ha cambiado nuestras vidas en las dimensiones más rutinarias (sorprende ahora ver gente sin mascarilla hasta en las películas) y nos ha robado algo preciado para los españoles: nuestra interacción social.
La covid-19 ha transformado el mundo y hemos de aceptar que probablemente nuestra vida ya nunca será igual.
Pero si hay un colectivo golpeado por la pandemia ese es el sanitario. Con una valentía y una generosidad encomiables, estos profesionales respondieron en la primera ola arriesgando sus propias vidas. ¿Recuerdan cuando la tele retransmitía (como si de una fiesta se tratara) los aplausos que recibían en agradecimiento?.
Entonces ya, muchos de ellos, dijeron que no querían ovaciones al ritmo del “Resistiré”. Pidieron canjear las palmas por planificación, prudencia y responsabilidad, para no tener que volver a pasarlo tan mal.
Con el final de la primavera llegó la “nueva normalidad”: en ella pasamos el verano, el otoño...y ahora la Navidad. Necesitábamos un rayo de luz y mirar al futuro con esperanza. Probablemente por eso se nos hizo creer que “habíamos vencido al virus” y que la cosa no estaba tan mal. Volvimos a las playas, a los bares, a reunirnos...incluso a viajar. Era a lo que los medios y la política invitaban.
El Congreso recuperó las peleas de parlamentarios, las televisiones se llenaron de noticias variopintas, de conductores de programas sin mascarillas ni distancias de seguridad y creímos en el espejismo de que todo podría volver a ser como antes. De las pantallas desaparecieron tanatorios, ambulancias, camillas en urgencias y respiradores...pese a que jamás se dejaron de utilizar.
De aquellos polvos estos lodos. La tercera ola ha estallado ya. Mientras se animaba la “campaña de Navidad”, en esta última semana muchos hospitales de la Comunidad Valenciana han visto y avisado del alud que se les viene encima.
Hace dos días, con el mazazo de los datos en mano, sin embargo, y a mi juicio equivocadamente, el President quiso volver a lanzar un mensaje de tranquilidad: estamos "preparados en suministros", hay "material para 4 o 5 meses" y "preocupa la presión hospitalaria, pero la situación no es de saturación".
Sí lo es. Lo es cuantitativamente (unidades de cuidados intensivos a más del doble de su capacidad), pero lo es sobre todo cualitativamente. Muchos sanitarios ya no pueden más.
La semana pasada un intensivista volvió de una guardia.
Había sido terrible. Llevan con la Unidad a reventar desde hace semanas y habían reubicado a varios pacientes en otras áreas para poder hacer hueco a nuevos afectados por covid.
Una llamada urgente para subir a planta: un paciente que empeora muy rápidamente, como pasa a menudo, y hay que correr a atenderle. Lamentablemente, no lo pudo superar.
Cuando después de todas las maniobras, con médicos, enfermeras y auxiliares, tuvieron que reconocer que había muerto, según se apartaba de su cama, el intensivista notó que su pie chocaba con algo. Era una zapatilla del paciente. Y, de repente, le vino el flash de que detrás de aquel abuelito, que no había podido luchar más, había toda una historia, una familia y una tragedia.
El médico que lo atendió es mi marido. Todavía se emociona cuando lo recuerda. Y cada día se angustia, como todos sus compañeros, pensando cómo van a poder evitar pérdidas como esta si no se actúa pronto.
Olvídense de los mensajes correctos de quienes estamos en la política y de las imágenes triunfalistas y sean prudentes. Muy prudentes. Porque esto no da para más.