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La serie de la Guerra Civil en Cimoc en su 50 aniversario, cuando para el gobierno era "no conmemorable"

El 18 de julio de 1986, 50 años después del golpe de estado de Franco, el Gobierno emitió una escueta nota en la que anunciaba que la Guerra Civil no merecía ser conmemorada. Oficialmente, se miraba para otro lado. Muchos socialistas, incluido el presidente, luego se arrepintieron de esta medida. Del recuerdo de la guerra se ocupó la sociedad civil. Hubo una larga serie documental en TVE, fascículos coleccionables, pero quizá la obra más original fue la que emprendió CIMOC con guiones de Víctor Mora, creador de El Capitán Trueno y El Jabato.

26/07/2021 - 

VALÈNCIA. "Una guerra civil no es un acontecimiento conmemorable, por más que para quienes la vivieron y sufrieron constituyera un episodio determinante en su propia trayectoria biográfica". Así comenzaba un comunicado del gobierno el 18 de julio de 1986, cuando se cumplían 50 años del inicio de la guerra. Seguía: "no tiene ya -ni debe tenerla- presencia viva en la realidad de un país cuya conciencia moral última se basa en los principios de la libertad y de la tolerancia". Aunque concluía que al Gobierno le gustaría "honrar y enaltecer la memoria de todos los que, en todo tiempo, contribuyeron con su esfuerzo, y muchos de ellos con su vida, a la defensa de la libertad, y de la democracia en España", pero siempre "con respeto a quienes, desde posiciones distintas a las de la España democrática, lucharon por una sociedad diferente, a la que también muchos sacrificaron su propia existencia". Algo que no ocurrió, no se hizo nada.

Ese mismo día, 200 personas se reunían en la plaza de toros de San Lorenzo del Escorial para asistir a un mitin de Fuerza Nueva que sí conmemoraba el aniversario de la guerra. Blas Piñar criticó con dureza con referencias al rey Juan Carlos la retirada de monumentos y plazas dedicadas a Franco. Para la extrema derecha, el 36 siempre estuvo vivo. Era motivo de gloria y celebración, era la fuente de legitimación de la dictadura, que se asentaba en la "victoria".

Años después, cuando Felipe González ha reconocido errores de su periodo como presidente del Gobierno, citaba como "asignatura pendiente" no haber homenajeado como era debido, y como anunciaba públicamente sus intenciones en el 50 aniversario, a los veteranos del Ejército Popular Republicano. Cuando luego surgió la oleada de la Memoria Histórica, la inmensa mayoría ya estaban muertos. Sin embargo, el desdén con la guerra no solo era una cuestión política, la sociedad también estaba aburrida del tema, porque no faltaron nuevos documentos y emisiones sobre la contienda en esas fechas.

En la Transición se produjo un estallido de publicaciones, aparecieron los libros que ahora son clásicos de la guerra y se perfilaron los grandes historiadores que la tratarían en los años sucesivos. No aparecieron en ese momento investigaciones sobre la represión, aunque sí lo hicieron parcialmente en reportajes en revistas como Interviu, porque tras cuarenta años de dictadura esos trabajos necesitaban tiempo y desarrollo, aunque también es cierto que muchas veces se encontraron con el hostigamiento de algunos jueces. No obstante, la Historia es un edificio que se construye ladrillo a ladrillo y en esos años se fijaron las líneas maestras de la historiografía.

Llegados a 1986, El País Semanal trajo un coleccionable elaborado por Edward Malefakis y en TVE, al año siguiente, se emitió España en guerra: 1936-1939, dirigida por Pascual Cervera. Treinta capítulos de una hora cada uno, quizá el mayor gesto, del que podría presumir el gobierno si lo hubiese anunciado como se hace ahora "en un paquete de medidas".  

En esta tesitura, en el mundo del cómic, si El Víbora había estado a la altura de las circunstancias el 23-F, ahora fue el turno de la revista CIMOC, que eligió a Víctor Mora, creador de El Capitán Trueno y El Jabato, para escribir los guiones de una serie de capítulos autoconclusivos sobre la Guerra Civil. El autor había tenido problemas con la dictadura, se había tenido que marchar de España en los 60 y a su regreso participó en el encierro de intelectuales en el Monasterio de Montserrat. En sus palabras inaugurando la serie, sin embargo, se apreciaba cierta madurez en sus puntos de vista sobre la guerra, una postura acorde con esos tiempos.

Así describía en una entrevista publicada en el CIMOC número 66 la naturaleza del proyecto: "No me dedico específicamente a hacer biografía de los líderes de la Guerra Civil, sino más bien, de los protagonistas anónimos, sin demagogias tampoco. Voy a tratar de dar una visión de la Guerra Civil, que fue un episodio más de la lucha de clases intentando ser lo más objetivo posible. Quiero dar al lector la sensación de un gran drama colectivo, en el que hay posiciones e intereses más o menos justos, claro, pero marcando mucho ese carácter de drama colectivo. Más que convertir este álbum en un grito a favor de la República o el bando franquista yo, lo que quisiera, es que fuera un grito a favor de los seres humanos y por la paz".

Aunque tenía claro que la Guerra Civil fue una lucha "de la mayoría del pueblo español con el gran capital radicalizado hasta el extremo de aceptar el fascismo con tal de no perder sus privilegios", quiso centrarse en la faceta humana de la guerra. Incluso cuando los protagonistas de la historia fueron nazis, como en la dedicada al bombardeo de Gernika, se exploran sus debilidades y su fragilidad. En este caso, el piloto, después de lanzar las bombas, le habla a su novia que se ha imaginado que en Alemania ocurriese lo mismo, un ataque con bombas incendiarias. Es una historia paradójica, porque efectivamente eso es lo que sucedió ocho años después.

Otro de los aspectos relevantes de esta colección, y que la hacen única, es que muchos de los dibujantes que ejecutan estos guiones, si no vivieron la guerra personalmente, vieron sus consecuencias en la posguerra o escucharon a sus padres su experiencia en la batalla. Jesús Blasco estuvo movilizado con 16 años. El padre de José Ortiz estuvo en un submarino de la marina republicana. Víctor de la Fuente huyó de Santander con su familia hacia el oeste y, en Asturias, les alcanzaron las tropas franquistas, era solo un niño hambriento. El padre de Font, movilizado en el Ejército Popular Republicano, fue capturado en la desbandada hacia la frontera francesa tras la caída de Catalunya.

Solo Tha y Annie Goetzinger no tuvieron una relación directa con la guerra. El español porque no le interesaban los conflictos armados por la poderosa razón de que son repugnantes; la francesa, por su juventud, aunque recordaba a sus padres sentirse culpables por el papel que había jugado Francia en la Guerra Civil española, primero con la No Intervención que dejó vía libre a las potencias fascistas, luego con la confiscación de armas en la frontera y, de remate, metiendo a los refugiados en campos de concentración. También resulta curioso que esta autora rechace una película como La Vaquilla, estrenada en 1985. Dice: "si bien ha pasado mucho tiempo, no ha pasado tanto como para reírse de todo esto"

Solo el italiano Attilio Micheluzzi expresa una línea discordante. Recuerda que para los italianos de aquella época el comunismo era "como el demonio" y de la guerra española tiene presente la hazaña fascista del Alcazar de Toledo, la cual vivió de niño como un hito histórico formidable.

Al final de todas las historias, hay un texto de Alberto Reig Tapia que sitúa muy bien el conflicto. Si bien para autores de la obra, como Florenci Clavé, la guerra nos hizo "ser atípicos en Europa una vez más", lo cual fue un hecho desde 1945 y en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, este profesor contextualiza la visión orientalista tan propia de la mentalidad anglosajona: "Todavía se tiene una visión tópica en el extranjero sobre la especial predisposición a la violencia de los españoles. Algunos autores han sido proclives a revestir la guerra civil española de tintes especialmente sangrientos. Pero, evidentemente, el español no está dotado de un gen específico que le predisponga a la violencia en un grado mayor que el resto de los mortales. Nuestra guerra fue sangrienta, dramática, como lo son  todas las guerras, pero, al igual que en las demás, también abundaron actos de magnanimidad en ambas zonas".

Posiblemente, el guión de Víctor Mora más logrado de toda la recopilación sea el de La batalla más fea, sobre la Batalla del Ebro. Mientras los soldados cruzan el río, leemos los dispares pensamientos de cada uno. Unos cargados de ideología, otros de aburrimiento y cansancio vital, hasta que llega a uno que recuerda el sexo con la hija de un rico, cuyos hermanos son todos falangistas. Él no tenía ningún interés en la política, solo quería tener una fortuna como su padre, pero el 18 de julio le pilló en Barcelona y acabó en el EPR. Al cruzar el Ebro, su sueño era cambiarse de bando. Pasarse.

En la batalla, el autor relata la muerte inmisericorde de la mayoría de los soldados de la barca. Unas escenas prototípicamente bélicas, un recurso parecido al de los primeros compases de la película Salvar al soldado Ryan. Y el desenlace, filmado, sería digno de mención. Un soldado enloquecido convive en el bosque con el cadáver del que se quería pasar, al que ha ejecutado al descubrir sus intenciones. Habla con él y entabla conversación sobre la chica rica con la que se quería casar. Este punto macabro, pero bien apegado a la realidad de lo que fue aquello, es la ficción que tal vez nos ha faltado. La escabrosa. En las entrevistas, los que vivieron la guerra se quejan de que durante el conflicto las historietas que se hacían solo eran para ridiculizar al enemigo. Ahora, pasado casi un siglo, sigue siendo frecuente ese recurso, el idealizado.

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