La actriz inglesa es homenajeada en Berlín con el Oso de Honor a su carrera
VALÈNCIA. El 5 de febrero, Charlotte Rampling (Sturmer, Reino Unido, 1946) cumplió 73 años. Pero hasta este jueves, la Berlinale no le ha hecho entrega de su regalo de cumpleaños: el Oso de Honor a su carrera.
No es el primer plantígrado que le concede el festival alemán: en 2015 recibía el Oso de Plata a la mejor intérprete femenina por la película 45 años, (Andrew Haigh).
El drama le supuso idéntico reconocimiento en los Premios del Cine Europeo, durante cuya gala también se le otorgó el Premio a la Carrera, y su primera nominación a un Oscar. Un año después se alzaba con la Copa Volpi en la Mostra de Venecia por Hannah (Andrea Pallaoro, 2017).
Los reconocimientos le llegan tras medio siglo de carrera dedicada a papeles complejos y turbios, “roles que pueda vivir más que interpretar”. De esta fijación, de lo afortunada que se siente por haber compartido secuencias con Paul Newman, Woody Allen y Robert Mitchum, así como de su rechazo a la formación dramática habló en una charla pública en Berlinale Talents, un programa que reúne a 250 cineastas emergentes de todo el mundo para seis jornadas de clases magistrales y paneles de discusión con expertos de primer nivel.
Charlotte describió frente a una nueva generación del audiovisual su manera de abordar la interpretación: “La cámara te pide estarte quieta y pensar, y tus reflexiones afloran al cuerpo y a la mirada”.
La actriz inglesa afincada en Francia ha participado en más de 100 producciones de cine y televisión, con luminarias del cine como Nagisa Oshima, Sidney Lumet, François Ozon y Luchino Visconti. Su próximo proyecto es el drama biográfico de Paul Verhoeven Benedetta, sobre el romance entre dos monjas durante el siglo XVII.
“La primera vez que me vi en la pantalla me sorprendí y entendí por qué la gente hablaba de mi mirada. Aunque nunca he pensado que fuera guapa, he de reconocer que la cámara me ama”, compartía el pasado miércoles en la capital alemana.
Rampling ha cimentado una carrera respetable en la que ha alternado el cine de autor con el comercial, los rodajes en EEUU con el trabajo en Europa. Esta actriz valiente no le ha tenido miedo a envejecer. Hace 10 años no dudó en posar sin ropa frente al objetivo del fotógrafo Juergen Teller para una sesión de desnudos artísticos frente a la Mona Lisa en el Louvre.
A su imagen sofisticada y llena de misterio han colaborado sus papeles en filmes capitales como La caída de los dioses (Visconti, 1969) y Portero de noche (Liliana Cavani, 1973), por la que se encumbró como mito erótico de los setenta al interpretar a una superviviente de un campo de concentración que entabla una relación sadomasoquista con un oficial de las SS. Precisamente, el actor que encarnaba a su amante en el filme, Dick Bogarde, fue el que le inventó el apodo con el que desde entonces se le ha conocido: The Look.
Y es que su intensa mirada, con la que perfora a su auditorio, ha sido su enseña. Esos ojos que dicen tanto e intimidan más.
En la promoción de su personaje de neuropsiquiatra experta en psicópatas en la última temporada de la serie Dexter, la actriz reconocía su capacidad para vehicular la oscuridad. Esa inquietante cualidad interpretativa responde a su capacidad para retrotraerse a los recodos más dolorosos de su vida, como la severidad de un padre militar de la OTAN y medallista olímpico, y el suicidio de su hermana mayor a los 23 años cuando ella contaba apenas 20 años. Como declaraba al periódico canadiense Toronto Star: “Tienes que visitar el infierno para ser capaz de extraer el dolor que la vida te ha traído y usarlo para brindar momentos increíbles de claridad. Esos contrastes violentos te permiten sentir las cosas de manera profunda”.
Otro quiebro en su biografía fue abrir el periódico un día y desayunarse con la noticia de que su marido durante dos décadas, el compositor francés Jean Michel Jarre, le había sido infiel en repetidas ocasiones.
“El cine es una forma de vida para mí, de supervivencia. Cuando pasé por momentos difíciles me aferré al cine porque me aporta una estructura”, explicaba en el encuentro con el público.
Charlotte ha estado casada dos veces, la primera con el actor y publicista Bryan Southcombe y la segunda con Jarre. Y ha procurado tener una hermética vida privada. Durante la charla reveló que en el rodaje de Memorias de un seductor (Woody Allen, 1980) estuvo yendo y viniendo de Francia a EE.UU. con el Concorde porque acababa de ser madre.
“El cine viene como un vampiro y te secuestra de tu familia, de tu hogar y de ti mismo, así que os aconsejo que hagáis lo posible por cuidar vuestra vida personal”, advirtió la actriz a su audiencia.
En 2015 publicaba en Francia su autobiografía, Qui je suis, que arranca con este párrafo: “Me llamo Tessa Rampling. Charlotte es mi segundo nombre, pero me cautivó. Tessa se convirtió en Charlotte. Desde mi nacimiento he conocido esa amalgama un poco confusa de lo que viene, va, de lo que duele, de lo que no podemos entender. Las lágrimas y las risas se mezclan, las encerramos. En casa de los Rampling, el corazón es un cofre. Llevado por generaciones, el secreto de la familia se ha convertido en una leyenda. Sólo sabemos permanecer en silencio".
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz