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LA PANTALLA GLOBAL

La película que convirtió a Bowie en extraterrestre celebra aniversario

Se cumplen cuarenta años del estreno de ‘El hombre que cayó a la tierra’, el clásico de ciencia ficción basado en la novela de Walter Tevis

9/12/2016 - 

VALENCIA. Si deciden darse una vuelta por Londres aprovechando las inminentes vacaciones navideñas, tienen la oportunidad (hasta el 22 de enero) de acercarse por el King’s Cross Theatre y ver el musical Lazarus, uno de los últimos trabajos que David Bowie (en colaboración con el dramaturgo irlandés Enda Walsh) completó antes de su muerte, a principios de 2016. De hecho, su estreno mundial se produjo en Nueva York, hace ahora un año, en el circuito Off-Broadway. Lazarus es también una de las canciones incluidas en Blackstar, el último disco del artista, pero el origen de la obra se remonta mucho más atrás. Concretamente, a 1976, ya que se trata de una continuación de El hombre que cayó a la Tierra (The Man Who Fell To Earth, Nicolas Roeg), la primera película protagonizada por Bowie, que tenía formación actoral (fue discípulo del gran Lindsay Kemp), pero hasta entonces solo había hecho alguna fugaz aparición en cortometrajes y televisión.

Este año, para celebrar el cuadragésimo aniversario del film, se ha publicado una reedición en Blu-ray con resolución digital 4K, que de algún modo pretende reivindicar una película que ya formaba parte de la prestigiosa Criterion Collection, pero que siempre ha sido considerada de culto en el ámbito de la ciencia ficción humanista. Con razón, ya que reúne una gran cantidad de elementos que hacen de ella un título singular. Entre los más destacables, la elección del propio Bowie como principal protagonista. El cantante encarna a un extraterrestre que visita nuestro planeta de incógnito con la intención de encontrar recursos (básicamente, agua) que permitan sobrevivir a su especie en Anthea, el lugar de donde procede. ¿Un capricho del director, que se aprovechaba del atractivo de una estrella del rock en lugar de hacer caso a los productores y rodar con Robert Redford o Peter O’Toole? ¿O existían razones objetivas para decantarse por Bowie?

Un papel a medida

En realidad, había incluso más motivos de los que podrían imaginarse. El cineasta Alan Yentob acababa de terminar Cracked Actor, un documental sobre Bowie para la BBC centrado en la gira norteamericana de Diamond Dogs. El periodista Carles Novellas resume la imagen del cantante en el film: “Estamos en 1974, Bowie solo tiene 27 años y está (muy) hecho polvo. Su rostro demacrado es el de un cocainómano en ciernes que deambula por el oeste yanqui entre limusinas, escenarios y habitaciones de hotel”. Si eliminamos la alusión a los escenarios y cambiamos la cocaína por ginebra, la descripción podría utilizarse con total precisión para retratar al personaje de El hombre que cayó a la Tierra. Un hombre frágil y esquivo, que se refugia en espacios cerrados y se traslada en vehículos herméticos, alienado (y la palabra no es gratuita), sin sentido de pertenencia alguno respecto a su entorno. 

Aún hay más. La película se basa en la novela homónima de Walter Tevis. En ella, se describe de este modo a Thomas Jerome Newton, el extraterrestre: “Medía un metro ochenta. Su pelo era tan blanco como el de un albino, pero su rostro tenía un color ligeramente bronceado y sus ojos eran de un azul pálido. Su esqueleto era improbablemente ligero, sus facciones delicadas, sus dedos largos, delgados y la piel casi transparente, sin vello. Había algo de misterio en su aniñado rostro, una agradable expresión juvenil en sus ojos grandes e inteligentes”. David Bowie lleva el pelo rojo en la película, pero las similitudes llaman poderosamente la atención, especialmente porque la novela está escrita en el año 1963, cuando Bowie ni siquiera había debutado (lo haría en 1964, con Liza Jane, un single firmado por Davie Jones & The King Bees), así que resulta imposible que el escritor se inspirara en él.

Más adelante, se hace mención a sus “ojos intraducibles” (recuérdese la peculiaridad de los de Bowie, cada uno de un color) y a “su naturaleza misteriosa, poco viril, casi asexual”. No hace falta insistir en el modo en que Bowie jugó con la ambigüedad sexual, a la que todavía encontramos una referencia más en la novela cuando el autor se detiene en su cara: “Era un rostro delicado, de facciones bellas, casi femenino”. No es extraño, por tanto, que Nicolas Roeg, director de la película, pensara en Bowie al leer el libro. Sobre todo, porque solo unos años antes, en su ópera prima, ya había echado mano de una estrella del rock para encarnar a un personaje con el que coincidía en muchos aspectos. Fue en Performance (Nicolas Roeg y Donald Cammell, 1970), donde Mick Jagger da vida a Turner, una huidiza rock star. Y como ha señalado el crítico Quim Casas, no parece descabellado contemplar Performance como un documento en torno a los desvaríos lisérgicos, creativos y sexuales del vocalista de los Rolling Stones, más aún teniendo en cuenta que su compañera de reparto fue Anita Pallenberg, por entonces pareja del guitarrista Keith Richards. Una involuntaria vertiente documental que también posee El hombre que cayó a la Tierra, ya que por entonces Bowie era un extraterrestre en la escena musical mundial. Un tipo extraño, diferente a todos los demás, con ideas nuevas y vanguardistas. Igual que el personaje del film.

Origen literario

Como se ha comentado, el punto de partida de El hombre que cayó a la Tierra es la novela homónima de Walter Tevis, traducida por primera vez al castellano en 1978 por Ediciones Acervo, que la incluyó en su colección Gaudeamus, ya con una imagen de la película en portada. En 1985, Orbis la recuperaría dentro de su Biblioteca de Ciencia Ficción, y este mismo año ha sido Contra Editorial la que ha rescatado el texto, de nuevo con Bowie en la cubierta. “Básicamente es la misma traducción de 1978, realizada por José María Aroca (ya fallecido), que licenciamos a la editorial que dice poseer los derechos”, explica Didac Aparicio, uno de los responsables de Contra. “Solo corregimos algunos detalles. Recuerdo haber contrastado algunas cosas con la última versión del original que Tevis aprobó, y también actualizamos la época en que transcurre la historia. 

El propio autor decidió, con el paso de los años, transferir el relato a un futuro más lejano; es decir, si originalmente la historia ocurría entre 1972 y 1976, como en la edición de Acervo, la posterior transcurre entre 1985 y 1990. Tevis murió en 1984”. No obstante, la modificación más importante es la que afecta al título del libro y de la película. La nueva versión se llama El hombre que cayó en la Tierra. “Tanto a mí como a otros traductores con los que consulté nos chirriaba lo de ‘caer a la Tierra’. Me parece más justo y cercano al original usar ‘en’. De todos modos, ambos son correctos”.

Pese a que no se suele situar a Walter Tevis entre los autores totémicos de la ciencia ficción, el periodista E.J. Rodríguez ha señalado en Jot Down que El hombre que cayó a la Tierra es “una de las novelas más originales y emotivas del género. El extraterrestre de su historia, pese a su superioridad tecnológica y su aguda inteligencia, será la víctima de su feroz inadaptación a nuestro mundo, que le resulta extraño y amenazante. No sólo la gravedad terrestre le hará propenso a roturas de huesos y a sentir dolor con cualquier movimiento brusco, sino que la soledad y el temor constante a que su verdadera identidad sea descubierta le conducen a un proceso autodestructivo que termina convirtiéndole en un individuo apático, amargado y alcohólico”. En su análisis, valora también que sea uno de los libros “que marcó el giro de la temática extraterrestre en la ciencia-ficción: el alienígena ya no es solamente una amenaza o un ente superior dispuesto a guiar y reeducar al hombre, sino un ser cautivo de nuestros mismos miedos, para quien el contacto con la raza humana resulta aterrador y psicológicamente destructivo”. Es evidente que una lectura contemporánea que contemplara al antheano como una metáfora del inmigrante permitiría defender la vigencia de su discurso, que originalmente establecía también una comparación entre el extraterrestre y el mito de Ícaro.

La adaptación de Nicolas Roeg, con guión de Paul Mayersberg (quien, curiosamente, también coescribiría el de Feliz Navidad, Mr. Lawrence, de nuevo con Bowie en uno de los roles principales), se mantiene fiel a la novela en lo que respecta a la línea argumental principal y al papel protagónico, pero introduce no pocos elementos de su cosecha; entre ellos, un acentuado erotismo. En el film, el abogado Oliver Farnsworth tiene una pareja homosexual, el extraterrestre entabla relaciones carnales con su asistenta (interpretada por Candy Clark) e incluso el profesor Nathan Bryce, tímido y apocado en el libro, es un libertino que se acuesta con la mayoría de sus alumnas. Esa dimensión sexual, acorde con los intereses del director inglés (y con las exigencias de cierto cine de la época), no existe en la novela. Además, la propensión de Roeg al barroquismo y la abstracción visual hacen del film una experiencia singular, incluso algo confusa si se desconoce el precedente literario. Por el contrario, conecta a la perfección con las inquietudes mostradas por el cineasta en anteriores films, como su discurso sobre la identidad: Incluso hay escenas con espejos de Performance que tienen su equivalente aquí.

Aprovechando el aniversario de la película, el periodista AD Amorosi, de Flood Magazine, ha hablado recientemente con el director de fotografía, Anthony Richmond. “La cámara adoraba a Bowie. Esa piel pálida y translúcida, el pelo rojo, las mejillas y los ojos… En cuanto llegó a Nuevo México, donde se rodó la película, resultó evidente que era el hombre que cayó a la Tierra.” Amorosi también ha conversado con Candy Clark, la pareja femenina de Bowie en el film. “Yo no era fan suya ni del glam rock, me iban más Marvin Gaye y el soul”, reconocía la actriz, que había logrado una nominación al Oscar tres años antes por su papel en American Graffiti (George Lucas, 1973). “Me alegro de no haberle visto en directo antes de rodar con él. Creo que eso hubiera estropeado nuestra relación interpretativa. Cuando por fin fui a un concierto, después de que me invitara, me convertí en fan automáticamente”.

Al llegar a Estados Unidos, la película, de dos horas y cuarto de duración, fue aligerada por los distribuidores, que la consideraron demasiado larga. Otro motivo para prestar atención a las ediciones digitales de un film que resultó decisivo en la trayectoria artística de Bowie. No en vano, las portadas de sus dos siguientes álbumes, Station to Station (1976) y Low (1977) son imágenes tomadas de El hombre que cayó a la Tierra, y por tanto acentúan nuevamente su condición de extraterrestre musical. Más aún: En un principio, la banda sonora de la película debía ser suya. “Estuvo tres meses trabajando en los estudios Cherokee de Hollywood”, desveló el periodista Chris Campion. “Pero Roeg empezó a ponerse impaciente, sobre todo porque Graeme Clifford, el montador, se quejaba de que el material que recibía estaba sin mezclar, y ni siquiera se ajustaba a los tiempos de las escenas ya editadas”. Los rumores apuntan a que Bowie estaba más centrado en Station to Station, su siguiente álbum, que en el score del film, y gran parte de aquellos temas continúan sin ver la luz, aunque algún otro (como TVC 15) acabaría formando parte del disco. Al final, la película incluyó canciones de Artie Shaw, Roy Orbison o Jim Reeves, pero la banda sonora fue responsabilidad de John Phillips, a quien Roeg conocía por haber coincidido en diversos clubs de Nueva York. Para Bowie, en todo caso, la experiencia fue más importante a nivel cinematográfico que musical, ya que supuso el inicio de una carrera como actor que en el futuro incluiría títulos como Gigolo (Schöner Gigolo, armer Gigolo, David Hemmings, 1978), El ansia (The Hunger, Tony Scott, 1983) o Principiantes (Absolute Beginners, Julien Temple, 1986), entre otros, donde demostraría unas más que solventes dotes interpretativas.

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