A través de su proyecto personal Letras Recuperadas, este diseñador gráfico ha recopilado cientos de letras artesanales, que son al mismo tiempo historia viva y fantasmal de una ciudad en permanente mutación
VALÈNCIA. Existen muchas maneras de conocer una ciudad, y probablemente una de las menos divertidas es esa que nos conduce como corderitos de monumento en monumento ¡Obras magnas, grandes hombres! Hace ya tiempo que Juan Nava (Ripollet, 1952) camina por las calles con una mirada diferente. Su cartografía personal está poblada de letras y rótulos antiguos de tiendas comunes y corrientes. Pequeñas obras de arte anónimas a las que lleva años consagrando su tiempo personal.
Apasionado por el grafismo antiguo, las librerías de viejo “y en definitiva de todos los formatos gráficos de coleccionista”, este diseñador arrancó hace cuatro años el proyecto Letras Recuperadas; un sencillo blog en el que cada quince días aproximadamente publica la fotografía de un viejo rótulo y su correspondiente reproducción digital, desnuda y limpia de todo ruido visual. Poco a poco, ha conseguido “rescatar” más de 150 letras artesanales. Le esperan en la recámara varios cientos, cuidadosamente fotografiadas a lo largo de los años en las calles de València, pero también en otras ciudades como Madrid (“que todavía sigue siendo un paraíso para los rótulos”). Muchos de estos rótulos ya han desaparecido. Se retiraron sin contemplaciones para ser sustituidos por letreros luminosos y vinilos estandarizados. En este sentido, su proyecto es al mismo tiempo historia viva y fantasmal de la ciudad. “Diría que el 50% de las letras que ves en mi blog ya no existen”.
Todo comenzó en los prolegómenos del Primer Congreso de Tipografía de València, cuando se le ofreció a Nava la idea de compilar una serie de itinerarios urbanos de la capital del Turia por los letreros de comercios antiguos a los que atribuyera mayor valor tipográfico y artístico. Catorce rutas centradas que por lógica se centraron sobre todo en el caso histórico de la ciudad, y que acabaron formando parte de un pequeño librito denominado Itinerarios Tipográficos. En él se compilan pequeñas joyas como los reclamos de El Asilo del Libro (San Fernando, 12); la librería-papelería Vicente Pont (Convento santa Clara, 9); los cines Capitol (Ribera, 16) o la Horchatería Santa catalina (Dels Jofrens, 4). Aún así, quedaron fuera de la selección “muchos gigas de fotografías”, a las que poco a poco ha ido dando salida a través de su blog. Éste tiene el interés añadido de incluir el “calco digital” de estas letras. Casi sin darse cuenta, Nava se ha convertido en una evolución natural de esos rotulistas de antaño que pintaban a mano alzada o construían palabras sobre vidrio, azulejo o madera; en plano o en relieve. “Yo no he inventado nada, he tratado de ser lo más fiel posible y centrar la atención en lo que más me interesa, que es la letra, quitándole todo lo demás”, apunta.
“Esto es también de alguna manera un homenaje al oficio de rotulista, tal y como se entendía en el pasado –indica-. Algunos eran muy creativos y tenían mucha personalidad”. “Me atrevería a decir que ellos no se consideraban artistas ni tipógrafos. Algunos se inventaban las letras y otros las tomaban de catálogos que se editaban con letras de modelo”.
Según afirma Tomás Gorria en el prólogo del libro Itinerarios tipográficos, “éste era un oficio más cercano a la pintura que a las artes gráficas, debido a los procedimientos técnicos que requería”. De hecho, muchos eran pintados a mano alzada. Coincide con Nava al señalar que uno de los errores más comunes a la hora de clasificar el trabajo de estos rotulistas es el de pensar que son trabajos tipográficos. “Bajo la denominación académica del término –arte de imprimir, o lugar donde se imprime- no puede considerarse tipografía”, insiste Gorria. “Cierto es que se puede hacer una primera distinción en los rótulos: aquellos que por sus formas se emparentan con las familias de letras que existen en el universo Gutenberg, y los que tienen una evidente intención caligráfica u ornamental”. Es decir, en estos rótulos no encontramos Gardamonds, Futuras o Frutiger estrictas. Si acaso, aproximaciones “caseras” o incluso casuales.
Hombre discreto como los haya, Nava insiste en que el suyo no es ningún tratado exhaustivo ni académico sobre gráfica urbana. Le mueve, eso sí, una cierta vocación conservacionista. Un punto reivindicativo ante el despropósito del que lleva siendo testigo en las últimas décadas. Cita como uno de los más dolientes la reciente retirada del letrero de la armería Pablo Navarro de la calle San Fernando. Una joya en su género que ha sucumbido “bajo una de esas tiendas de jamones para turistas”. O la de la Farmacia de San Fernando, “un rótulo fantástico art decó que se cargaron sin más”. Nava se alineó de hecho con su compañero de profesión Tomás Gorria en la movilización para salvar el Metropol. Afortunadamente, también existen casos de sensibilidad inusitada, “por ejemplo, la tienda de regalos Ale Hop que hay en la calle de la Paz ha conservado el maravilloso trabajo en azulejo de la Unión Musical Española”, reconoce.
Sí, es cierto que atravesamos un furor insólito por la caligrafía y la rotulación antigua. Nava, sin embargo, desconfía de las modas y de los anglicismos como el lettering. “La protección de este legado es cosa de los Ayuntamientos, que son los que deberían de crear una normativa de establecimientos protegidos. Ahora parece que hay movimientos en este sentido, pero sinceramente creo que llegan muy tarde”.