VALÈNCIA. Los títulos de crédito de la última película de Isabel Coixet (Barcelona, 1960), Elisa y Marcela, se ilustran con fotos de bodas entre mujeres celebradas en España desde la legalización en 2005 del matrimonio homosexual. El primero en nuestro país tuvo lugar, no obstante, en 1901, entre dos maestras gallegas que contrajeron nupcias por la Iglesia. Pero las pioneras incurrieron en el travestismo y la falsedad documental. Su peripecia ha sido recogida por la directora catalana en un relato que recurre a los encuadres pictóricos y al halo poético habitual de su cinematografía, para detallar un amor prohibido. El drama histórico presentado a concurso en la pasada Berlinale, se estrena en Netflix el 7 de junio.
- Acabo de entrevistar a Béla Tarr y ha defendido el uso del blanco y negro en el cine por la estilización que aporta, por la distancia que procura entre la película y la realidad, y por el poder que tiene su paleta de grises.
- Estoy de acuerdo con cualquier cosa que diga Béla Tarr (risas). Pero además tiene razón.
- Este año pasado hubo dos películas de autor en blanco y negro que arrasaron en la temporada de premios, Cold War, de Paweł Pawlikowski, y Roma, de Alfonso Cuarón, ¿a qué crees que responde este auge de su uso?
- La riqueza de la paleta de grises es cierta, pero también pienso que las películas son luz y oscuridad y no hay sombra más pura que la que se plasma en blanco y negro. Me parece divertida la coincidencia de estas tres películas, porque cuando escribí el guión de Elisa y Marcela hace 10 años, lo primero que pensé fue que era una película en blanco y negro.
- ¿Qué te llevó a esa determinación?
- Sobre mi mesa estaba la foto de ellas dos en blanco y negro, y todas las imágenes que tomé cuando me estuve documentando para la película, tanto del mar, como de los pequeños pueblos, fueron también en blanco y negro. Cuando se te mete una idea tan contundente en la cabeza es difícil cambiarla.
- ¿Te presionaron para cambiar de idea?
- Ha sido un largo proceso, en el que muchos productores se implicaron pero no consiguieron suficiente dinero para financiar el filme. Me pedían cambiar a color, pero me opuse. Cuando me propusieron presentarla a Netflix, pensé que me cerrarían las puertas porque era una película de época y en blanco y negro, pero dijeron que sí.
- Más allá de que el blanco y negro sea más costoso, ¿a qué piensas que respondieron los prejuicios de los productores?
- Pensaban que era una historia demasiado inverosímil, y yo les dije que estaba basada en hechos reales, que sucedió de verdad. También me soltaron que a quién le importaba la historia de estas dos mujeres. No es nuevo. Siempre hay alguien que opina que cada nueva película que hago es una mierda. Así me sucedió con La librería (2017): pocos confiaron en el tirón de una película sobre una mujer que abre una librería en un pequeño pueblo costero inglés, pero muchos espectadores alrededor del mundo adoraron el filme.
- ¿Cuál fue el mayor reto de rodar sólo en cuatro semanas?
- Hay algo en la urgencia de rodar que te lleva a tirarte en plancha sobre las cosas y no pensar demasiado. A veces es bueno, pero a veces te lleva a echar de menos una toma más. Aún así, estoy acostumbrada a trabajar con un plan de tiempo ajustado. La suerte es que tengo la suficiente experiencia para superar esta situación y rentabilizarla económicamente. Es un reto y resulta divertido. No me gusta la victimización.
- ¿Cómo diste con este episodio histórico hasta ahora tan poco conocido?
- Hace 10 años, en un viaje a A Coruña, el escritor Narciso de Gabriel me habló de su libro Elisa y Marcela. Más allá de los hombres (Ediciones del Silencio). Me contagió su entusiasmos y juntos visitamos las pequeñas aldeas donde vivieron. Ahora se les ha dedicado una calle y hay muchas asociaciones que están presionando para que se le dé sus nombres a una plaza. Me parece maravilloso.
- ¿Dónde reside la validez de una película inspirada en un suceso de hace un siglo?
- En el hecho de que cuando dos mujeres se besan en la calle en ciertos países, haya personas que se sientan con el derecho de tirarles piedras, violarlas y no dejarlas ser ellas mismas. Estaría muy contenta si hoy en día este tema no fuera un problema, como otros tantos relacionados con las mujeres, pero todavía lo es. Y uno de los países que legalizó el matrimonio homosexual, Brasil, va a prohibirlo ahora.
- ¿Cómo encajas la involución social que se está viviendo en estos momentos en el mundo occidental?
- Estamos viviendo un momento histórico que no pensé que llegaría: el mundo estaba progresando y era más tolerante, pero ahora estamos yendo hacia atrás. Es terrorífico. ¿Cuándo va a parar este retroceso?¿Vamos a volver a 1901? Espero que no, pero alguien tiene que recordar cómo eran las cosas entonces. Hay un momento sencillo en la película a este respecto, pero fundamental, cuando el cura, el médico y el vecino van a casa de Marcela para comprobar si es un hombre, y el personaje de Greta Fernández les dice: “¿Por qué no dejáis a la gente en paz?”.
- ¿Qué dice esta película sobre la camaradería entre mujeres?
- Soy una firme creyente en la sororidad. En la realización de esta película, un 70% del equipo era femenino. No es la primera vez que trabajo con una directora de fotografía, de hecho en mi ópera prima, Cosas que nunca te dije, así lo hice. No es nuevo, pero en este caso pensé que sería un entorno en el que Natalia (Molina) y Greta se sentirían más seguras. Al sentirse protegidas, se sintieron más libres y las escenas fueron mejor. Creo en ello y lo experimento día a día en mi oficina, donde casi todo son mujeres. Y a largo plazo es más eficiente, práctico y divertido.
- ¿Por qué utilizaste su correspondencia como recurso para cubrir el espacio de tres años que pasaron sin verse?
- Ese tiempo que estuvieron separadas cuando el padre de Marcela la envió a estudiar fuera resulta clave porque es cuando se enamoraron. Es lo que Stendhal llama la cristalización del amor. Al usar las cartas, la escena se enriquece, porque puedes asistir al proceso en el que sus sentimientos se expanden.
- No es la primera vez que ruedas en Galicia, ya lo hiciste en 1998 para A los que aman, ¿qué te aportan sus paisajes?
- Galicia es bellísima. Me encantan sus ríos, sus piedras y sus calles, así que volver a rodar allí es una manera de homenajear a una ciudad que adoro. Y en la que se come de maravilla.
- Hablando de su gastronomía, ¿eras consciente del eco mediático que iba a tener la escena erótica con el pulpo en la Berlinale?
- Es increíble que lo destacaran en las críticas. ¡A mí me parece divertido! Me pregunté con qué objeto cotidiano podían jugar durante sus relaciones sexuales, y el pulpo está muy presente en la gastronomía gallega. Les pregunté a las chicas si tendrían algún problema y sólo me preguntaron dos cosas: si olería mal y si estaría vivo.
- ¿Tuviste en mente el grabado erótico de Hokusai El sueño de la esposa del pescador?
- Claro que pensé en ello. Pero no es la única razón, la gente juega con cosas que tienen a mano, como la leche, la fruta, la mantequilla. Bueno, mejor dejemos la referencia a la mantequilla… Me encantan los pulpos, son muy inteligentes, unos animales muy estimulantes, así que por qué no.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz