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Las elecciones autonómicas valencianas: pasado y presente de la competición partidista

15/04/2019 - 

Los valencianos y valencianas han expresado sus preferencias políticas durante las últimas tres décadas configurando un sistema de partidos propio, aunque condicionado por el sistema de partidos estatal. La perspectiva histórica nos permite distinguir dos grandes etapas definidas por el predominio, primero, de un partido a la izquierda del espectro político –el PSPV-PSOE– y, después, de un partido a la derecha –el PP–; etapas que se cierran con una convocatoria electoral, la de 2015, marcada por la crisis del sistema. Se abre a partir de entonces un panorama de incertidumbre marcado por una fuerte fragmentación del sistema de partidos valenciano.

Durante la década de los ochenta y parte de la siguiente, el PSPV-PSOE obtuvo amplias mayorías que le permitieron gobernar en solitario: con mayoría absoluta, en 1983; apoyándose para apuntalar sus políticas en el parlamento en otros grupos políticos –IU-UPV y/o CDS–, en 1987; y, de nuevo con mayoría absoluta, en 1991.

A partir de 1995, tras una severa crisis política y económica en España y el agotamiento en la Comunitat del impulso que había supuesto la construcción del proyecto autonómico, se inicia una segunda etapa de predominio conservador. En las elecciones de 1995 el PP no alcanzó la mayoría absoluta, pero sí una mayoría en votos y escaños que le permitieron pactar el gobierno de la Comunitat –el conocido como pacto del Pollo– con la entonces pujante UV, que también formó parte del gobierno durante esa legislatura. El acuerdo de gobierno fue la antesala de una sucesión de victorias del PP que, apoyado en los favorables vientos de la economía y en una hábil mercadotecnia, consiguió cómodas mayorías absolutas en las elecciones de 1999, 2003, 2007 y 2011.

La crisis económica que se inicia en 2008, sin embargo, sólo afectó al PSPV-PSOE en las elecciones autonómicas de 2011 (este partido había tenido la responsabilidad del gobierno de España durante los años iniciales de la crisis), pero también acabaría pasando factura al PP una vez que el partido conservador asume el gobierno de España a partir de 2011 y emprende políticas con importantes recortes sociales. La desconfianza generada por la gestión del PP estatal y la ya inocultable y extensa corrupción en nuestra Comunitat del PP valenciano no fueron perdonadas por la ciudadanía, lo que se tradujo en una fuerte fragmentación del sistema de partidos en las elecciones autonómicas de 2015. Aunque el PP siguió siendo el partido más votado, ni siquiera la aparición de Ciudadanos le permitió formar gobierno. Por contra, el también castigado por el electorado PSPV-PSOE pudo, sin embargo, sumar la mayoría suficiente para gobernar con dos fuerzas en ese momento pujantes en la izquierda del espectro político –Compromís, que se sumó al gobierno autonómico, y Podemos, que prefirió apoyar al gobierno desde el parlamento valenciano–: el conocido como tripartito del Botànic.

Desde una perspectiva histórica, resulta difícil extraer enseñanzas de lo ocurrido hasta ahora para definir el escenario en que se van a desarrollar las próximas elecciones autonómicas del 28 de abril, pero algo se puede aventurar. Durante la primera etapa, el PSPV-PSOE sustentó sus mayorías en la obtención de aproximadamente ochocientos mil votos, salvo la situación excepcional de las elecciones de 1983 donde, a rebufo de las generales de 1982, se acercó al millón de votos. Durante la etapa de predominio conservador, el PP obtuvo entre un millón y un millón doscientos mil votos. Sin embargo, en las elecciones de 2015 ningún partido se acercó a estas cifras. El PP obtuvo algo más de seiscientos cincuenta mil votos; el PSPV-PSOE, algo más de quinientos mil; Compromís les siguió con algo más de cuatrocientos cincuenta mil; Ciudadanos, algo más alejado, superó por poco los trescientos mil; Podemos le pisaba los talones con casi trescientos mil votos; y, finalmente, IU quedó fuera de les Corts, por mor de la barrera electoral del 5%, con poco más de cien mil votos.

La pregunta que nos hacemos ahora es cómo se van a repartir los votos de los valencianos y las valencianas en las próximas elecciones autonómicas. La cuestión es que, por primera vez, estas elecciones no se celebran el último domingo de mayo, junto con las municipales y otras autonómicas, sino que se celebran junto con las generales, elecciones en las que tradicionalmente se produce una mayor participación pues, por su importancia percibida, arrastran más que ninguna otra arena electoral el voto de los ciudadanos y ciudadanas. Un reto, pues, para cualquier empresa demoscópica pronunciarse ante un escenario desconocido hasta la fecha. Sea como sea, todo parece indicar que, por primera vez, el voto de las autonómicas superará los dos millones quinientos mil ciudadanos, doscientos mil más –cuanto menos– que en cualquier otra elección autonómica (podría ser aún más si no mediara el puente festivo). Y lo que sabemos con certeza es que, por un lado, en las últimas elecciones autonómicas de 2015, marcadas por la fuerte crisis del PP, el voto a la izquierda –un millón doscientos cincuenta mil votos– superó al de la derecha por más de doscientos cincuenta mil votos y, por otro lado, en las últimas elecciones generales celebradas un año después, en 2016, la derecha se impuso en la Comunidad Valenciana por cien mil votos; eso sí, con una mayor participación electoral –la esperable el próximo 28 de abril–. ¿Hay motivos para que este último reparto cambie? ¿Se impondrá la lógica de la política estatal o la de la autonómica en la voluntad de los electores? ¿Los valencianos y valencianas escindirán su voto entre generales y autonómicas como ha ocurrido en otras latitudes?

El panorama se presenta apasionante. Los antecedentes dan preeminencia a la derecha sobre la izquierda en las elecciones generales, pero la lógica de las autonómicas y los planteamientos estratégicos de algunos partidos apuntan a una corrección de esos resultados. Las encuestas también lo hacen cuando se pregunta por el voto autonómico y, también recientemente, en el caso de las generales (CIS, 9 de abril). Por la derecha, el voto se va a dividir por primera vez entre tres partidos –Vox, el  PP y Ciudadanos–, pero, si la lógica de las elecciones autonómicas -donde la derecha no ha superado todavía su crisis particular- influye algo en el resultado, no hay motivos para esperar que los votos conjuntos se incrementen en relación a los anteriores comicios generales, sino más bien que retrocedan algo. Podríamos estar hablando de un poco más de un millón doscientos cincuenta mil votos. En la izquierda, todo indica que el PSPV-PSOE incrementará sus votos por encima de los ocho puntos –o, quizá, más– en relación a anteriores comicios, al haberse convertido en valor refugio de la moderación y la estabilidad y en representante de las políticas sociales. Por la primera razón es previsible que recupere votos que en anteriores comicios fueron a Ciudadanos, los que ahora pierde la derecha. Por la segunda razón, el posible incremento de votos al PSPV-PSOE es en parte a costa de Compromís –al que, por otro lado, no le sienta nada bien el nuevo escenario de las elecciones generales– y en parte a costa de Podemos. Es previsible que este partido, ahora ya situado claramente a la izquierda del espectro político, pierda votos que, sin embargo, puede compensar en gran parte en nuestra Comunitat gracias al valor de oxígeno que representa el pacto electoral con IU. En definitiva y en la actualidad, todo apunta a que el voto de la izquierda se podría situar algo por encima de un millón trecientos mil votos. Si es así, el escenario más probable es que asistamos a la reedición del pacto del Botànic en la próxima legislatura autonómica, aunque no está de más señalar que el panorama sigue abierto, dado lo ajustado de los pronósticos y la cada vez mayor importancia de las campañas electorales.

Joaquín Martín Cubas es profesor de Ciencia Política y de la Administración de la Universitat de València

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