La editorial Barlin da voz a la artista Suze Rotolo en ‘A Freewheelin' Time. En el camino con Bob Dylan’, un recorrido folk por la contracultura estadunidense de los 60
VALÈNCIA. Hace cinco años, llegaba a nuestras estanterías Beat Attitude: Antología de mujeres poetas de la generación beat (Bartleby ediciones), un volumen en el que Annalisa Marí Pegrum rescataba del olvido la obra de diversas autoras que habían quedado completamente eclipsadas por Ginsgberg, Kerouac, Burroughs y otros sospechosos habituales de la contracultura estadounidense de los 50. Y es que, a pesar de haber formado parte de este movimiento literario, de haber compuesto, publicado y recitado sus propias piezas, los nombres de estas creadoras quedaron durante décadas relegados a un quinto plano, encajonadas en las categorías de amigas, novias y compañeras de los escritores (hombres, claro) que sí pasaron a la posteridad. Pero ellas no fueron un apéndice intercambiable, sino que formaron parte activa en esa ebullición literaria e intelectual. Ahora, la editorial valenciana Barlin Libros toma el relevo en esta voluntad de recuperar a esas figuras femeninas sepultadas por el olvido colectivo con la publicación de A Freewheelin' Time. En el camino con Bob Dylan, las memorias de la artista Suze Rotolo. Un lanzamiento acompañado de la campaña en redes #HuboMujeres, con la que el sello buscar poner el foco en todas esas creadoras invisibilizadas a lo largo de la historia.
Muchos conocerán sin saberlo a la autora de este volumen por ser la chica del abrigo largo que pasea junto a Dylan en la portada de The Freewheelin (sí, ESA portada que tienes ahora misma en la cabeza). Sin embargo, si logramos ir más allá de la anécdota y el hechizo dylanita, descubriremos que Rotolo fue una pieza clave en la cultura folk neoyorkina de los 60. Activista por los derechos civiles desde su adolescencia, Suze ya tenía voz propia antes de convertirse en pareja de Dylan. De hecho, según explica Alberto Haller, editor de Barlin, el autor de A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Like a Rolling Stone o Mr. Tambourine Man “no habría logrado muchas cosas en esos primeros años de carrera si no hubiera sido por ella”. Es más, para Fiona Songel, traductora del texto, a lo largo de sus páginas “se ve cómo algunas de las referencias que aparecen en sus canciones de esa época vienen de libros que ella le había prestado, de iniciativas políticas en las que ella estaba involucrada…Él bebió de muchas experiencias de ella y las reflejó en sus composiciones”.
Y es que, esta creadora, inconformista y comprometida, se negó a quedar reducida al cliché de ‘la novia del cantautor’, la musa pasiva y silenciosa, el objeto siempre dispuesto a ser admirado, actriz secundaria en la vida de otro. “No quiero ser otra cuerda de su guitarra”, repite en diferentes fragmentos del libro. “En el caso del hombre artista –Picasso, Bob--, no importaba lo que otros esperaran de ellos; lo hacían y ya está, Yo podía identificarme con ellos todo lo que quisiera, pero en mis tiempos no podía actuar igual. No tenía permiso. Las mujeres éramos invitadas, pero no participantes”, comenta en otro instante. Esa rebelión interna se topó con un contexto en el que la emancipación femenina no era más que un esbozo de utopía: ella misma reconoce que le faltaba un armazón teórico feminista, un vocabulario para poder definir la situación de inferioridad y discriminación en la que se encontraba. Enésimo recordatorio de por qué es tan importante contar con las herramientas verbales necesarias para nombra aquello que vivimos, aquello que atraviesa nuestra existencia y condiciona nuestra manera de estar en el mundo.
Hay algo de zeitgeist en los escritos de Rotolo, cierta voluntad de condensar el espíritu de su tiempo mediante instantes, lugares y costumbres. Así, nos va deslizando a base de fotogramas narrativos a través de esos primeros 60 en los que parecía que el mundo entero estaba a punto de volver a nacer, de establecer nuevos cimientos. Una década que a pesar de sus tensiones políticas y sociales, a menudo, ha llegado a nosotros reducida a un puñado de clichés simplistas, envasados para un consumo rápido y amable. “Sucede con la gran mayoría de movimientos artísticos, culturales y políticos a lo largo de la historia: en el momento en el que están sucediendo, simplemente son el presente, y más tarde se va conformando el proceso de creación de un mito. Esa es la diferencia entre memoria e historia: qué fue la realidad y qué es lo que después se ha construido en torno a unos recuerdos y unas vivencias que tienden a mitificarse. Y, a fin de cuentas, estamos en una sociedad de mercado que tiende a comercializar esos recuerdos”, sostiene el responsable de Barlin.
Criada en una familia de fuertes raíces comunistas y sindicalistas, como apunta Haller, Rotolo “enarbola un fuerte orgullo de clase”, y relata las dificultades que supuso en su hogar seguir siendo fieles a la lucha obrera en mitad de la Guerra Fría y con el macartismo y su caza de brujas asediando en cada esquina. Una lealtad ideológica que ella siguió manteniendo durante su juventud involucrándose de manera intensa en el movimiento por los derechos civiles y contra la segregación racial, protestando por la guerra de Vietnam o viajando a Cuba para desafiar el veto estadounidense.
Y aunque Suze entona en estas memorias un personalísimo canto de amor a las luchas de una juventud contestataria y con ansias de cambio y libertad, no convierte su nostalgia en un festival del almíbar y el algodón de azúcar. En sus memorias abundan las conversaciones bohemias, los cafés humeantes, las tiendas de vinilos, los libros de segunda mano y las fiestas con más de seis personas (inserte aquí ansiedad pandémica), pero también encontramos pisos infestados de cucarachas, trabajos precarios, clientes que acosan a las camareras y una incesante búsqueda de identidad. Una identidad en la que, por cierto, juega un papel clave el goce cultural: de Byron a Los cuatrocientos golpes; de Bertolt Brecht a Anaïs Nin; de las actuaciones en el Gaslight a los museos cuya entrada podía pagar. En un contexto de falta de oportunidades monetarias y académicas, con una vida laboral precaria y fragmentada y una familia atravesada por las penalidades, el arte, en toda su inmensidad, ejerce para Rotolo de refugio y alimento. Leer, visitar exposiciones, dibujar, escuchar música… habitar la creatividad propia y ajena le salva de las miserias cotidianas, de la angustia y del miedo.
Bob Dylan, es decir, Robert Allen Zimmerman, es, obviamente, un personaje fundamental en el libro, pero ni mucho menos es el único. En cada esquina de sus memorias, la autora va tejiendo un retrato coral de la vida en el entonces bohemio Greenwich Village, tricotando las microhistorias de aquellos que no llegaron a alcanzar el éxito; de esos músicos, poetas, pintores o intelectuales anónimos que no se convirtieron en iconos ni recibieron el premio Nobel de Literatura. A fin de cuentas, como indica el editor, la escena folk primigenia “estaba formada por unos cuantos bares y un grupo pequeño de gente que se conocían todos entre ellos y estaban creando algo nuevo. Ella plasma aquí ese microsistema, esa génesis de un movimiento que luego se ha hecho mucho más grande. Habla de cómo esos personajes se van buscando la vida de una manera u otra, en algunos sin pretensiones y en otros con el objetivo de llegar a triunfar”.
“Está claro que Dylan es el personaje más conocido que aparece en el libro, pero no son sus memorias, sino las de ella –destaca Songel--. El músico la acompañó durante cuatro años, pero ella ya estaba muy implicada en la política antes de conocerlo y siguió estándolo cuando su relación se rompió. Me gusta verlo así porque creo que es una forma de hacer justicia a su memoria. Bob Dylan para ella fue una etapa de su vida, pero el resto de su trayectoria es muy interesante y está repleta de experiencias que vale la pena conocer”.
Alquileres bajos, ebullición creativa, refugio de artistas con pocas perras y muchas ganas de experimentar … Los barrios neoyorquinos que describe Suze poco tienen que ver con el escenario elitista y gentrificado hasta la náusea en que se han convertido muchos rincones de la Gran Manzana. Algo semejante a lo que sucede con el París que relata Julio Cortázar en Rayuela: en pleno siglo XXI será tan complicado para un aspirante a escritor recién llegado de Latinoamérica conseguir alquilar un estudio junto a los Jardines de Luxemburgo como a un guitarrista desconocido pagar un loft de la Sexta Avenida. Parece inevitable que las ansias contraculturales acaben siempre cediéndole el terreno a la especulación inmobiliaria, los Starbucks y las tiendas de souvenirs made in China.
En cualquier caso, es imposible no amar la ciudad que describe minuciosamente Suze. “Incide mucho en las calles en las que vive o en las que está cada lugar que visita, en cada cruce de la ciudad, describe con detalle los edificios… De hecho, el libro incluye al inicio un mapa que me parece súper importante para tener esa visión de los espacios de los que va hablando. Hace un retrato bastante fidedigno de la ciudad en ese momento y se nota que era una auténtica neoyorquina”, resalta Songel. Por cierto, si hay algún fan de Mrs Maisel en la sala, en las páginas del volumen que nos ocupa encontrará varios guiños a la vida nocturna de esa ciudad que todavía no había invadido por las franquicias y los tours guiados.
La muletilla condescendiente de que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer ya huele a alcanfor. Quizás todas esas figuras que creíamos en la retaguardia, pacientes e inspiradoras, en realidad estaban al lado, construyendo, probando, gozando, sufriendo, existiendo. Habitando la misma época, el mismo tiempo tumultuoso, la misma vida. ¿Cuántas historias con nombre de mujer habrán quedado enterradas en una nota al pie (o una portada mítica) a la que nadie hace demasiado caso?