Son incorregibles, como dijo Borges de los peronistas. Las derechas españolas andan de nuevo a la gresca. La culpa del último desencuentro la tiene la derechina de Casado, crecida con las últimas encuestas. Pero aún queda mucho partido. El PP, le guste o no, necesita a Vox para gobernar los restos de España
Los del PP están contentos porque las encuestas les sonríen. Se comprende su alegría porque esta circunstancia no se daba desde tiempo inmemorial. Tener 88 diputados no da para muchos jolgorios. Se habían acostumbrado a ejercer de segundones en la política española, y no hacían esfuerzos por aspirar a más. Los conservadores estaban cómodos en su papel. Vivían otra travesía del desierto, alejados de la tierra prometida del poder.
Cuando la derecha clásica había interiorizado que no ganaría unas elecciones hasta al menos 2030, Murcia les devolvió la fe en la victoria. El fracaso de la moción de censura alentada por los socialistas y los liberales castrados fue un regalo imprevisto para el joven Casado. Luego vino el levantamiento del 4 de mayo en Madrid. El triunfo arrollador de doña Ayuso apuntó un cambio de ciclo.
“SI EL PP HA REMONTADO EN LAS ENCUESTAS ES POR DEMÉRITO DEL MANIQUÍ. NO SE VISLUMBRA QUE LA DERECHA TENGA UN PROYECTO ALTERNATIVO AL GOBIERNO DE LOS RICOS”
El presidente maniquí, tocado por la debacle electoral, soltó lastre sacrificando a una vicepresidenta y seis ministros en lo que los historiadores han bautizado como la matanza de san Cristóbal. Se constituyó el nuevo Gobierno, pero no suscitó el entusiasmo esperado entre el gran público, tanto solo indiferencia ante otra sarta de mentiras suficientemente conocidas.
El viento ha vuelto a soplar a favor del partido de Teo y Cuca. La derecha está envalentonada. Se cree que se va a comer el mundo. Hasta se permite el lujo en Ceuta de despreciar a su socio, gracias al que gobierna en Madrid, Andalucía y Murcia. Error estratégico de calado, como denunció Cayetana de España. Porque a los caballeros de cuello duro y a las damas de melena rubia oxigenada les será imprescindible, les guste o no, el apoyo del partido de Santi el Asirio si quieren volver a gobernar en España, o lo que quede del país cuando llegue ese día, de momento tan dolorosamente lejano.
Si la derechina ha remontado en las encuestas —que son eso: encuestas interesadas— no es por acierto suyo sino por demérito del maniquí y su creciente soberbia. De momento, no se vislumbra que el PP tenga un proyecto alternativo al Gobierno de los ricos, y tampoco un líder con cuajo. Hablemos claro: Pablo Casado, por esas carambolas de la historia, podrá ser presidente algún día, pero nunca será nuestro líder. Líderes del centro-derecha lo fueron, en distintos momentos y por diversos méritos, Adolfo Suárez y Felipe González.
Si yo fuese asesor de postín en el sanedrín conservador, le recordaría a Casado su condición humana y los males que se derivan del desprecio innecesario hacia la mano que te da de comer. Normal que Santi y su tropa estén enfadados. Tender puentes con Vox, y no dinamitarlos, es lo inteligente, aunque desagrade a los pedro josé del periodismo capitalino que recorren España exhibiendo el cadáver embalsamado del liberalismo patrio.
La única manera de acabar con el Gobierno aterrador —el de los 130.000 muertos, la subida de la luz y los carburantes, el paro y la ruina empresarial, la deuda pública y la enseñanza pública de beneficencia— es sumando fuerzas, no con el enfrentamiento. Que tengan la amabilidad de preguntar a sus votantes y verán que estoy en lo cierto.
A nosotros los románticos, los que seguimos tentados de echarnos al monte para defender la quimera de un país de ciudadanos libres e iguales, nos parece que el centrismo casadiano es un truco estéril, todo lo más un gesto para tranquilizar a los señores del Gran Dinero, encantados con el Gobierno de los ricos.
Por esta y otras razones, el partido de Cuca y Teo no nos pone nada. Otra cosa es Cayetana. Entre Cayetana y el búho gallego, no hay color. Nos quedamos con la primera. Más cayetanas y menos cucadas. Ese es el camino. Así algunos regresaremos, cual hijos pródigos, a la mayoría natural de Fraga Iribarne, conocedor de que la política es algo más que el ejercicio riguroso de la contabilidad. ¡No es sólo la economía, estúpidos!
Hay que ganar la batalla ideológica y cultural antes de vencer en las urnas. No basta con esperar a que esta crisis desgaste al adversario, como ocurrió en 1996 y 2011. Eso no valdrá en las próximas elecciones generales, cuando las derechas se enfrenten a un caudillo capaz de todo por implantar un régimen concebido para someter a la mitad del país que lo detesta.