VALÈNCIA. En 1862, Víctor Hugo publicaba su obra maestra dedicada a los oprimidos de Francia, Los miserables. En la gran novela romántica, sus protagonistas vivían la Insurrección de junio de 1832 en París, una sublevación antimonárquica marcada por la revuelta social. Un siglo y medio después, el director Ladj Ly (Mali, 1978) ambienta su ópera prima en la misma comuna de los suburbios donde Cosette es engañada por los Thenadier, Montfermeil. También la ha titulado Los miserables, pero la suya no es una elección oportunista, el realizador creció y vive en esta ciudad dormitorio. El argumento se inspira en los disturbios de 2005 en est zona del extrarradio de París, y sus jóvenes protagonistas encapuchados bien pueden ser una versión contemporánea de Gavroche, el niño abandonado en las páginas de Víctor Hugo que vive en las calles y se une a las barricadas de la revolución. Esta película comprometida tiene un componente autobiográfico. Como Ly nos contó en el pasado Festival de Toronto, tenía 25 años cuando el distrito 93 de París ardió y el entonces presidente Nicolas Sarkozy declaró el estado de emergencia nacional. Su ópera prima subraya, precisamente, la emergencia de atender a la juventud abandonada a su suerte en la banlieu, de mirar a los ojos a los nacidos bajo la condena de ser parias por parte de un Estado indolente.
- La película arranca con la celebración de un partido de fútbol. ¿Crees que el deporte ha sustituido al himno y la bandera como enseñas nacionales?
- Desgraciadamente, parece que el fútbol es lo único que nos une a todos y nos hace sentir franceses. Cuano el partido se acaba, todos regresamos a nuestra condición social, nos convertimos en lo que éramos. Así que siento decirlo, pero el deporte rey es el único medio de reunirnos y de eliminar las diferencias. En función de tu cultura, de tu religión, de tu clase social hay diferentes categorías de franceses. Y si tus progenitores son extranjeros, se te considera medio francés. Hay un problema de identidad muy complicado.
- ¿Estás enfadado?
- Sí, siento un poco de cólera. Hace más de 20 años que hago cine y denuncio situaciones en este barrio abandonado por el poder público. En 20, 30 años, las cosas no han evolucionado. De modo que mi película es una llamada de alarma, porque vivimos una situación crítica. He dejado un final abierto porque quiero instar a los políticos a sentarse entorno a una mesa para hallar una verdadera solución, porque el arreglo sólo puede ser político. Es necesario que el gobierno facilite unos medios y diseñe un plan, así podrán cambiar las cosas, si no, hay poca esperanza.
- Esta película es la ampliación de un corto homónimo premiado con un César. ¿Por qué quisiste ahondar en esta trama?
- Mi idea inicial fue rodar un largometraje, pero en Francia es muy difícil financiar un proyecto así, sobre todo cuando uno procede de los suburbios y aborda un tema tan sensible. Así que preferí tirar por el corto y en función de su funcionamiento, saltar al largo. A pesar del César, de nuestra presencia en 150 festivales y de los más de 30 galardonados conseguidos, fue difícil financiarlo. Hemos recibido poca ayuda.
- ¿Rodar en tu propio barrio ha tenido alguna desventaja?
- No todo han sido ventajas. Después de vivir allí más de 30 años, conozco a todo el mundo. De no haber filmado allí, el proyecto hubiera sido imposible con el presupuesto con el que contábamos. Todo el mundo se ha implicado. Cuando hemos necesitado un piso, nos lo han cedido.
- ¿Te has convertido en un héroe entre los vecinos?
- No (alarga la o y se ríe), porque ya llevo tiempo trabajando allí, pero es cierto que se sienten orgullosos de mi carrera y contentos por la trayectoria de la película.
-¿Por qué optaste por dar los roles de los policías a actores profesionales?
- Es al revés, quería involucrar a la gente de Clichy-Montfermeil,para dar vida a los habitantes del barrio, porque cuento una historia que ellos mismos están viviendo.
- ¿Cómo logras la organicidad al combinar el trabajo de actores profesionales y no profesionales?
- Cuando elijo a intérpretes sin experiencia en el cine, lo que busco son rasgos precisos. Por ejemplo, el personaje del alcalde es sulfuroso,;para el del guía espiritual del barrio, Salah, necesitaba a alguien carismático…
- ¿Cuánto tiene que ver en esta decisión tu pasado como documentalista?
- Provengo del medio documental, así que busco a la persona que más se ajuste al rol para darle un realismo. Del mismo modo que todos los planos son muy cerrados sobre los personajes, tomados cámara al hombro. Así, el resultado está en un terreno intermedio entre la ficción y el documental.
- Las personas que realmente atiende a los chavales en el barrio son los barbudos. ¿Era tu manera de denunciar el estigma al que está sometida la religión islámica?
- Los medios y los políticos asocian el Islam con el terrorismo y yo quería plasmar la realidad sobre el terreno. Los religiosos tienen un papel importante en mi barrio, y se parecen más a Salah, un delincuente arrepentido que se ha consagrado a la religión y cuyo objetivo en la vida es hacer el bien a su alrededor. Yo jamás he conocido a un terrorista de Al Qaeda.
- Habitualmente, cuando la ficción aborda un conflicto social la mirada es exterior. ¿Te has sentido mal retratado?
- Sí, se acostumbra a caer en clichés. Yo he evitado los lugares comunes de otras películas, como la presencia de drogas, de armas… Quería ser justo con la realidad.
- ¿Es esa la razón por la que has montado una escuela de cine en Montfermeil, para que sus habitante tengan el control del relato?
- Sí, para formar a una nueva generación de cineastas que puedan contar sus propias historias. Llevamos un año. La idea es tener delegaciones en Burkina, Senegal, Marruecos, Mali… El cine es un medio de difícil acceso, hace falta una formación elevada y unos ingresos para financiarte los estudios, pero nosotros ofrecemos un diploma de manera gratuita. Todo el mundo puede inscribirse.
- Hasta ahora, todos tus proyectos han estado ligados a tu barrio, ¿va a seguir siendo así en el futuro cercano?
- Sí, de hecho voy a comenzar un biopic sobre el antiguo alcalde de Clichy-sous-Bois, Claude Dilain que falleció este año. Era pediatra, así que los chavales recordamos cómo nos curaba. Cuando el Frente Nacional se presentó en la ciudad, la gente le suplicó que se presentara a las elecciones. Lo hizo y ganó a la ultraderecha. Era socialista, un hombre increíble, que se instaló en la comuna en los años sesenta y trabajó mucho por sus vecinos.
- ¿Cómo vives el auge del Frente Nacional en Francia?
- La situación va claramente a peor. Ya no sólo es la presencia de la ultraderecha en Francia, es que Europa en su conjunto se inclina cada día más a la derecha, a los extremos. Da igual que esté Macron en el poder u otro, es un sistema globalizado. Bruselas y EE.UU. tienen más que decir que el presidente francés.
- He leído que la película El odio (Mathieu Kassovitz, 1995) fue determinante para que te dedicaras al cine.
- Sí, tenía 15 años y sentí que quería dedicarme a esto. Hacía poco habíamos montado Kourtrajmé (Ly forjó este colectivo junto al hijo de Costa-Gavras, Romain Gavras, y los hoy realizadores Toumani Sangaré y Kim Chapiron). Hay gente que las compara por tratar temas similares y por haberse rodado con un cuarto de siglo de diferencia.
- ¿Piensas que tu película inspirará a los directores del futuro?
- Eso espero. Como a mí me sucedió con El odio. Eso habrá significado que Los miserables les habla.