Que la devastadora preeminencia de las ideas neoliberales está en declive es un hecho contrastado. No me atrevería a darlas por muertas, puesto que su capacidad de construir el marco conceptual de la economía mundial ha sido tan importante desde la década de los 70, que está por ver si el deceso es definitivo. No obstante, parece evidente que están en claro retroceso.
Esta evidencia se ha hecho patente con las políticas presupuestarias anunciadas por una mayoría de los estamentos políticos y económicos. Hayek y Friedman pasaron de moda, afortunadamente.
En el marco europeo, la puesta en marcha del fondo creado para paliar los efectos económicos y sanitarios provocados por la covid-19, demuestra la abismal diferencia de enfoque utilizado ahora, si se compara con las recetas utilizadas por la Troika -Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional - para afrontar la crisis financiera de 2008.
En aquellos momentos, el dogma de la austeridad se aplicó sin compasión como remedio a la crisis económica. Las consecuencias por todos son conocidas. Incremento de las desigualdades sociales y entre países -con especial afectación a los estados del sur-, elevado desempleo de la población -generando amplias bolsas de pobreza- y la eliminación de la soberanía política de los gobiernos nacionales para poder desarrollar políticas alternativas de gasto que contravinieran el dogma neoliberal impuesto por las autoridades europeas.
Europa no quiere ni puede repetir errores pasados. Buena noticia.
En el ámbito doméstico, los Presupuestos Generales del Estado para el ejercicio 2021, presentados por el Gobierno de España, siguen la línea marcada a nivel europeo, haciendo patente una clara apuesta por las políticas keynesianas de ingresos y gastos.
En el caso de los ingresos, se impone una necesaria mejora de la progresividad fiscal -tan sencillo como que quién más tiene, más paga-. De esta forma, los menos afectados por la crisis -me atrevería a decir por las crisis, en plural y en general- verán incrementada su obligación de contribuir a las arcas públicas con más recursos. Por ello, las personas que ingresen más de 200.000 euros pagarán más impuestos, así como las grandes empresas y los grandes tenedores de patrimonio.
Simultáneamente, las políticas de gasto también se incrementan, dando una mayor cobertura a los servicios públicos fundamentales. Las partidas de sanidad, educación, así como las partidas de ayudas a empresas, autónomos y trabajadores se ven considerablemente incrementadas siguiendo con la línea del escudo social implantado desde el inicio de la pandemia. Que nadie se quede atrás, esa es nuestra hoja de ruta.
Una línea económico-presupuestaria de tintes keynesianos que también contemplan los Presupuestos de la Generalitat Valenciana. Cuentas expansivas por un importe global de 25.000 millones de euros -las más altas de la democracia valenciana- protagonizadas por los incrementos de la inversión en sanidad, educación, servicios sociales y dinamización económica -con protección especial a los trabajadores en dificultades-.
Respecto a la reforma fiscal, cabe recordar que la Generalitat Valenciana la aplica desde el año 2017. En aquel ejercicio se produjo un cambio de paradigma en el modelo fiscal valenciano. Pasamos de ser una de las autonomías con un régimen fiscal más regresivo -quien menos tiene más paga- a dotar a nuestro sistema impositivo de la progresividad constitucionalmente obligada y socialmente necesaria. Es decir, lo que el Gobierno de España ha podido hacer por primera vez en este ejercicio -presupuestos “non natos” y elecciones generales mediante- la Generalitat lo lleva aplicando tres años.
Esta nueva vigencia de las políticas keynesianas puede obtener el espaldarazo definitivo con la victoria de Joe Biden en las elecciones americanas. El líder demócrata parece dispuesto a hacer una enmienda a la totalidad a las políticas públicas perpetradas por su antecesor.
Si esta voluntad se consuma, unido a los anuncios del oriundo de Scranton (Pennsylvania), de volver a llevar a Estados Unidos a la senda del multilateralismo internacional, no sería descabellado pronosticar una nueva edad dorada del keynesianismo y la socialdemocracia como teorías económicas y políticas dominantes, en este nuevo orden mundial que alumbra la flamante Presidencia demócrata.
La línea keynesiana, que parece volver a imponerse en la economía mundial, se ve reflejada en las siguientes palabras del economista británico “por mi parte, pienso que el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es, en muchos sentidos, extremadamente cuestionable. Nuestro problema es construir una organización social que sea lo más eficiente posible sin contrariar nuestra idea de un modo de vida satisfactorio”. Ilustrativo y de gran actualidad.
Probablemente sea pronto para sacar conclusiones, pero todos estos hechos apuntan motivos para la esperanza. Lo que está fuera de toda duda es que Keynes -y sus ideas- siguen vivas.