Hoy es 4 de noviembre

tribuna libre

La guerra de los poetas (o cómo la poesía perdió su paz celestial cuando hubo dinero para repartir)

20/07/2019 - 

VALÈNCIA. La poesía española se ha convertido en un fenómeno de masas y esto ha desatado todo tipo de descalificaciones y animadversiones. Para algunos la cosa es sencilla de explicar: los bárbaros (como llama Baricco a esta generación educada con internet y las redes sociales) han entrado en la ciudad de la Poesía, sin ningún respeto, destrozando todo a su paso. Para otros, es simplemente un cambio generacional inevitable: somos la voz de estos tiempos y vendemos muchísimo, que nos dejen en paz los cuatro rancios que nos critican. 

Sin quererlo, unos y otros están saliendo retratados en la foto, y por desgracia ninguno está quedando demasiado bien parado. Por un lado, los poetas de la tradición, que ven en los jóvenes que triunfan en la red el fin de la poesía, que se niegan incluso a llamarla poesía, sin darse cuenta de que gran parte del problema es que están valorando con ojos del siglo XX la poesía del XXI. Por otro lado, los jóvenes poetas, que piden un respeto y confunden los likes con la calidad literaria. Ambos son hijos de su tiempo. Es evidente que la revolución digital lo ha cambiado todo y ha abierto la brecha generacional. El mundo no es igual después de internet. La literatura obviamente tampoco puede seguir siendo lo mismo.

Tanto el premio Biblioteca Breve a Días Sin ti de Elvira Sastre como el ensayo de Martín Rodríguez Gaona, La lira de las masas, han calentado el debate últimamente. El primero ha demostrado sin lugar a dudas que la industria se ha plegado a los likes. El segundo, ha puesto en evidencia tanto a unos como a otros. Voy a intentar explicar los prejuicios que veo en uno y otro lado.

1.No debería llamarse poesía

Si a los misterios templarios y a las Sombras de Grey se les llama novela, pues a esto hay que llamarlo poesía. Mejor o peor, pero poesía. Hay metáforas, hay anáforas, hay juegos de palabras, hay ritmo… ¿Por qué no es poesía? ¿Quién decide qué es poesía? ¿No es muy elitista y soberbio repartir carnés de poeta? Sobre todo porque la historia no suele dejar muy bien parados a los que se dedican a poner zancadillas al futuro. Normalmente es gente que observa el presente desde el pasado, ignorante de que no solo ha cambiado la poesía, sino todo el contexto y la forma de entenderla como producto de su tiempo. Como dice Rodríguez Gaona en su ensayo, del que salen muchas de las reflexiones de este texto, la principal crisis no es de producción sino de interpretación.

2. La poesía es algo elevado mientras que los versos de los nuevos poetas jóvenes son sentimentaloides, están poco trabajados y llenos de lugares comunes.

Hace unos años, un libro de poesía no vendía ni 300 ejemplares. Estos jóvenes ahora llenan auditorios y venden sus poemarios por miles. Esto lo han conseguido gracias a primar lo sentimental frente a lo intelectual, la claridad frente a la oscuridad formal y la referencialidad elitista. Si medimos esta poesía desde las ideas de la ilustración y la modernidad que consideran que la poesía es búsqueda y conocimiento, haz de luz, asomarse a lo que hay tras el lenguaje y el velo de los sentidos, desentrañar el universo y demás descripciones quasi religiosas, pues no vamos a entender nada. Como cuenta La lira de las masas, el poeta Cicerón se metió con los poetas jóvenes que utilizaban un tono menor, íntimo, poco cuidado y primando lo personal –e incluso sexual- sobre los grandes temas. Uno de esos poetas era Catulo, con el que ahora comparte sitio en las antologías. 

Igualmente los poetas consagrados se metieron con sus contemporáneos Heine, con Bécquer y con otros románticos. Por las mismas razones: demasiada emoción y poca intelectualización. Incluso con la poesía social de Celaya, por primar lo comunicativo y olvidar el destino elevado de lo poético. ¿Qué destino elevado? Desde el principio de los tiempos la poesía ha sido muchas cosas. Lo sublime y lo grosero, lo filosófico y lo personal, lo elevado y lo espontáneo han convivido durante siglos. Góngora, por ejemplo, hacía ambas cosas: igual componía un poema manierista solo comprensible por cuatro intelectuales que una copla humorística de trasfondo sexual. ¿Podemos dejar de tener el mismo debate siglo tras siglo?

3. La poesía debería ser reflexión y contemplación. Una herramienta para interpretar el mundo. Esta generación de poetas jóvenes superventas la banalizan.

¿A alguien se le ha ocurrido que tal vez no quiere interpretar el mundo? Que en estos tiempos que les ha tocado vivir de precariedad e inestabilidad, de posverdades y avatares, han desistido de interpretar nada. El futuro es incierto, solo hay presente: la foto de mi desayuno subido a Instagram, lo que siento ahora mismo subido a Twitter, un selfie recién hecho enviado a los amigos por whatsapp o un poema repentino que grabo y subo a Youtube. Interpretar el mundo, ¿para qué? Solo existe con seguridad el ahora, el intercambio incesante de las experiencias que vivimos, la rapidez. Como dice el filósofo Paul Virilio, la ontología se ha dado la vuelta en el siglo XXI y el accidente (lo anecdótico) es la nueva sustancia (lo absoluto y necesario). 

No es importante entender el mundo, sino crear redes en él, relacionarnos unos con otros, generar comunidades en los que podemos sentirnos integrados pues el capitalismo nos ha aislado, ha roto los lazos y los valores del grupo y tenemos la necesidad de sentirnos arropados, de formar parte de algo aunque sea en las redes. La poesía en este contexto es obviamente superficial, apresurada, poco trabajada, más cercana al desahogo emocional adolescente que al trabajo formal del poeta clásico. Sin embargo da cuenta de los tiempos en los que vivimos mucho mejor que el poeta clásico. Es un producto del presente que habla del presente, donde no importan los poemas sino el poeta, donde no importa lo que se esconde sino lo que se muestra, donde es más importante cuánto tiramos que cuánto compramos y atesoramos, como ya nos ocurre como consumidores: de ropa, muebles ikea o series en Netflix.

Sus poemas no deben analizarse uno a uno, sino en conjunto: la obra de estos jóvenes es un work in progress donde importa el poeta como nodo generador de mirada, impresiones efímeras y movimiento incesante. Pensar en el árbol es antiguo. Lo que importa es el bosque. El paseo por el bosque. Sin plan a veces. Improvisando el camino a la vez que se anda. Sin detenerse nunca.

FOTO: KIKE TABERNER 

4. Se alejan de la tradición y no conocen el canon.

Ya lo decían las vanguardias históricas: el canon es una creación del poder y cambia con las modas. El dramaturgo Echegaray fue premio Nobel y ahora es motivo de burlas, por ejemplo. El canon siempre es un lugar desde el que los privilegiados del sistema miran y juzgan. Que ellos no formen parte del canon es tan bueno como malo. Bueno porque se alejan del intelectualismo humanista que lleva siglos imponiendo sus modos de ver y hacer. Malo porque es una generación adanista, que se ha creado a sí misma sin apenas referentes (un poco quizás de Lorca, de Fuertes, de poesía de la experiencia…) y que por ello está en cierto modo condenada a redescubrir la pólvora. 

Pero la culpa no es solo suya. Son una generación adánica, colonos de un mundo nuevo digital donde han levantado una cultura sin canon ni tradiciónEllos, jóvenes deseosos de estímulos, se consumieron a sí mismos porque apenas tenían otra cosa con la que alimentarse. El mundo digital en el que se mueven desde recién nacidos, su hábitat natural, es un lugar con pocos referentes adultos. 

Luego nos quejamos de que los adolescentes adoran a escritores veinteañeros de un sentimentalismo ñoño, pero es que eso es lo que conocen. No han visto a Gloria Fuertes, Antonio Gala o Fernando Arrabal en la televisión como la generación anterior. Viven en las redes donde apenas hay referencias literarias porque la generación anterior, sus prescriptores naturales, no supieron entender ese nuevo mundo y servir de guía en él. Consumen los poemas de otros jóvenes apenas mayores que ellos, probablemente de poca calidad, que cuelgan sus desahogos adolescentes en Youtube, Instagram o Wattpad… pero es lo que hay. Además, con más o menos habilidad, les hablan de los temas que les interesan en un lenguaje sencillo de entender. Incluso el amateurismo es su aliado, pues desintelectualiza el discurso y lo hace apto para un público más amplio.

5. Se han vendido al mercado.

Dudo que se hayan vendido al mercado. Si acaso, el mercado se ha plegado a ellos. De hecho, no creo que estos jóvenes tengan la culpa de nada salvo de escribir sus cosas en redes y de pronto descubrir que tienen miles de seguidores. La culpa, si queremos buscar culpables, es de la industria y del mercado. De la industria por no crear un ecosistema literario potente y transparente. El amiguismo, los premios amañados y el valor medido por las ventas estaban antes de que llegase esta generación. El mercado se ha dado cuenta de que followers es dinero y ha actuado en consecuencia utilizando los mecanismos que la propia industria y sus corrillos habían creado para darse a sí mismo los premios y la publicidad. Lo que ahora les molesta es que se les ha escapado de las manos y son otros, los bárbaros, los que de pronto reciben esos premios dados a dedo o copan las mesas de las librerías.

 

6. Priman lo visual y oral sobre la palabra.

La poesía fue oralidad desde el comienzo de los tiempos. Decir que esta poesía no es poesía porque leída en la intimidad tiene poco valor es una visión un tanto miope. La imprenta se inventó en el siglo XV y poco a poco fue imponiéndose, pero me atrevería a decir que la idea de que la poesía se lee, no se escucha, apenas tiene dos siglos. Si hay que cambiar el nombre a algo, quizás es a la poesía escrita, que llegó más tarde. La vuelta a la oralidad tiene que ver con la inmediatez, lo efímero, la velocidad y el dinamismo de estos tiempos. También con lo humano frente a lo puramente intelectual: la presencia, el cuerpo, la respiración, la voz… El auge de la poesía oral en bares y espectáculos es una gran noticia. Los jóvenes llenan los recitales y hacen colas para comprar libros de poesía. Y tal vez no es la mejor poesía del mundo, pero seguro que a la larga sale algún Catulo, porque siempre sale algún Catulo. ¿Es mejor que no lean? ¿O nos leen a nosotros o que no lean? 

Además, muchos poetas de la tradición se quejan partiendo de una premisa falsa: piensan que esos poetas jóvenes superventas les están quitando el público. Que ellos podrían vender miles de ejemplares porque además son mejores y se lo merecen más. Pero no es así: ese público no estaría ahí si no fuera porque estos nuevos escritores surgidos de Instagram existen. Ese público quiere exactamente lo que lee, igual que el lector de Crepúsculo no está interesado en Moby Dick y el fan de Bisbal no quiere jazz. Ese público está ahí por ellos y solo por ellos. Y algunos llegarán más allá, leerán otras cosas más complejas, ampliarán su gusto. Pero no son la mayoría, claro que no.

Lo extraño de todo esto es que me da la sensación de que estos autores jóvenes, que de alguna manera han cambiado los modos de hacer de la poesía, que son expresión viva del tiempo que les ha tocado vivir, que son uno de los fenómenos más importante sociológicamente desde hace años, no se han enterado de casi nada. Decía Unamuno que Cervantes tardó en entender el Quijote, que hasta que no pasó un tiempo no se dio cuenta de que no había escrito solo una obra de humor, sino una novela rompedora. Así estos poetas se enfadan si la tradición se mete con ellos y aspiran a pertenecer al canon. Ven la publicación en papel y las entrevistas en los medios y las críticas en revistas como el fin último de su obra sin darse cuenta de que todo eso es parte del paradigma anterior, uno contra la que ellos están escribiendo, a veces me da la sensación que sin darse cuenta. Y esto es lo peor: no saben que son el signo de los tiempos y se empeñan en que cuatro abuelos los respeten, haciendo un poco el ridículo. Porque desde la mirada del XX la mayoría son muy malos, siento decir esto. Su interés principal es cómo están generando otro paradigma, otro lugar de la enunciación y de la recepción, otra idea del autor y la obra, un work in progress donde importa más la acumulación y la incontinencia que el verso aislado.

Y sin embargo siguen enfadándose en los mismos términos que hace cien años. Lo cual no deja de ser sorprendente y no los saca demasiado guapos en la foto.

Noticias relacionadas

next
x