Pau Pont disemina en la Sala L’Horta 350 kilos de tierra en una propuesta sobre la labranza tradicional
VALÈNCIA. De mayores, los niños de la generación a la que pertenece la dramaturga, directora y actriz Pau Pons querían ser astronautas, cantantes, futbolistas, bomberos... La de los críos de ahora ha sumado a los oficios tradicionales, los de youtuber e influencer. Quién sabe si alguno de los pequeños asistentes a la obra Horta, programada a partir del 2 de diciembre en la Sala L’Horta querrá ser agricultor. Lo que es seguro es que despertará su curiosidad e ilusión por la labranza tradicional de la huerta de València.
El montaje ideado por Pons es una propuesta experiencial destinada a un público de entre tres y seis años. El campo toma, literalmente, el teatro. Un total de 350 kilos de tierra se esparcen por la sala de modo que los menores entren en contacto físico con la huerta. Hay caballones, capazos, botijo, fajas y espardeñas de esparto.
“Es un oficio que les queda muy lejos hoy en día, porque no tienen muchas referencias cercanas, pero esta obra puede servirles para apreciar la sabiduría de los abuelos, la relación con la tierra y la apreciación de las verduras como cercanas y saludables”, avanza la creadora, que ya ha firmado dos piezas anteriores para la infancia, Martina i el Bosc de Paper y Les 7 diferències, producción de Teatre Escalante por la que su compañía, El Pont Flotant, se alzó con el Premi de Les Arts Escèniques 2018 al Mejor Espectáculo para Niños y Niñas.
Pau Pont mantiene un estrecho vínculo personal con el campo. Su abuelo era agricultor y le trasladaba el día a día de su faena de manera natural, porque sus historias no eran otras que las de la huerta: “Aprendí sin darme cuenta, con conversaciones sobre el tamaño de las habas y la necesidad de cosecharlas, por ejemplo. Pero en cambio, mis hijos no las escuchan, porque sus padres no se han dedicado a la agricultura. Y lo mismo sucede con sus compañeros de la escuela. De modo que si no se cuenta, si no se habla, no existe. Y los campos pueden verse en l’Horta Sud, al igual que las construcciones arquitectónicas de les ceberes. Así que al menos, me gustaría que a raíz de ver esta obra reconocieran su valor para nuestra tradición, para quiénes somos”.
A fin de inspirarse, la dramaturga estuvo en contacto con un agricultor de Meliana llamado Albert, al que denomina “filósofo de la tierra”, quien le aportó muchas claves sobre un trabajo agrícola natural y respetuoso. Y en lo que se refiere a la simplicidad de la dramaturgia, la inspiración procedió de sus hijos y de sus amigos: “Nos abrieron los ojos a la sencillez. Para ellos basta con tocar la tierra, plantar y ver cómo cae el agua de una regadera”.
La hija y el hijo de Pau Pons están en la franja de edad del público al que se dirige la obra. Es una consecuencia lógica del momento vital de la autora, pues se encuentra más sensibilizada hacia esta forma de mirar y de descubrir el mundo: “La manera de aprender con las profesoras de infantil pasa siempre por la experiencia de tocar las cosas, vivirlas e ir a los sitios donde suceden. Su mirada es muy sensible y también curiosa. Su aprendizaje en el aula es a partir del respeto del turno de palabra, pero desde la participación. Es una enseñanza dialógica, que se crea entre todos. A veces, formulan preguntas tan lógicas y sensatas que te iluminan”.
Horta cuenta la historia de amor de dos labradores y la combina con canciones populares y refranes típicos. Consta de una parte experiencial y realista, y de otra que es más dramática y convencional, en la que se recrea un pequeño campo.
“En el teatro, la vista y el oído están muy presentes, pero el tacto y el olfato, no, pero como son sentidos que se emplean cuando estás en contacto con la tierra, aquí hueles y tocas la tierra mojada, las hierbecitas, la cebolla.... El objetivo es dirigir la experimentación hacia el desarrollo de una mirada más activa y participativa”, resume Pau.
De hecho, son los críos y las crías con su participación los que van creando la pieza. Ellos son los que animan a la iaia de la obra a cantarle una albà al iaio, o los que le dan calabazas cuando se enfadan entre sí. Tal es su implicación en el relato que a nivel actoral se codean con las actrices de la pieza, Joana Alfonso y Esther López.
“Les nace lo más tierno y espontáneo que llevan dentro. En lugar de reventar la obra te ayudan a avanzar”, valora la directora.
La idea es crear un espectador proactivo, dirigirlo hacia un proceso más experiencial, no tan pasivo como en el teatro convencional. Y ligado al recuerdo.
A Pau Pons siempre le ha gustado el teatro que no se sabe cuándo empieza y cuándo termina, aquel que acompaña al espectador cuando ya ha finalizado la representación. “No todo tiene que ser rápido, audiovisual, sonoro, estridente… también puede haber tiempo en el escenario para la contemplación, la mirada y la magia”, aprecia.
La dramaturga ha querido trasladar a un espacio “tan convencional y artificial como puede ser un teatro” una variante de realismo mágico. En Horta, niñas y niños viven la emoción de que llueva sobre sus cabezas y sobre el campito que han plantado. Y asisten con los ojos como platos cuando reparan en que las cebollas, lechugas y zanahorias que han sembrado han crecido durante la función.
“Así, el teatro está más allá del espacio teatral: a través del recuerdo, de la experiencia y de un elemento físico que luego se van a comer. Entran con una entrada de teatro y salen con tierra en las uñas y una lechuga en las manos”.