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tribuna libre

Las lecciones de Genovés

16/05/2020 - 

VALÈNCIA. “El arte, sobre todo, sirve para pensar. Eso es lo fundamental: pensar. Si no cumple este propósito, casi sobra […] La gente mira un poco un cuadro y dice: “Es maravilloso”. Pero, ¿a qué llama “maravilloso” esa persona si no ha visto nada? Es como si fueras a un concierto o al cine y, cuando empezara, dijeras que es “maravilloso” y te marchases. Un cuadro necesita su tiempo: tienes que ponerte delante y empezar a ver de qué manera te hace pensar. A veces no te interesa nada. Pero otras veces es posible estar delante de un cuadro dos horas, porque te engancha, te atrapa. Eso es lo maravilloso del arte. Hacerte pensar en cosas a las que, de otra manera, no habrías llegado nunca”. 

Estas palabras las firma Juan Genovés, quien hace apenas cinco meses las pronunciaba durante una entrevista con Culturplaza. Su discurso, en pleno 2020, se presentaba casi antisistema. Sí, sí, antisistema. En un mundo en el que el consumo rápido ha dejado de ser cosa exclusiva de hamburgueserías, el artista continuaba reivindicando lo que algún iluminado bautizaría hoy como ‘slow living’ o ‘slow algo’ pero que en realidad viene a ser dedicar el tiempo necesario a cada cosa, una pausa que se cotiza al alza. Especialmente frente a una obra de arte que, defendía durante la charla con nuestra compañera Silvia Llorente, no es un “adorno”, a pesar de que gran parte de la sociedad o clase política así la llegue a tratar. La cultura nos sirve para reflexionar, para entender mejor el mundo en el que vivimos e interpretarlo. Lanza tantas preguntas como respuestas. Y él quería estar en ambos bandos, mostrando respecto y dando siempre la importancia que merece a un espectador que “es el que construye el cuadro”, defendió en numerosas ocasiones.

En estas semanas de encierro en las que se ha debatido sobre si la cultura es o no un bien esencial, conviene aclarar una cosa: lo es. Lo diga o no el político de turno. Esté o no en una declaración firmada por no sé qué dirigente. Oye, que si lo está, mejor que mejor. Pero la torpeza de los segundos no invalida una verdad que a veces es difícil explicar con palabras pero que se presenta nítida ante quien la conoce, sobre todo si se le dedica tiempo y mimo. El escalofrío delante de un cuadro, que te rompa en pedazos una película o te sacuda un libro. Y ese poder Genovés lo tenía claro y así lo intentaba comunicar a cuantos más, mejor. 

A pesar de que no le gustaba abusar de mirar por el retrovisor -su capacidad de generar obra hasta el último momento lo corrobora-, sí tenía bien presente un compromiso que no tenía tanto que ver con anclarse en el pasado sino con conectarlo con el futuro. "Es como un deber que tengo de contar lo que hicimos en aquella época, en la que casi llegamos a tocar el cielo con las manos de felicidad, lo hicimos tan bien que quiero que sirva como ejemplo para los alumnos que empiezan, con tesón y con esfuerzo y con unión se consigue todo y eso es un poco la lección que puedo dar. El alma de la gente joven es tremenda”, relataba el pasado mes de diciembre, en declaraciones recogidas por Europa Press, antes de ser distinguido con la medalla de Sant Carles de la Facultad de Bellas Artes de la Universitat Politècnica de València (UPV).

Compromiso con sus distintos tiempos y, también, con su espacio. Recordaban ayer desde su galería, Marlborough, cómo rechazó irse a vivir a Nueva York para continuar una “lucha” como artista que lo mantenía aquí. “Este país y nuestra sociedad no hubiera sido los mismos sin personas como tú. Reivindicativo, luchador, valiente, comprometido, persona ante todo”, explicaban ayer mismo en un emotivo comunicado desde la galería, a la que ha sido fiel durante medio siglo. “Yo no podía traicionar a mis compañeros”, recordaba por su parte Genovés en el documental Imprescindibles, de RTVE. El pintor de las multitudes era, al mismo tiempo, actor y espectador de aquellos grupos entre los que se perdía o que miraba desde las alturas, vista de pájaro que disfrutaba cuando regresaba a València desde un balcón en el Perelló o en las gradas de su querido Mestalla.

De entre esas multitudes en las que uno se puede tanto encontrar como perder destaca un Genovés al que hoy despedimos. Valenciano universal y maestro del Abrazo, esos que ahora echamos de menos y que dan forma a su obra más icónica, pieza que forma parte del imaginario popular de no pocas generaciones, adquiriendo un nuevo significado para cada una de ellas y recordándonos lo verdaderamente importante. “Este cuadro me pertenece, pero no del todo. Este cuadro pertenece a todos los demócratas que han creído en él y han luchado por él”, decía el propio autor. De nuevo, la mano tendida al espectador. Sobre esta pieza, icono de la Transición, se ha escrito mucho y seguramente ya conozcan su historia, así que solo me detendré en un detalle que, quizá por eso de que avanzamos hacia una llamada ‘nueva’ normalidad, me resulta relevante. El de esa mujer que, en uno de los laterales del cuadro, se separa un poco de la multitud para enfrentarse con los brazos abiertos al vacío, un abrazo al futuro que hoy nos sigue inspirando. 

Buen viaje, Juan.

Firmado: un espectador.

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