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crítica de cine

'Gorrión rojo': Espías, sexo, torturas y manipulación

2/03/2018 - 

VALÈNCIA. En los últimos tiempos la actriz Jennifer Lawrence parece haber apostado no solo por papeles mucho más maduros sino también más turbios, capaces de adentrarse en el lado más oscuro de la feminidad. Desde su gran descubrimiento en Winter’s Bone (2010), la película independiente de Debra Gravik que la catapultó a la fama consiguiendo su primera nominación a los Oscar, no la habíamos visto explorar personajes tan complejos y retorcidos, sobre todo si tenemos en cuenta que su trayectoria ha estado monopolizada por dos sagas tan potentes como X-Men y Los juegos del hambre. Hasta el momento, solo el director David O. Russell le había dado la oportunidad de demostrar su talento y su variedad de registros en películas como El lado bueno de las cosas (2012), La gran estafa americana (2013) o Joy (2015). Sin embargo, con su participación en Madre!, de Darren Aronofsky, la carrera de Lawrence podría haber entrado en una nueva dimensión mucho más imprevisible e interesante, algo que se encarga de ratificar en Gorrión rojo.

En ella encarna a Dominika Ergorova, que además de ser la primera bailarina de la prestigiosa compañía del Bolshói, también tiene que cuidar de su madre enferma. En una de sus grandes actuaciones, Dominika sufrirá un accidente que la inhabilitará para seguir ejerciendo su profesión. A partir de ahí su vida entrará en una espiral de confusión, sobre todo desde el momento en que su tío Vanya (Matthias Schoenaerts), uno de los máximos responsables de la rama más siniestra del servicio secreto ruso, le tienda una trampa para servir como cebo a una de sus víctimas. Dominika quedará a expensas de su sibilino tío, que la obligará a formar parte de los “gorriones rojos”, jóvenes espías entrenados para sacar información a través de las artes amatorias. 

En realidad, podríamos pensar que esta trama nos lleva a la época del Telón de Acero, la Guerra Fría y las continuas hostilidades entre Rusia y Estados Unidos. Sin embargo, aunque no lo parezca, la película se ubica en la actualidad, aunque tanto estética como narrativamente se haga un constante homenaje al cine y la literatura de espías, en especial al universo de John LeCarré, que se convierte en la mayor fuente de inspiración de Jason Matthews, el autor de la novela en la que está basada la película y ex agente de la CÍA.  

Con este material Francis Lawrence compone una obra que se aleja de los parámetros del cine mainstream convencional. Su acercamiento a los personajes y a la historia resulta profundamente perturbador, sobre todo en lo que se refiere al sexo y a las escenas de tortura. La protagonista es entrenada para convertirse en una máquina diseñada para dar placer. No debe tener sentimientos, solo frialdad y cálculo a la hora de ejecutar su misión, ya que su cuerpo ahora pertenece al Estado. Las humillaciones y agresiones en ese sentido serán constantes: intentos de violación, insinuaciones incestuosas, visionado de pornografía… y torturas explícitas. 

A pesar de esta oscura densidad, el director opta por un estilo suntuoso y en algunos instantes de una enorme refinación estilística casi operística, como esa escena de apertura que en paralelo nos muestra la última representación de Dominika en el teatro al son de El pájaro de fuego, de Ígor Stravinski, al mismo tiempo que el agente de la CÍA Nate Nash (que interpreta Joel Egerton) se dirige a una reunión clandestina con el que es su topo dentro del servicio de inteligencia ruso. 

En realidad, tanto Dominika como Nate son dos seres demasiado frágiles para integrarse dentro del mundo despiadado que los rodea. Dos personajes vulnerables que tienen que aparentar que carecen de emociones si no quieren ser un blanco fácil para sus enemigos. Esa termina siendo su mayor proeza, la de protegerse con una armadura de indiferencia a la hora de introducirse en toda esa complicada red de secretos, manipulaciones, mentiras y traiciones en la que se encuentran sumidos. 

Puede que muchos comparen el discurso político que late en Gorrión rojo con el que se encontraba presente en Los juegos del hambre. Al fin y al cabo, de trata de jóvenes que se encuentran a expensas de una organización superior que ejerce un régimen dictatorial y totalitario sobre ellos. Carecen de libertad, y su única forma de recuperar una parcela de su identidad, es a través de la rebeldía. Todo eso mientras luchan por su supervivencia como pueden, intentando mantener su código ético en los confines de un universo donde solo parece funcionar el engaño y la perversión, elementos que en el fondo sirven para generar violencia y odio en los personajes. 

Gorrión rojo funciona como una magnífica película de espías contemporánea. Se aleja del modelo Jason Bourne, de esa fisicidad viajera, para centrarse en un universo casi cerrado y turbio, del que los personajes no pueden escapar y parecen condenados a vivir atrapados dentro de esa espiral de crueldad y hostilidad para siempre.  

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