Es uno de los principales introductores de la música negra en València. Hablamos con el fundador de la sala Black Note sobre sus inicios como dj y vendedor ambulante de maxi discos de importación en pubs y discotecas de la costa mediterránea. Como miembro de la Federación Empresarial de Hostelería, Valenzuela es además uno de los portavoces del movimiento de defensa de la música en vivo en los locales de la ciudad
VALÈNCIA. Germán Valenzuela apenas estaba despidiendo la adolescencia cuando descubrió que a él lo que “le ponía” era la música negra. En aquella València de finales de los años setenta, en la que los bares del barrio del Carmen pinchaban vinilos y casetes de principio a fin con equipos de sonido precarios, él se enganchó a la cálida melosidad del soul y la majestuosidad de los grandes artistas de rhythm and blues norteamericano, cuyos discos llegaban a España con cuentagotas. Eran todavía corrientes estilísticas minoritarias frente al empuje del rock progresivo y la canción de autor, que constituían las tendencias predominantes. Así lo recuerda, cuatro décadas después, este melómano y empresario del ocio nocturno, conocido sobre todo por los 25 años que estuvo al frente de la sala Black Note, referente indiscutible de la música en vivo para los asiduos al jazz, el blues, el soul y las músicas del mundo.
Desde sus inicios como disyóquey cuando todavía era menor de edad, Valenzuela tuvo claro que no quería ser un mero espectador. Le atraía estar en la otra parte de la barra; meterse en el cotarro; hacer de ello una forma de vida. Se metió en el mundo de los “maleteros”, una figura ahora desaparecida por la que le preguntamos en esta entrevista. “Era una especie de vendedor ambulante de maxidiscos de importación. A principios de los años ochenta aparecen en España sellos de distribución como Zic Zac Import Records, Area Import Records o Animal Music Records que se dedican a ir a Inglaterra y traer los discos que se están escuchando en Europa (sobre todo en Inglaterra, Francia y Alemania) y que a España no llegaban nunca o lo hacía con años de retraso. Nos llamaban “maleteros” porque cada semana llenábamos una maleta de vinilos, nos subíamos al coche y nos dedicábamos a visitar discotecas, pubs y emisoras locales de València, Alicante, Benidorm y Murcia. Por aquel entonces empezaban a surgir los programas especializados. Radio 3 empezaba a despuntar, al mismo tiempo que Cadena Ser tiraba por una vertiente súper comercial (la fórmula de lo que serían Los 40 Principales y M80). En una franja de 15 minutos te podían pinchar a Earth, Wind & Fire, Camilo Sesto y la Pantoja. Ahí es cuando empezamos a distinguimos del resto la gente que estábamos en la vanguardia”.
Además de un bonito proyecto de activismo cultural dentro de un país oscuro y autárquico, resultó ser un buen negocio. “Un maxi salía de fabrica a 900 pesetas y tú lo vendías a 1.500, había bastante margen comercial”, recuerda Germán, cuyo instinto para los negocios empezó a despuntar precozmente. A los 21 años, mientras estudiaba los primeros años de arquitectura en la universidad, ya tenía a su cargo a “varios chavalines” que repartían para él discos por los pueblos. Completaba su salario como pinchadiscos y haciendo sustituciones en bares.
El sistema de los “maleteros” para renovar su catálogo cada semana era de lo más austero. “Yo estaba en Alicante y llamaba a las empresas de distribución por teléfono para escuchar el material nuevo que les había llegado. Al otro lado de la línea, pegaban el auricular al tocadiscos y me pinchaban unos segundos del principio, de la mitad y del final del disco. En unos segundos ya sabía si el tema podía funcionar en locales o no. La entrada tenía que tener gancho. Una vez lo tenía claro, hacía los encargos: de este ponme dos copias; de este otro ponme tres…” (ríe). La siguiente etapa, la de venta puerta a puerta, funcionaba de la siguiente manera: “Iba de ronda por discotecas y pubs, dejando varios discos en cada una para que les echaran una oída mientras me tomaba un café por las inmediaciones. Al rato volvía a repetir la vuelta para formalizar las ventas. Los propietarios me decían que discos les habían gustado, les hacía la facturita con cuño, cobraba en metálico, albarán, y a casa”.
Los discopubs, explica, eran el verdadero filón para él. “Eran locales con mesas y música alta, pero donde no necesariamente hay que bailar, de modo que tenían posibilidad de tocar más palos. El rango de artistas y estilos que podía venderles era mayor”. El negocio de las ventas discográficas fue especialmente boyante desde mediados de los ochenta hasta principios de los noventa. “Los djs querían estar a la última, y competían para colgarse la medalla se haber sido el primero de su entorno en pinchar un hit en concreto”. “Después las ventas de importación caen abruptamente porque las novedades se ponían a la venta en España mucho antes y además aparece el CD y la industria del vinilo se desploma. Además -apunta-, el fenómeno del videoclip cambia el concepto de artista. Si no tenías un video no podías ser famoso, a diferencia de décadas anteriores, en las que la gente apenas tenía información del grupo que estaba escuchando y tampoco lo echaba en falta”.
A partir del año 87 aproximadamente, el periplo de Germán como dj y “maletero” baluarte de la música negra -y sus géneros adyacentes, como el funk blanco- colisionó inevitablemente con la llegada de los sonidos sintéticos, el prototechno (Front 242, etc.) y la música “gótica” de bandas como Bauhaus, Siouxsie and The Banshees y The Cure, que fueron moldeando la nueva era de las discotecas y los inicios de la llamada Ruta del Bakalao.
“Muchos de los jóvenes djs a los que vendía maxis hasta el momento empiezan a centrarse en esa nueva música, con la que además ganan una pasta. Me llegué a plantear si era el momento de reinventarme y tirar también por ahí, pero ya era tarde. Tenía el oído ya demasiado hecho a la música negra. Y además, como digo, la música blanca no me ponía”.
Su “reciclaje” siguió otro camino. “Empecé a investigar la música negra desde el origen: los ritmos africanos, jamaicanos, el blues del Misisipi, el funk de Nueva Orleans, los ritmos latinos.. Y posteriormente las músicas de fusión, la world music (afro beat, boogaloo, MPB, samba) y otros géneros más innovadores como el electro swing, electro bossa o la electro cumbia”. El siguiente hito de su trayectoria profesional -ya plenamente consagrada a la música, después de abandonar los estudios de arquitectura y de finalizar los de magisterio, pero sin intención de pasarse la vida en un aula-, llegó en 1993.
“Me di cuenta de que en los discopubs de Alicante y Murcia se trabajaba todavía la música negra, y no solo el pop o el rock. Así que decidí hacer algo así en València. Quería un bar donde pudiera mezclar todos los públicos, no especializarme solo en carrozas o en estudiantes. Tampoco quería un café jazz al que solo fuesen expertos. El negocio requería una gran inversión para adecuar el local para hacer música en directo, así que decidí montarlo en la zona de Aragón, porque estaba creciendo y la gente que se movía por ahí tenía un poder adquisitivo más alto”, confiesa. “Al final, monté un local típico del barrio del Carmen, pero para pijos y abierto a todo tipo de publico” (ríe).
Durante los siguientes 25 años, Black Note se hace fuerte en la ciudad, pasando por cinco etapas distinguibles: jazz fusión, blues, R&B; después soul, funk, y músicas del mundo, desde brasileña, hasta tangos y flamenco. “Nuestra época dorada fue del 94 al 98. Pasaron por ahí figuras internacionales como Lou Donaldson, Lonnie Smith, Lou Bennett, y toda la escena de jazz valenciano, con gente como Ximo Tébar y Perico Sambeat.”
Valenzuela valora también positivamente el impacto Berklee en la escena musical de la ciudad. No solo por el obvio enriquecimiento de la agenda de conciertos con los grupos que forman los alumnos de la prestigiosa universidad bostoniana con sede en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, sino como revulsivo para ganar nuevos públicos para las salas privadas de conciertos. “Se nota cómo los estudiantes extranjeros que vienen con una beca Erasmus acuden a locales donde no hubieran entrado nunca. Al principio lo hacen atraídos por la presencia de músicos de Berklee en el cartel, pero una vez están allí empiezan a interactuar con músicos locales, y a la larga es gente que ya queda dentro del circuito de conciertos de la ciudad”.
En 2015, Germán puso fin a su etapa en Black Note vendiendo a su socio su participación en este local, que ha acogido a lo largo de su historia más de 5.000 actuaciones. Emprendió entonces los proyectos que ocupan su tiempo en la actualidad: la agencia "FunkSociedad" Management, dedicada a la gestión de eventos musicales y representación de artistas y djs, y la iniciativa Gastro Music Circuit, con la que organizan eventos en espacios hosteleros. Aunque ya no cuente con local propio, su agenda de conciertos sigue siendo vertiginosa. Entre sus próximas citas, el concierto del trío vocal de swing "Les Babettes" y la BigBand Italiana "The 1000 Street's Orchestra" el 26 de septiembre en València o el concierto de John Mayall el 11 de octubre en Alicante.
Germán Valenzuela siempre ha tomado una posición proactiva con respecto a los problemas de su sector. Fue presidente de la Asociación de Pubs de València durante dos años y miembro de la junta directiva de la Federación de Hostelería durante once. “Hace ya quince años elaboramos con ayuda de los agentes sociales implicados -vecinos, policía y hosteleros- un dossier muy amplio que ponía las bases para conseguir la convivencia del ocio nocturno con el descanso de los vecinos. Un documento que busca potenciar el turismo de calidad y el ocio nocturno cultural, no de desparrame. Lo presentamos al Ayuntamiento, pero no se nos hizo caso”, señala este profesional del sector, al que no les convencen las zonas ZAS porque “daña a los empresarios que sí hacen las cosas bien y cumplen las normativas, en lugar de centrarse en denunciar a los piratas o atajar el problema del botellón y los lateros”.
Entre las soluciones que propone, destacan varias. “Para empezar, conceder menos licencias, y solo a quienes cumplan normativa y demuestren que son locales que trabajan profesionalmente y tienen una agenda coherente”. También es importante, en su opinión, repensar el modelo de transporte público de la ciudad. “El metro de noche debería ser abierto 24 horas y gratis para los menores de edad. De este modo, mucha más gente podría desplazarse por ciudad y vendría mucha más gente de los pueblos a la ciudad a ver conciertos. El coste de abrir las estaciones de metro nocturno es asumible comparado con los beneficios que puede tener para la ciudad en su conjunto. Además, en las paradas deberían normalizarse las actuaciones de músicos, como ocurre en Barcelona. Y a los hosteleros se les deberían habilitar franjas horarias para hacer conciertos y solo obligarles a insonorizarse si el tipo de conciertos lo requiere. Un acústico con guitarra y voz no contamina”.
Para Valenzuela, en València se da la gran paradoja de “tener músicos buenísimos que no se exportan y que tampoco están bien tratados en su propia ciudad, y por otra parte un perfil de consumir de música en directo de bajo nivel”. “La música ya no ocupa el mismo lugar en la escala de valores del consumidor. Antes, la decisión de qué local visitar dependía principalmente de la música, y a partir de ahí te daba igual la ubicación o el precio. Te tomabas tres cervezas o una en base a lo que tuvieras. Ahora, la escala se ha invertido: lo primero en los que se fija el público es en la ubicación, después en los precios, seguido del ambiente y por último la música”.
“Ahora mismo, si estuviésemos en Ámsterdam, tendríamos delante a un grupo de músicos tocando en directo, en lugar de estar escuchando de fondo este hilo musical”, comenta, apuntando con el dedo a la nave central del Mercado de Colón”. “La Administración no apoya el tejido musical local, y lo curioso es que para hacerlo no hace falta que otorgue subvenciones a nadie. Basta con no putear y darles más visibilidad”.
Otra de las soluciones que aporta para contrarrestar la contaminación acústica que se concentra en la puerta de los bares y las terrazas es potenciar la figura de los mediadores sociales y “premiar” a los locales responsables con una etiqueta oficial que puedan exhibir en su puerta. “Su función es estar fuera del local, mediar entre el público y los vecinos y controlar que no haya escándalo”. Sin embargo, la realidad es que el Consistorio, elemento clave para impulsar a los mediadores, ha hecho caso omiso a esta propuesta.
Finalizamos la entrevista con una prospección de futuro. “La mayor parte de los dueños de salas de conciertos van muy muy justos. Sin embargo -asegura-, no soy pesimista. Así como veo que estamos en la antesala de la explosión de una burbuja gastronómica, similar a la que ocurrió con el ladrillo, pienso que la ciudad tiene capacidad de sobra para absorber la oferta del circuito de bares de conciertos. El problema es que cuando sales a conciertos ves solo al 15% de la gente de tu mismo target de edad. Tendemos a pensar que eso es lo que hay, pero no es así. Si saliésemos a sitios ajenos a nuestro círculo habitual descubriríamos a un montón de público potencial. Si consiguiésemos llegar a un 40 ó 50% sería un gran logro. Querer llegar a más es una utopía”.