atracón de pantallas

‘Hache’: Adriana Ugarte protagoniza la mejor interpretación de su carrera

La incursión de Netflix en otra producción española, en el ambiente de la Barcelona de 1960, se aleja de los mimbres típicos de las series de las televisiones lineales convencionales. Un riesgo que da un paso más allá en la ficción de nuestro país en cuanto a las plataformas bajo demanda. La industria va madurando a pasos agigantados.

22/11/2019 - 

VALÈNCIA. “Disparar es fácil, Hache. Lo difícil es decidir a quién”. El contundente diálogo se lo escuchamos al personaje de Arístides, interpretado por el inmejorable actor catalán Marc Martínez (Morir o no). Arístides es uno de los sicarios de confianza del mafioso barcelonés Malpica, interpretado por un Javier Rey (Velvet, Fariña) que en algunos momentos desvela inconscientemente, por la entonación, su origen gallego, aunque en todo lo demás resulta formidable.

“Lo difícil es decidir a quién disparar”. La frase resuena en el cerebro de Hache, la verdadera protagonista de la nueva serie española de Netflix, representada por una Adriana Ugarte sensacional. Mejor Interpretación Femenina para… (llegará). Hache no es más que una desesperada prostituta de los bajos fondos del Raval (Barcelona), que en el primer episodio tiene la “suerte” de aterrizar, mientras huye de un mal cliente, en el local Albatros, el sitio de reunión y tapadera de la primera banda de traficantes de heroína en Barcelona, con conexiones con la mafia italiana. Son el puente dentro de la ruta de la droga Marsella-Barcelona-Estados Unidos.


Acaban de comenzar los años 60. Las mujeres de por entonces no tenían derechos ni merecían respeto. Recordarán aquellos anuncios de Soberano, donde se mostraba sin tapujos que una buena bofetada a tiempo eran lo que, como mínimo, merecían las esposas quejicosas (imaginen, en consecuencia, cómo sería el trato a las prostitutas de la época). Al igual que en Mad Men, en Hache la generación del desarrollismo español se muestra tal y como era por entonces, sin pasarlo por el filtro de la ética actual. No es una cuestión de dulcificar lo que no fue un camino de rosas para las mujeres sino de mostrar las actitudes que se daban por normales por entonces y ahora, por suerte, nos escandalizan. Así es como se comporta Malpica con Hache. En cuanto la ve por primera vez, el mafioso se hace con una nueva posesión como si se tratase de una pieza más de su ganado. Hache, al igual que él, es una superviviente, hace lo que sea para salir adelante, sacar a su marido de la cárcel y mantener a su hija en una España que acumula muchas víctimas del franquismo. No es una cuestión de moral sino de supervivencia. La prostitución lleva siendo su única salida desde hace tiempo. Malpica será otro hombre más, otro machito que la tratará sexualmente con violencia, en una serie más subida de tono (y más oscura en su fotografía, dado el género) que las conocidas producciones de Bambú para Antena 3 o Netflix en las que todos salen en escena con una iluminación demasiado arriba (una herencia de las televisiones tradicionales lineales que por fin vamos dejando atrás).

Hache es noir en todos sus ingredientes: fotografía; escenarios (esas calles de una Barcelona sucia que ya solo encontrarán en lugares congelados en el tiempo como Manresa, donde han rodado los exteriores); diseño de producción; escenas de sexo subido de revoluciones y alejados del clásico remilgo de las teles comerciales; drogadicción, maltrato, muerte... Una producción impecable con interpretaciones del más alto nivel, una historia y unos diálogos con gancho (a destacar el capítulo 6), junto a una dirección que se atreve con la cámara en mano y con ello rompe con el exceso de cuidado en los planos de otras series patrias del mismo corte (de nuevo, un deje típico de las televisiones mainstream). La destreza de Jorge Torregrosa (Velvet Colección, Fariña, Gran Hotel) rompe moldes, porque, efectivamente, no estamos viendo una serie de Antena 3 ni Telecinco. Estamos en el VOD. Y eso ofrece más libertad a sus creadores para distanciarse de las televisiones lineales, cuyo modo de rodar y de presentar las escenas deben ser para toda la familia, que ofendan lo menos posible. Como espectadora, eso es precisamente lo que busco en las plataformas a la carta.

El magnetismo entre Hache y Malpica (personajes y actores), a medida que avanzan lo episodios, sitúa a la chica del gánster como la mayor debilidad de Malpica. Su talón de Aquiles. Y ya sabemos que, en cuanto un personaje muestra su talón de Aquiles, los guionistas comienzan a golpearlo duramente. Hache es inteligente pero sobre todo benevolente con los que tiene alrededor (lo contrario que el cruel Malpica, al que todos temen). Poco a poco Hache se va empoderando hasta convertirse finalmente en la heroína merecida de la serie; la heroína dentro del mundo del crimen; la heroína, como la substancia con la que trafican. Y además ella  se llama Hache, como la primera letra del nombre de la droga que comienza a entrar en Barcelona y que una década después hará estragos entre la juventud.

Como todo relato noir que se precie, parte del argumento muestra además el otro lado. Es cuando conocemos y seguimos al policía que va tras los pasos de la banda de Malpica: el inspector Vinuesa. Lo interpreta un sorprendente (en positivo) Eduardo Noriega que, como el vino, está mejorando con los años. Ya hemos olvidado aquel anuncio de Schweppes que hizo más mal que bien a su carrera. Aquel desnudo de espaldas que nunca supimos si era el suyo. ¿Recuerdan? Noriega, ahora más maduro, con menos cara de niño, sobresale, como el resto de sus compañeros actores, con un trabajo impecable. Porque esta es una de las grandes bazas de esta aventura de traficantes de la Barcelona de los 60: su casting. Más que perfecto, diría yo.

Luego, como no, está la pluma y el arte de una de las guionistas más brillantes del mercado audiovisual: Verónica Fernández (El bola, Hospital central, Cuéntame, El Príncipe, Velvet Colección). La creadora de Hache demuestra su maestría al golpear cada escena con diálogos sutiles y elegantes, además de cumplir con el género en todos sus ingredientes.

Cameo ‘a lo Hitchcock’ de su Productor

Si no conociera como conozco la basta trayectoria del productor de Hache, Tomás Cimadevilla (Pagafantas, Días de cine, Kárate a muerte en Torremolinos, Días de fútbol, Torremolinos 73, El otro lado de la cama, entre otros films de éxito), me habría chocado verle en una de las escenas de la serie (o ni siquiera le habría reconocido), interpretando a policía de porra fácil que se queja de la lentitud de los presos (con la consiguiente carcajada (es lo que podría decir un productor sin sensibilidad durante el rodaje de una peli que se está rodando con retraso)). Este cameo del CEO de Weekend Studio, la nueva productora de la serie donde el titán del cine reaparece, no es más que otra broma para quienes le conocen, ‘estilo Hitchcock’. No es la primera vez (ni a buen seguro que será la última) que le vemos en alguna escena de sus películas con pequeños papeles. En Hache no podía faltar su actitud multifacética y su sentido del humor, probablemente en la única escena cómica de la serie.

Yo solo les aviso: cuando vean a un policía agredir con su porra al marido de Hache y decir “los he visto más rápidos”, se trata de su insigne Productor, que a buena seguro rodará muchas más series para las plataformas bajo demanda. Porque no tiene los vicios de los que venimos de la ficción televisiva ni de las televisiones, mientras que a su vez ha sabido rodearse de algunos de los mejores artesanos de la televisión. Se abre un nuevo camino más negro, más auténtico, en la ficción seriada española. Y para Adriana Ugarte, todas mis apuestas a que se aúpe con todos los premios de interpretación.

Noticias relacionadas

EL CABECICUBO DE SERIES, DOCUS Y TV

'Nos conocimos en Estambul': una serie blasfema para la derecha turca, pusilánime para su izquierda

Por  - 

En plena invasión de culebrones turcos, Netflix está distribuyendo una mini-serie de este país que lo que emula son las grandes producciones de HBO. Historias muy psicológicas en las que todos los personajes sufren. El añadido que presenta esta es que refleja la división que existe en Estambul entre las clases laicas y adineradas y los trabajadores, más religiosos. Sin embargo, una escena en la que un hombre se masturba oliendo un hiyab ha desencadenado reacciones pidiendo su prohibición