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CRÍTICA DE CINE

'Juliet, desnuda': La búsqueda de lo esencial

4/01/2019 - 

VALÈNCIA. La inmadurez del género masculino ha sido abordada muy bien (con más o menos dosis de autocompasión y condescendencia) en algunas novelas de Nick Hornby, en especial a la hora de plasmar la necesidad de esconderse de uno mismo y de los verdaderos problemas tras la sombra de algún fanatismo o afición que sirve para rellenar un vacío relacionado con la incapacidad para asumir responsabilidades adultas. 

El autor se erigió en símbolo de varias generaciones gracias a Alta fidelidad, una novela atravesada por un chute irresistible de cultura pop que hablaba del encanto y al mismo tiempo de los peligros de su consumo compulsivo. Por ejemplo, de la necesidad de componer listas de lo mejor y lo peor de todo lo habido y por haber para demostrar erudición en todas las materias posibles. 

Pero además de la capa pegadiza que desprendía su portada detrás se escondía una cara B nada amable que hablaba del egoísmo masculino al mismo tiempo que de su lastimoso patetismo a la hora de no aceptar la llegada de la madurez. El autor siempre ha tenido la capacidad de retratar el tiempo y el espacio en el que se insertaban sus historias y sus personajes convirtiéndolos de alguna manera en hijos de su tiempo. En el caso de Alta fidelidad surgió en el momento álgido del Britpop y sirvió para definir el Zeitgeist de los años noventa. La música como factor de unión (o de separación) entre personas al igual que ahora pueden serlo los grupos de senderismo o de comida sana. 

En Juliet, desnuda (Anagrama, 2010) volvió a desgranar muchas de sus obsesiones, sobre todo a través del personaje de Duncan Thomson, un hombre cercano a los cuarenta cuya vida gira en torno a la absurda tarea de intentar diseccionar al milímetro la figura de un músico que en su juventud solo hizo un álbum, Tucker Crowe, y que ha quedado en el olvido excepto para un grupo de fans acérrimos del que Duncan piensa que es su líder espiritual. Su obsesión ha terminado por perjudicar su relación de pareja con Annie que se siente vacía y menospreciada en comparación a la importancia que Duncan da en su vida a su ídolo.

Son muchas las novelas de Hornby que se han adaptado al cine, desde la mencionada Alta fidelidad por parte de Stephen Frears, a Un niño grande (también en formato serie) pasando por la olvidable En picado. Ahora Jesse Peretz pone en imágenes Juliet, desnuda para certificar lo bien que le sienta a la literatura del escritor británico su traslación a la gran pantalla. El director, conocido por su relación con la serie Girls ya había adaptado una historia corta de Ian McEwan en First Love, Last Rites (1997), pero antes de dedicarse a hacer películas formó parte del conocido grupo The Lemonheads, justo antes de que alcanzaran una popularidad masiva gracias a su álbum I’ts A Shame About Ray en 1992. Sin embargo, continuó colaborando con ellos convirtiéndose en su fotógrafo oficial y dirigiendo los videoclips de canciones como Confetti o Mr. Robinson. Esa sería durante un tiempo una de sus ocupaciones trabajando para grupos de la generación MTV como Nada Surf (Popular), Ash (Girl from Mars) o Foo Fighters (Learn to Fly, One, Low). 

Por eso si había alguien con la suficiente cultura musical y con la edad adecuada para entender a la perfección el espíritu de Juliet, desnuda, ese era Jesse Peretz, que consigue trasladar de manera sencilla y transparente todas las inquietudes en torno al éxito, el fracaso y la necesidad de la música para componer una historia íntima que latían en la novela. 

El director nos traslada así a una pequeña localidad costera británica donde viven Ducan (Chris O’Dowd) y Annie (Rose Byrne), atrapados en una rutina insatisfactoria hasta que la figura de Tucker Crowe (Ethan Hawke) adquiere una presencia física concreta. Para él esa materialización supondrá el final de su delirio mitómano al darse cuenta de que su ídolo no se corresponde con la imagen distorsionada que durante años se había hecho, y para ella la posibilidad de escapar de esa vida en la que se encontraba aprisionada y de alguna manera liberarse de sus ataduras. 


Juliet, desnuda toma la estructura de la comedia romántica clásica, aunque sus referentes se sitúan a finales de los noventa, la época de Tienes un email y otros sucedáneos, pero en esta ocasión en versión más sofisticada e intelectualoide. La acción se encuentra descontextualizada, podría haber transcurrido hace diez años o en la actualidad. Lo importante es esa sensación de vacío tan característica de la crisis de la mediana edad en la que se busca desesperadamente encontrar un sentido diferente a la vida. 

Jesse Peretz (acompañado en el guion por Tamara Jenkins y Jim Taylor) sabe cómo sacar partido a las conexiones entre los personajes, a esa relación epistolar vía mail que se establece entre Annie y Tucker y su posterior y accidentado encuentro, así como a la descripción de cada uno de los personajes, en especial el de Annie y sus necesidades más íntimas, pero también el de Tucker, mostrando sus luces y sus sombras, entre las que destaca su comportamiento egoísta en el pasado que condiciona su incapacidad para avanzar en el presente.

La película habla sobre hombres que nunca quisieron ser padres y sobre mujeres que sueñan con ser madres, sobre los errores del pasado y la imposibilidad de arreglarlos en el presente y de la necesidad de romper con todo para encontrar un espacio propio en el que poder ser libres. Y cuenta con un reparto en el que destacan la siempre efectiva Rose Byrne y un Ethan Hawke cuyo pasado como ídolo de la Generación X resulta de vital importancia para trazar el paso del tiempo tanto de forma real como ficticia. 

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