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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

La conexión valenciana de Surfin’ Bichos

Foto: TONI VILLAR
4/06/2017 - 

VALÈNCIA. Hermanos carnales, la obra cumbre del grupo albaceteño Surfin’ Bichos, y uno de los discos más importantes del rock español cumple 25 años. Para celebrarlo, el álbum se reedita y la obra integral del cuarteto liderado por Fernando Alfaro es recuperada en una caja titulada El mundo por los pies. 1988-1994. La banda ha vuelto a los escenarios y estará presente en varios festivales veraniegos y continuará de gira por salas durante el otoño y el invierno. 

Fernando Alfaro llegó a València cuando la década de 1970 empezaba a dar paso a la de 1980. Un periodo breve pero que terminaría siendo muy importante para muchos chavales. La música pop, entonces uno de los alimentos fundamentales de la adolescencia, estaba sufriendo cambios profundos, algo que se tradujo en nuevos artistas, discos sorprendentes. València no escapó a ese influjo, al contrario, lo aprovechó al máximo. El tiempo que Alfaro vivió en la ciudad estudiando COU, lejos de su Albacete natal, coincidió, con el asentamiento de las discotecas alternativas, con Barraca y Chocolate al frente. 

Y también con lo que yo llamo el verano neorromántico, puesto que ningún lugar en España absorbió con tantas ganas el look new romantic. Parte de ese pequeño fenómeno comenzó en las calles contiguas a la Estación del Norte y ésta se transformó en una nueva zona de ocio nocturno. El pub Pyjamarama y la discoteca Metrópolis conformaron su núcleo; Glamour hicieron del primero su base de operaciones y la segunda se convirtió en obligatorio punto de encuentro nocturno. Alfaro iba por esa zona, a la que la gente se refería coloquialmente como Pelayo. También iba a Barraca y  Benimaclet. 

La ruta del Bustaid

Como tantos otros chicos de nuestra generación Alfaro absorbió un montón de información musical en aquella València que jugaba a estar fuera de control. La droga más popular en la ciudad, el Bustaid (un medicamento legal hecho con metanfetamina al que, si no me equivoco, La Banda de Gaal llegó a dedicar una canción) le ayudó a transitar por todas aquellas noches. Esta y otras cosas me las contó hace unos días en una charla por Skype. “Nunca he sido de mucho bailar”, dijo, “pero hasta yo bailaba en aquella discotecas que fueron el prólogo a lo que más tarde se convertiría en la ruta del bakalao”. Cuando se hizo evidente que València y los estudios habían formado un oxímoron, Alfaro tuvo que volver a Albacete, pero siguió regresando al escenario del crimen muchos fines de semana. Vio a los Fleshtones en Barraca, y según sus propias palabras, “Chocolate se la trabajó bastante”. Hay una canción, El vientre del firmamento, de Chucho, el grupo que creó tras la disolución de Surfin’ Bichos, en la que de alguna manera habla de todo eso.

Revistas música y libros de ficción

Mientras hablábamos vi que en el mueble cargado de libros que estaba a sus espaldas asomaba el lomo de La geometría del amor. Hablamos de John Cheever y Fernando me contó que se encontraba inmerso en los relatos de Lucia Berlin. Fernando Alfaro es uno de los primeros músicos posteriores a la movida que integró la literatura en las canciones de un modo consciente y buscado. Es lógico pues que terminara convertido en personaje literario en la prosa de Agustín Fernández Mallo. Las obras de Agustín también están entre los libros que son esenciales para Alfaro. No resulta difícil encontrar conexiones visibles e invisibles entre la obra de ambos, una correspondencia que nace de lo inquietante. Alfaro es un músico que, antes de serlo, también leyó con apetito las revistas musicales españolas. Me cuenta que se compraba Estricnina, el fanzine que sacaba yo en aquellos días de Metrópolis, Pyjamarama y Barraca. Es un descubrimiento que me hace feliz. Saber que aunque sea de una manera remota algo que hiciste o escribiste fue importante para alguien a quien admiras.

Manolo Rock

Como ya he dicho, Alfaro tuvo que volver a Albacete para acabar el COU. Pero la conexión valenciana se reavivaría unos años más tarde. Para entonces ya había creado un grupo de rock, una extraña criatura llamada Surfin’ Bichos. Ordovás ponía su primera maqueta en la radio. Otro grupo albaceteño, Franky Franky y el Ritmo Provisional, también se entusiasmaron al escucharla. Le hablaron de ella a su mánager, Manolo Aguilar, canario afincado en Valencia que había adoptado el apodo de Manolo Rock. Había trabajado con La Banda de Gaal, la semilla de Glamour; posteriormente, y entre otras muchas cosas, llevaría a Comité Cisne y estaría al frente de la sala Gasolinera. En un correo electrónico, Manolo me cuenta cómo descubrió a Surfin’ Bichos. Durante un trayecto nocturno de Albacete a Valencia escuchó la primera maqueta del grupo y percibió que en aquellas canciones allí había algo distinto, especial. “Eran atrevidos en toda su propuesta artística”, matiza en su correo, “y Fernando te podía devorar el alma hablando solo de sus sueños”. Una vez en casa volvió a escuchar la maqueta en casa. Teyma Menárguez, la mujer con la que comparte vida y proyectos laborales,  solo necesitó escuchar un par de canciones. Fíchalos, le dijo. Eso fue lo que hizo. Manolo estuvo con ellos desde 1989 a 1991.

Gente abollada

Recuerdo que lo primero que me atrajo de Surfin’ Bichos, fue el nombre. Esa combinación idiomática tan sucinta y a la vez poderosa, la unión de dos palabras tan dispares y a la vez tan contundentes. Después me obsesioné con el título de una de sus canciones. Gente abollada. Fatalismo y compasión en el abrazo poético de una frase hermosísima. El primer álbum del grupo, La luz en tus entrañas, me descubrió a un grupo incandescente. Surfin’ Bichos hacían aquí, en nuestro idioma y a su manera lo que algunas voces del rock anglosajón nos transmitían desde fuera. Me va por la cabeza que algo escribí, seguramente para Ruta 66, de aquel álbum, pero no estoy seguro y ni Manolo ni Fernando lo recuerdan así que es posible que solo sea otra ilusión de la memoria. Lo que sí hice fue entrevistar a Alfaro cuando apareció Fotógrafo del cielo, publicado en 1991. El disco dio una vuelta de tuerca más al estilo del cuarteto, en el que José Luis Macías, miembro entonces de Comité Cisne, se encargó de la producción. Alfaro mantiene que el trabajo que les hizo estaba adelantado a su tiempo. Supo darle a sus canciones lo que necesitaban en ese momento.

Declaraciones que sobreviven al tiempo

Nunca suele convencerme nada que haya escrito en mis días juveniles. Pero al buscar la entrevista que le hice a Surfin’ Bichos en 1991 para Ruta 66, me encuentro con una grata sorpresa. Es una entrevista redactada en estilo directo, así que el mérito recae sobre Alfaro. Articula su discurso con la misma convicción con la que cantaba sobre tabús en unas canciones que eran como la zarza que ardía y no se quemaba.  Contaba, por ejemplo, como tras descubrir a Velvet Underground, “el acto de hacer una canción fue mucho más íntimo. Algo que sobre todo me hacía sentir bien. Un método de felicidad bastante más sano que otros y al que tengo mucho que agradecer”. Y explicaba así las primera actuaciones del grupo: “”Entonces decidimos enseñarle las tripas a la gente para ver si a alguien le servían para algo, aunque fuera para sentirse mal”. Y describía así su relación con la música de otros: “Sigo escuchando música, la música que me gusta, que me tapa los agujeros del alma”. Cuando le pedí que definiera lo que hacían, contestó que hacían pop bastardo. “Solo somos cuatro hermanos carnales que tocan pop bastardo”. La frase se convirtió en el titular. 

1992, el año en el que todo empezó a torcerse

Manolo Rock dejó de trabajar con el grupo después de Fotógrafo del cielo. Fue un momento bajo en el que debido a varias decepciones, decidió alejarse profesionalmente de la música una temporada. Dejaba a Surfin’ Bichos situados en la antesala de su consagración. Poco después llegaría la obra cumbre, Hermanos carnales, la apoteosis de su trayectoria. A partir de ahí, todo empezó a descomponerse. En verano de 1992, Nirvana realizó una gira española que comenzó en València, siguió en Madrid acabó en Bilbao. En el cartel y las entradas estaban también impresos los nombres de Teenage Fanclub y Surfin’ Bichos. Era un cartel fastuoso. Por problemas y malentendidos entre el nuevo management y el promotor de la gira, Surfin’ Bichos cayeron del cartel. En el concierto se le echó de menos. 

El batacazo promocional tuvo sus consecuencias y terminó afectando a la relación de la banda con la discográfica y a la banda en sí misma. Surfin’ Bichos aparecieron en escena en un momento en el que no había nadie que se les pareciera. Soñar que pudieran alcanzar cierta cuota de popularidad más allá del mercado especializado no era ninguna tontería. Durante unos meses incluso parecía posible que lo consiguieran. Su historia es como la ese vaso con agua que unos ven medio vacío y otros medio lleno. Más de veinte años después, y viendo lo que lograron en su día y como dejaron su huella, yo creo que lo suyo fue un triunfo.

Conjunción astral perfecta

“Nosotros teníamos un entusiasmo ciego y  un poco suicida”, dice Alfaro acerca de Manolo Rock. “Manolo era el que nos conducía, en el sentido literal y en el figurado, por ese camino suicida”. Manolo fue un elemento fundamental para la banda de la misma manera que lo fue para el rock valenciano en una época en la que el underground lo era de verdad. “Fue como una conjunción astral perfecta, nos ayudó a que todo fuera tan rápido como queríamos”. Por su parte, Manolo, que sigue queriendo mucho al grupo, opina que a pesar de toda la consideración que se les tuvo desde los medios especializados, Surfin’ Bichos merecían más. Fuese como fuese, la existencia del cuarteto abrió la puerta a una generación de grupos que empezaban a brotar, gente como Los Planetas, que llegaron a escena poco después, cuando los Surfin’ ya estaban perdiendo la energía necesaria para seguir adelante.

La influencia

Uno de esos músicos es Carlos Ballesteros, de Hidrogenesse. Le pido a Carlos que me hable de su relación con Surfin’ Bichos y me escribe contándome que eran su grupo de rock favorito cuando era joven. Se compró Gente abollada en un Pryca después de verlos actuar en un programa de televisión un sábado por la tarde. En 1997, Hidrogenesse grabaron su propia versión de Fuerte y se la dieron a Alfaro tras un concierto de Chucho en Barcelona. Los arreglos eran electrónicos. Cuando le hablo de ella, Alfaro afirma que al escucharla se quedó gratamente sorprendido. La versión fue grabada de nuevo para un disco homenaje a Surfin’ Bichos. “Tienen muchas cosas que lo hacen único”, dice Ballesteros. “La voz frágil de Alfaro, la parte sucia y rockera y por encima de todo, el talento melódico para hacer canciones pop, a eso hay que añadir una letras entre lo tremebundo, lo sensible y lo eufórico, que llamaban mucho la atención”.

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