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los recuerdos no pueden esperar

Kiss y la estrategia del disfraz

3/02/2019 - 

VALÈNCIA. El pasado 31 de enero comenzó lo que se anuncia como la última gira de Kiss, acontecimiento que llega acompañado por un nuevo recopilatorio de éxitos. Que sea la última gira o no, el tiempo lo dirá. Lo que sí está claro es que se pone en marcha una de las maquinarias pioneras en lo referente a convertir el rock en espectáculo. Los reyes del artificio y del disfraz se lanzan a morder el último bocado de la suculenta tarta que llevan años probando. Hace veintidós años, en una coyuntura similar, tuve ocasión de de hablar con Gene Simmons, líder de la banda.

Kiss siempre me han producido sensaciones contradictorias. Cuando era adolescente, me atraía mucho su propuesta, hecho este que, a su vez, me generaba mucho remordimiento. Kiss es un grupo que siempre ha trabajado para los adolescentes. Para hacerlos felices y para sacarles el dinero. Hasta que ellos aparecieron sobre la faz de la tierra, ninguna otra banda de rock había tenido la feliz idea de presentarse como si fueran personajes de Marvel. Nadie se ha valido del disfraz como ellos. Imitadores han tenido muchos, pero ninguno ha usado el disfraz de una manera tan evidente. Para hacerse pasar por lo que no eran.

A mí lo de Kiss me daba vergüenza, propia y ajena, por ese descaro. Era un grupo descaradamente comercial. Aparentemente incompatible con intelectuales del rock como Lou Reed, Patti Smith o Tom Verlaine, que eran mi verdadero gran amor entonces. Pero me gustaban, no podía evitarlo. Me gustaban sus portadas, su maquillaje, las fotos en el Popular 1 con las explosiones, los chorros de sangre, la lengua reptiliana de Gene Simmons haciendo piruetas. Eran eso que los anglosajones llaman un placer culpable. No mucho después descubrí que Lou Reed se había ofrecido para escribirles algunas letras y una niña punk de Madrid llamada Alaska lucía una camiseta de Kiss. Hay cosas contra las que no tiene sentido luchar.

Kiss siempre ha sido una factoría de entretenimiento, como Disney o como Pixar, construido sobre unas canciones sin fisuras, hechas para gustar sin ningún pudor, y  un concepto escénico teatral y espectacular. David Bowie llegó a insinuar que cuando Gene Simmons descubrió la portada de Aladdin Sane, tomó buena nota y se apuntó a lo del maquillaje estrambótico. Cualquier atisbo de mala fama quedó contrarrestado con la llegada de los años noventa y toda una generación de músicos serios –Sonic YouthNirvanaMelvins- reivindicando el poder  de sus canciones. Dicho de otra manera, gracias a todos estos y algunos más, decir que te gustaba Kiss dejó de representar un peligro de cara a tu credibilidad, suponiendo que uno haya tenido algo de eso alguna vez.

A finales de 1996 me propusieron una entrevista telefónica con Simmons. No era un tipo que se prodigara con los medios. Lo suyo se ha vendido igualmente sin la necesidad de las bendiciones de los críticos, y por otra parte, es de suponer que estaba hasta la peineta de discutir con los periodistas sobre la consistencia de su propuesta artística. Pero la ocasión era especial. La formación original se reunía para una gira. Recuperaban el maquillaje que habían desechado más de diez años atrás en un desesperado acto de renovación. Vamos, que se avecinaba un acontecimiento y encima la gira pasaba por España. Así que el señor Simmons tuvo a bien hablar con unos cuantos medios y a servidor de ustedes le tocó preguntar para El País.

Me he olvidado de decenas de entrevistas que he hecho, incluso algunas que en su día fueron cruciales (y con esto me refiero a ponerme a buscar en el cajón de las casetes y encontrarme con una entrevista con Krist Novoselic de Nirvana fechada en 1993 que ya no recordaba haber hecho). De la de Simmons, en cambio, me acuerdo perfectamente por un detalle. Cuando consideró que ya me había dicho todo lo que quería decir, se me quitó de encima. Así fue. Me dejó perplejo porque de repente, antes incluso de que se consumiera el tiempo pactado, me dio puerta. No fue por una pregunta impertinente ni porque le discutiera más de lo soportable. Fue porque consideraba que ya había dicho lo que tenía que decir y no le preocupaba lo más mínimo si había algo más que yo quisiera saber.

Fue un detalle nimio, en realidad nada importante con otras experiencias vividas durante conversaciones presenciales o telefónicas. Madonna lanzándome una maldición con la mirada. Ian McCulloch llorando porque le pregunto si echa de menos a Bowie. Los miembros de Foo Fighters insistiendo en contestar la entrevista tumbados en el suelo de su habitación de hotel. Lo de Simmons fue casi anecdótico, vale, pero fue tremendamente revelador. Hay detalles que, por muy nimios que puedan parecer, dicen muchísimo acerca de alguien.

Simmons contestaba desde un hotel en Las Vegas, algo que por supuesto me recalcó para que quedara claro el nivel de poderío. Habló sin humildad alguna de los récords de su banda. Me dijo que los únicos que les hacían sombra, a todos los niveles, eran los Beatles pero que esperaba sobrepasarles, al menos en cuanto a discos de oro obtenidos, en algún momento. Me hablaba como esos agentes comerciales que te asaltan en una gran superficie, y te cuentan las maravillas del productor que venden, con esa autoridad que nadie les ha concedido, recurriendo al tono condescendiente si se te ocurre decirles que no. ”Todo el mundo quiere probar la magia de Kiss”, se jactaba Simmons con una sonrisa malévola. Así que me estuvo contando que estar en el grupo implicaba una enorme responsabilidad, que todo debía funcionar a la perfección y si no, cualquier pieza menos él era reemplazable. Me contó los secretos de la sangre falsa que vomitaba en escena y también se quejó de que tenía que beber queroseno para pode lanzar llamaradas. Entonces me acordé de una noticia que leí de pequeño. Tras un concierto televisado de Kiss en Estados Unidos, hubo numerosos casos de chavales quemados. Todavía no existía el famoso eslogan de “no intentéis hacer esto en casa”.

Los disfraces están muy bien y la música pop los necesita tanto como cualquier otro recurso. Pero al final, un disfraz no es más que eso. Dejando a un lado la eficacia de sus canciones –mi favorita es ‘I Was Made For Loving You babe’, tema con el que se apuntaron sin pudor alguno a la música discotequera-, y una vez despojados de aquella mística de sus inicios, veo a Kiss más como  una empresa que un grupo. El disfraz y el maquillaje, estupendos, pero la realidad es la que es en cuanto escarbas un poco. Hay señoras que se disfrazan de modernas y en realidad está a medio minuto de pensar como Arévalo. Hay señoros quienes presumen de progresistas y a la mínima que abren la boca son siameses ideológicos de Esperanza Aguirre. Cuando Simmons lo consideró oportuno dijo: “Disculpa están llamado a la puerta, tengo que colgar”. No se había escuchado ningún ruido que indicara lo que él decía, pero se despidió sin darme tiempo a replicar y colgó. El hombre de negocios se había quitado el disfraz.

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