La nave de los locos / OPINIÓN

Honrarás a tus padres

Viejos al cuidado de viejos. Es una escena habitual en los hospitales y en las residencias. España se va transformando, de manera callada, en un gran geriátrico. Muchos de esos ancianos, que ayudaron a sus familias en crisis pasadas, sufren el abandono de sus hijos y sus nietos. Y el Estado apenas hace nada por remediar este inmenso drama  

6/08/2018 - 

En la habitación de un hospital público, mi madre, mi hermano y yo cuidamos de mi padre. Lo acaban de operar. La intervención ha sido exitosa. En la cama de al lado un hombre convalece de la misma operación. Se llama Rafael y tiene 79 años. Todo su cuerpo es de un moreno intenso, salvo la frente blanca. Rafael es un hombre de campo: al moreno de la piel hay que añadir unas manos grandes como sarmientos, unos dientes muy blancos, casi de galán de película, y un pelo canoso y abundante con un flequillo que recuerda a los emperadores romanos. Debió de tener buena planta en su juventud.

Rafael habla poco. Una enfermera entra en la habitación y pregunta por su familia. Responde al principio que está solo y luego se corrige y revela que tiene una hija que vive en Santa Pola y que no ha podido venir porque cuida de un bebé. No hay ningún reproche para ella. El teléfono del paciente no sonará en las 24 horas que compartirá habitación con mi padre.

Sólo Rafael sabe por qué nadie lo esperaba cuando lo sacaron del quirófano. Puede que él sea culpable de su soledad o que no se merezca ese desprecio. La familia es un asunto complejísimo, difícil de comprender con la razón. También tiene su parte siniestra. Se dice que cada familia es un mundo, y es una afirmación cierta: hay familias bien avenidas y otras rotas; familias que refuerzan sus lazos ante la adversidad y otras que se descomponen a la menor contrariedad.

Cumplir con el cuarto mandamiento

Soy hijo de unos padres de avanzada edad, y esto me hace ser consciente de que en cualquier momento me pueden faltar. Pienso mucho en ello pero sé que este ejercicio de anticipación es en vano porque no me preparará para el fatídico desenlace. Entretanto, me debo a mis padres, aun con todas las contradicciones que marcan mi relación con ellos. Como nos recuerda el Eclesiastés, hubo un tiempo en que nos separamos y otro en que nos acercamos. Aún no nos conocemos lo suficiente. Sin embargo, los años han pasado y ellos siguen ahí; sé que puedo confiar en mi madre y en mi padre en cualquier circunstancia, y ellos saben que también pueden esperar lo mismo de mí. Por eso creo, como el filósofo Antonio Escohotado, que cumplir con el cuarto mandamiento 'Honrarás a tu padre y a tu madre' es un deber sagrado para un hijo, una de las escasísimas obligaciones que debemos tomarnos en serio cuando somos adultos. Lástima que una parte considerable de la población, completamente analfabeta en cuestiones religiosas y en tantas otras, desconozca la existencia de ese cuarto mandamiento y de los otros nueve.

La soledad de Rafael no es, por desgracia, un caso excepcional. Cada vez hay más ancianos que viven y mueren solos en sus casas, sin recibir la visita ni la llamada de nadie. Sólo cuando la vecina de la escalera advierte un cierto olor a podrido, reparamos en que otro viejo ha muerto como un perro (rectifico: las perros viven mejor en estos días), en la más completa y amarga soledad. A veces la muerte sale publicada en la prensa, entre accidentes de tráfico y agresiones sexuales.

No habrá red para los derrotados de la próxima crisis

Muchos de estos viejos hoy abandonados sacaron adelante a sus familias en crisis pasadas, incluida la de 2008, que sigue muy viva pese al optimismo oficial. La familia extensa o tradicional ha servido, hasta la fecha, para amortiguar los daños derivados de cada recesión. En la próxima crisis, que será más dura según los expertos y estallará la próxima década, esta red de salvación habrá desaparecido porque los abuelos de hoy son los difuntos del mañana. En una sociedad castigada por un individualismo gregario, con un predominio de las familias nucleares y monoparentales, la mayoría de los damnificados por las próximas crisis no podrán refugiarse bajo el techo de los padres o de los abuelos porque esta solidaridad familiar no existirá.

Este país va camino de ser, a partes iguales, un gran geriátrico y un parque temático para los turistas que aún nos elijan como destino si el cambio el climático lo permite

¿Quién cuidará de los derrotados en la próxima crisis? ¿Qué futuro les espera a la gente que tiene hoy entre cuarenta y cincuenta años y carece de descendencia? ¿Se ocupará de nosotros el Estado? ¿La CEOE? ¿El bipartidismo? ¿Acaso la Conferencia Episcopal? No seamos ingenuos. Nuestro futuro, pintado de un color negro sin matices, se parecerá a una nueva entrega de Mad Max.

El envejecimiento de la población marcará el declive de este país, agravado por otras dos graves crisis sociales: la migratoria y la educativa. Pero, como es verano, no nos pongamos tristones. Tiempo habrá. En realidad, este país promete ser muy divertido en el futuro, a mitad de camino entre un gran geriátrico y un parque temático para los turistas que aún nos elijan como destino si el cambio climático lo permite. Yo, que entonces seré un viejo insufrible, espero vivir para contarlo.

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