VALÈNCIA. Los Diarios de Iñaki Uriarte son bálsamo y son mecha. Una los lee cada noche -de a poquitos- para ir saboreando cada genialidad, cada ironía filosa que se engancha en las neuronas y no las suelta. Ahora se han publicado en un único volumen con un epílogo inédito en la editorial Pepitas de Calabaza. Iñaki responde a esta entrevista con la misma inteligencia con la que se despliega en cada página. Asistimos a su vida cotidiana como quien asiste al aterrizaje de un OVNI en la plaza del pueblo. Iñaki se piensa y se observa sin condescendencia, detectando los agujeros negros de su propia personalidad (“Los miles de millones de neuronas de mi cerebro y los miles de millones de conexiones que las unen no consiguen despejar el aburrimiento y el desánimo de esta tarde, no sé qué otra cosa les puede parecer más importante, no sé en qué estarán pensando”) y sacando a pasear una suerte de cobijo moral que a cualquiera apabulla (“Del acto más indigno que he cometido en mi vida me acuerdo. Pero del que quizá me siento más orgulloso me he olvidado”). Es ese amigo que uno quisiera tener cerca para afrontar con seguridad y diversión estos “Tiempos Modernos”.
- Alguna vez, cuando comenzó a escribir sus diarios, ¿pensó que se llegarían a publicar y ocuparían un volumen de más de medio millar de páginas? ¿Da vértigo?
- Vértigo, no. Pero sí asombro. Me gusta decir que escribí estas páginas, que empecé a los 52 años, para distraerme y distraer a algunos amigos, para ocupar el tiempo, más por impulso de juego que por otra razón. Freud diría que habrá también otros motivos que estoy disimulando, pero no voy a meterme en honduras. Sólo sé que al releerlas ahora me ha producido un gran asombro comprobar que son muchas. Sin embargo, no tengo la impresión de que escribirlas me costara esfuerzo. Es verdad que, a pesar de mi indolente carácter, les he dedicado bastante tiempo, pero siempre ha sido un tiempo placentero. Otro factor de asombro que se añade al que siento ante la cantidad de páginas que he escrito, es la sorpresa de que su lectura haya gustado y entretenido a tantas personas. Cuando publiqué las primeras, yo estaba seguro de que pasarían desapercibidas y sólo les encontrarían algún interés, tal vez, mis familiares y conocidos. Hay un cuento de Borges en que, ya setentón, se encuentra con quien fue él mismo en su juventud y le avanza vagamente lo que serán los principales rasgos de su vida. Si yo me encontrara conmigo mismo de joven y le contara a aquel chico algo de lo que he vivido, lo más sorprendente para él sería enterarse del entusiasmo por los gatos que nos entraría a los 52 años y la publicación de este libro, sobre el que hasta me harían entrevistas. De lo de los gatos supongo que se reiría, pero sé con seguridad que lo último no le cabría en la cabeza.
- Sus diarios se han convertido en una suerte de lectura de culto. ¿Ha tenido algún tipo de relación con sus lectores en este tiempo?
- Yo he dicho alguna vez que no me considero parte de la iglesia ni del clero de la literatura. Solo soy un fiel lector. Pero es verdad que estoy muy contento por lo bien que se han recibido mis páginas. ¡Hasta en Twitter!
- Claro, a muchos nos han fascinado sus diarios por esa capacidad suya en replegarse en su intimidad para después contar anhelos que son universales. ¿Sin esa intimidad, sin esa estancia en una ciudad pequeña, hubiera sido la misma escritura?
- Bueno, Bilbao no es una ciudad pequeña. Aunque mi círculo social más íntimo sí lo sea, supongo que como el de todo el mundo. Pero sí, mi tendencia a la soledad y el no hablar con mucha gente ha condicionado mi escritura.
- ¿Qué diaristas le han seducido? Ha mencionado alguna vez a Pla, a Renard, a Montaigne (que, estrictamente, no es diarista)... ¿qué opina de otros grandes diaristas más recientes como Ricardo Piglia o la escritura de 'autoficción' con nombres como Manuel Vilas o Emmanuel Carrère?
- Yo tampoco soy estrictamente un diarista. En general, lo que yo quería era escribir en primera persona y solo para mí y algunos amigos. Y sí, leer a Montaigne, Pla o Renard me da marcha. Lo de la autoficción nunca lo he entendido bien. A mí me gusta saber si el autor está comprometido a decir la verdad, aunque sea a su manera y desde su punto de vista, o reconoce que se está inventando algunas cosas.
- Creo que no es casualidad que la lectura de diarios y de autoficción, de algún modo, esté creciendo en estos últimos años. Nos hallamos inmersos en la era del yo pero la gran diferencia con las redes sociales es que mientras éstas propician el diálogo, el diario se sustenta en la base del monólogo. ¿Cree que es así?
- En las redes se suele escribir “hacia fuera”, mientras que yo pienso, como Jünger, que el éxito de un diario tal vez radique en el monólogo bien logrado.
- ¿Se relee alguna vez?
- Hasta ahora, no. Tenía un pavor físico a abrir un libro mío. Eso ha durado años.
- ¿Hay mucha censura en sus diarios? ¿Cuál es el límite entre la honestidad y la censura? ¿Es verdad que escribe de mal humor y corrige cuando está de buen humor?
- Más que censura, yo diría que prudencia. De todas formas, creo, como Mark Twain, que “No es posible que un hombre cuente la verdad sobre sí mismo, o deje de comunicar la verdad sobre él mismo”.
- Dice que le pone nervioso la expectativa, que es neurótico y que no necesariamente ha disfrutado del proceso. ¿Se acabaron los diarios y todo tipo de escritura?
- Sigo anotando algunas cosas, pero mi idea es no publicar más.
- Uno de los escenarios de su diario es Benidorm, un lugar que concita muchos de los prejuicios más clasistas. Sin embargo, escritores como usted, Chirbes o Marta Sanz han encontrado en esta ciudad un lugar tranquilo en el que escribir.
- Yo escribo muy poco en cualquier sitio. En Benidorm llevo una vida tranquila. Tenemos un apartamento en un segundo piso a la altura de las copas muy frondosas de unos plátanos de sombra y abajo en la calle una cafetería bastante tranquila. Es como si viviéramos en los árboles con vistas a la gente que pasa por la calle o toma algo en una cafetería. Y con la playa a cinco minutos.
- En los últimos diarios escribe sobre la política con cierto desapasionamiento, ¿qué opina de todo lo que está sucediendo, de esta etapa de absoluto desconcierto global?
- A mí me parece, como a Schopenhauer y tantos otros, que el mundo tiene un vicio de origen y que es “una cosa que mejor no existiera”. Pero en fin, bajando a tierra, te voy a atiborrar de citas la entrevista, “No me meto a decir lo que se ha de hacer en el mundo, otros métense ya bastante, yo digo lo que yo hago”, escribió Montaigne. Y Nicolás Gómez Dávila: “Los verdaderos problemas no tienen solución. Tienen historia.”
- Por último, usted ha citado en alguna ocasión esa frase de Holden Caufield en 'El guardián entre el centeno' donde dice que el tipo de libros que le gustan son esos en los que se haría amigo del protagonista y le llamaría cuando le apeteciera. No sé si es consciente pero usted es uno de esos personajes a los que muchos lectores nos gustaría llamarle de vez en cuando, ser su amigo.
- Ese es un elogio magnífico. Pero, como dice mi sobrina, en los Diarios parezco “más chulito y gracioso” de lo que soy en realidad.