LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

La ‘intolerancia’ a Rosalía o el biopic de Queen: lo peor del año

30/12/2018 - 

VALÈNCIA. Lo mejor del año ya está repartido en miles de listas, profesionales y personales. Tantas que al final intentar aplicar una estadística real carece de sentido. Es mejor rendirse al instinto y destacar, en voz alta (redes sociales, medios) o en voz baja (hablando con uno mismo o con alguien cercano), tus preferencias. Todo esto en  el caso de que necesites llevar a cabo dicho recuento. A mí se me antoja mucho más práctico hablar de lo peor. No es que quiera amargaros la fiesta, pero  ya que tenemos tantos amplificadores conectados, quiero pensar que la autocrítica todavía puede servir para algo. Como le tengo manía a las listas por orden de importancia, me conformo con ir enumerando asuntos que me parecen de lo peor. Ya veréis como al final no me sale ni lista ni nada, sólo un pequeño recuento razonado.

Empecemos. Lo peor es la intolerancia que reflejó el boom Rosalía. Ya, ya sé que estáis todos muy cansados de este tema, pero eso no es eximente de nada. La saturación informativa cambia de un día para otro y eso significa que al final no somos más que un coro de voces pasivo para lo fundamental, activo de cara crear confusión. El ruido disfrazado de clamor popular es perfecto para distraernos de los verdaderos peligros. Y los verdaderos peligros no están exclusivamente representados en los demás, también caminan con nosotros como otra sombra.  Nada tiene que gustarnos por obligación; y menos aún la música, que a fin de cuentas funciona a través de un inexplicable cúmulo de emociones. Pero que algo no nos guste no es sinónimo de que algo deba ser condenado. Y en cuanto a los motivos por lo que algo no nos gusta, cada uno es muy libre de ejercer la visceralidad en privado de la misma manera que en su casa puede comer sopa con las manos o hacer guerras de eructos en el dormitorio. Sólo recordar que la exposición pública nos retrata y eso no incluye solamente las opiniones sino el modo que tenemos de articularlas.

Rock para todos los públicos

Que el biopic de Queen haya tenido semejante recibimiento en la taquilla ratifica de que el rock y la cultura pop del siglo XX son ya mero entretenimiento o, en el mejor de los casos, potenciales lecciones de historia. La brecha que abrieron los Stones al convertirse en los únicos supervivientes de la década dorada del siglo XX, los sesenta, ya no es simplemente una brecha. El rock es un espectáculo familiar y las giras de los grandes artistas son parques temáticos móviles. El peso de la música pop se mide por giras nostálgicas, puestas en escena espectaculares y carteles de festivales, y da la sensación de que la música cada vez tiene menos importancia por sí misma. Los mismos que se quejan del éxito de Bohemian Rhapsody luego se rasgan las vestiduras porque el reguetón y el trap son el relevo mundial de lo que conocemos como música pop. Supongo que los padres que amaban a Sinatra se tiraban de los pelos cuando veían a sus hijos encantados con Elvis y que los padres que amaban a Elvis se tiraban de los pelos al descubrir que a sus hijos les gustaban los Beatles.  Y que los padres fans de todo estos ponían cara desdeñosa si  sus descendientes escuchaban rap. Lo del reguetón y el trap es parecido pero el cambio de paradigma es mucho más amplio. La música se difunde de otra manera, los medios de comunicación ya no deciden qué se lleva y qué no, y el lenguaje principal proviene de una cultura latina popular y joven.

Hola, ignorancia

La corrección política me parece también un truño de cuidado. Gracias a ella, es posible que Woody Allen jamás vuelva a hacer una película. Aquí fuimos testigos (y miembros del jurado popular, ojo) de una polémica que aseguraba que Mecano habían escrito una letra homófoba. Y yo me pregunto si tanto celo por proteger los derechos de los colectivos oprimidos no resultaría más rentable entendiendo que la creación artística no puede leerse textualmente y que el combate por la igualdad hay que ejercitarlo todos los días con los pequeños detalles y con los grandes actos. La ignorancia no es la mejor aliada cuando lo que se busca es avanzar y que ciertas formas de pensar cambien. De ahí a acabar leyendo estupideces como que la letra de ‘Walk On The Wild Side’ de Lou Reed era transfóbica (acusación lanzada en 2017 por una universidad canadiense), hay muy poca distancia. O lo que es lo mismo, a veces hay muy poca distancia entre creerse el salvador moral de la raza humana y hacer el ridículo. El problema es el tiempo y la energía que se pierde deshaciendo un entuerto que no viene a cuento y, peor aún, generando confusión sobre temas que supuestamente están claros y zanjados.

Seleccionando frecuencias

Cuando explico este tipo de asuntos da la sensación de que  los analizo desde la subjetividad. Falso. Cada vez me interesan menos cosas porque cada vez necesito más tiempo para dedicárselo a las que me interesan. Tengo mi propia órbita sobre la cual rotar, pero no por eso detesto lo que se quede fuera de ella, que es bastante. El reguetón no es una música que me atraiga especialmente (aunque me declaro abierto a descubrir sus logros y a disfrutarlos  llegado el caso). Apenas veo televisión así que no estoy al tanto de lo que pasa en los realitis (cuando por cuestiones de actualidad necesito ver algún fragmento, tengo YouTube o la web de rigor que me ofrece el contenido exacto que me interesa y que me ahorra tener que ver un programa que no necesito ver y que encima está partido por toneladas de anuncios). Hay opinadores a los que ni sigo ni leo y con los que no interacciono porque me dan muy mala espina. Prefiero reservar mi energía para pronunciarme contra peligros mucho más reales.

Estoy hasta el gorro de las banderas, de todas. Estoy hasta el gorro de las cazas de brujas y también de los que han hecho del término apropiacionismo cultural la nueva cruzada. Estoy hasta el gorro de que se manipule el lenguaje y los significados de las palabras con absoluta impunidad y que esto importe tan poco. Estoy hasta el gorro de los que nos arengan todos los días porque se creen seres instalados en un nivel ético superior. Estoy hasta el gorro de que aún existan tantos hombres que se resistan a aceptar que son nuestras mentalidades las que tienen que cambiar, y no el modo en que se visten o se comportan las mujeres. Y sobre todo, lo peor, lo que más me asusta es que, mientras chapoteamos en todo este océano de confusión, la aparición de partidos que no creen en la democracia pero que se aprovechan de que exista para intentar anularla sean los únicos que sacan tajada de todo esto.