Raúl Quinto da forma a la vida incierta de Fernando Oreste Nannetti, quien aquejado de esquizofrenia y mala suerte, acabó confinado y contando su historia en más de setenta metros de muro.
VALÈNCIA. Ahora el acto de escribir se aprieta, se pulsa, se presiona suavemente sobre una superficie luminosa: comenzamos, que sepamos, sufriendo un poco más, esforzándonos como se esfuerza quien tiene delante, a tocar, un futuro prometedor, una sorprendente ventaja; hoy la tablilla es un foro desquiciado en el que vertemos palabras y palabras que puede que signifiquen algo o no, que creemos o no, que pensamos no siempre: el futuro iba a ser de la imagen y resulta que nos tiramos todo el día leyendo y escribiendo: el correo electrónico y la mensajería instantánea han arrasado el imperio del teléfono: parece que vuelve la voz, pero no en tiempo real: sobrevive la voz empaquetada y para disfrutar en pequeñas dosis cuando uno quiera o pueda. Íbamos a dejar de escribir pero es que Twitter y es que WhatsApp. En las nuevas tablillas se está escribiendo nuestra historia, que ni es fácil de digerir ni de procesar y mucho menos de entender. Se diría que es la época de la escritura compulsiva, de los teclados desgastados, de las pantallas táctiles cansadas de tanta notificación. Los correos electrónicos son ya los correos a secas: en Correos se mueve el dinero, la paquetería, alguna que otra postal y las cartas espeluznantes con remite de una agencia. Ser humano es igual a escritura: nos apasiona fijar ideas en cualquier tipo de soporte, decir eh estoy aquí y esto es lo que opino —generalmente lo que creo que creo—; el mundo es nuestro siempre que tengamos a mano una herramienta con la que componer palabras o un documento que decodificar para obtener una historia. El ser humano es un depredador insaciable de historias —todo es una historia, muchas—, y el cuerpo de las historias está compuesto de símbolos, igual que nuestro ADN se expresa en letras.
Fernando Oreste Nannetti fue lo que en otros tiempos se definía como un loco, y aquejado de esquizofrenia y de una penosa mala suerte, acabó encerrado en un pabellón penitenciario del manicomio de Volterra tras decirle una palabra más alta que la otra a un agente de la autoridad especialmente rencoroso: allí, en aquel lugar terrible en el que la condición humana era destruida a base de fármacos y terapias propias de una película de horror, Nannetti se convirtió en NOF4, y objeto punzante mediante, habitualmente ayudándose de la punta metálica de la hebilla de su uniforme de preso, escribió su historia —la que él quiso— a lo largo de más de setenta metros de muro poco consistente. Esto lo narra con gran acierto el poeta Raúl Quinto en La canción de NOF4 que publica Jekyll & Jill en una de sus habituales ediciones excelentes, con fantástica ilustración de cubierta de Alejandra Acosta, e incluso una fotografía desplegable de la obra de Nannetti en el muro que lo encerraba y le daba alas, unas alas que no deberíamos romantizar, pero que le permitieron sobrevivir, en palabras certeras del autor, en el desierto de lo hiperreal. En cuanto tenía la ocasión, Nannetti grababa páginas en la pared y en ellas figuraban torres telepáticas y máquinas del tiempo, helicópteros con pies y casas de la infancia, y también el eco de la amenaza nuclear constante de los años de las explosiones monstruosas que destruían en un pestañeo ciudades enteras, palmeras, incontables y desdichados seres marinos en los que nadie tenía tiempo de pensar con el reloj del fin del mundo a punto de dar las doce. Todo eso lo reflejaba Nannetti, hijo de su época como todos, en la larguísima autobiografía alucinada que rascaba en el muro del pabellón aprovechando su inconsistencia arenosa. Allí se dirigía a parientes inexistentes y compartía mensajes llegados a su mente procedentes de quién sabe.
Mensajes como: “Saluda a Ronchini Annunziata y familia; yo también te envío mis saludos y besos muy afectuosos a ti, querida Milena y familia. Te envío algunas noticias del sistema telepático que me han llegado, te parecerán extrañas pero son verdaderas: 1- La Tierra está inmóvil y los Astros giran sobre una parte de la Tierra. 2- La Mujer no tiene Padre. 3- Por Televisión nos oís, nos veis, vía Esfera y Radar y en el sistema Telepático, cuando yo estoy en conexión, Cañón 120 eléctrico, soy un astronáutico ingeniero de minas en el sistema mental, también soy coronel de Astronáutica Mineral Astral y Terrestre [...] Astronáutica francesa de la NOF4, /40/90/ La India y la Europa primitiva, América, África, han sido destruidas por la NOF4. No tengo nada más que decirte, aparte de saludarte y abrazarte a Ti y a tu familia. Tu Nannetti (Oreste) Fernando. La luz y el sonido tienen la misma longitud de onda”. ¿La tienen? Por alguna razón, para el autor de esta misiva, esa idea era especialmente relevante. Quinto cuenta la historia de Nannetti con una escritura de pulso poético que va y viene, que avanza, para, y deja algo para el final, un fijar de ideas que se detiene en el batir de alas de las mariposas blancas y que acerca al frenético presente una vida marcada por la soledad y el encierro, interior y exterior, y por la desgracia, claro; una vida la de Fernando Oreste Nannetti abandonada desde sus orígenes, una vida superviviente que relaciona Quinto con “lo que Prinzhorn denominó Gestaltung: la necesidad imperiosa de dar forma, la urgencia agónica por crear un mundo propio en el que poder habitar ante la hostilidad o incomprensión del nuestro. La necesidad de un idiolecto como refugio o como palanca para la expansión”. Ahora, que somos esclavos, somos también un poco Nannetti, un poco NOF4, y en el mundo de las redes que nos pescan y de la hiperconectividad potencialmente catastrófica, llamamos muros nosotros a las superficies digitales en las que fijamos todo aquello que configura nuestra historia.
Toma nota porque a continuación vas a encontrar una lista de muy buenos libros para leer, o como es menester a estas alturas del calendario, regalar