ALICANTE. Francisco Veiga (Madrid, 1958), historiador y doctor en Historia, analista político y catedrático de Historia Contemporánea y Actual en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde imparte docencia desde 1983, ha decidido sacar los pies fuera del tiesto académico, para adentrarse en la selva salvaje de la creación literaria y su ecosistema jungla.
Mientras que su producción investigadora y docencia especializada se ha centrado en la Europa Sudoriental y el Imperio otomano-Turquía durante los siglos XIX al XXI, y la historia contemporánea de los últimos treinta años, el argumento de la novela que presentará el próximo 28 de septiembre, Ciudad para ser herida, como segunda entrega del catálogo de la joven editorial Mankell, se sumerge en el sugestivo mundo del espionaje, los servicios de inteligencia, el terrorismo internacional, y esa imagen entre romántica y peligrosa que tienen los miembros de una élite más conocida por los tópicos que ha generado la ficción en el mundo anglosajón, que las realidades prosaicas, y no tanto, del día a día del espía. Barcelona, Estambul, Helsinki,... de lo que no se libra la narrativa de espías es de elegir escenarios seductores.
- ¿Ciudad para ser herida es la novela de un experto en geoestrategia, de un historiador o de un aficionado a la narrativa de espionaje?
Es el resultado de haber transitado durante cuarenta años por zonas de conflicto. Al principio como mochilero: a los 17 años atravesé por primera vez el Telón de Acero en tren, en solitario, y fue una experiencia fascinante. Después, como periodista free lance estuve presente en la caída del régimen de Ceauşescu, en Rumania y en casi todas las guerras de la ex Yugoslavia, a lo largo de diez años. Fue allí donde vi cosas que durante mucho tiempo expliqué en las aulas, como profesor, e incorporaba en mis libros sobre conflictos de la Historia actual o en mis artículos de prensa. También viví el cambio de régimen político en Turquía, desde 2003, y los esfuerzos de ese país por acceder a la Unión Europea en medio de sus propias conmociones; visité Yemen después de la Primavera Árabe o viajé por Kazajistán; y estaba en Kiev cuando fue derribado del vuelo MH17 de Malasyan Airlines, en julio de 2014.
Por eso Ciudad para ser herida tiene ese aire como de reportaje –que sería la mano del periodista- narrado desde diversos puntos de vista –la aportación del historiador. Fue escrita en tiempo real, desde abril de 2016, y por ello es en parte un ejercicio periodístico, integrando los grandes acontecimientos del periodo (el Brexit, el golpe de Estado en Turquía, la llegada de Trump a la Casa Blanca) en la macro explicación global que es la trama; y de nuevo tenemos ahí la visión del historiador. El novelista lo liga todo en el relato y da vida a la historia y a los personajes. Pero ese componente emocional también está integrado en la época porque los personajes no viven desgarradores dilemas morales como en el pasado. Hoy en día el triunfo del individualismo es tal que se hacen cosas muy duras con una sorprendente falta de empatía. Si hay consecuencias frustrantes, muchos las solucionan con pastillas o la oportuna visita al psicoterapeuta.
- Entre James Bond y George Smiley, ¿Cuántos tonos de gris hay?
Son abordajes literarios dispares del trabajo de inteligencia, que a su vez son reflejo de épocas diferentes, con sus distintas problemáticas políticas e incluso modas. Las aventuras de James Bond son muy fantasiosas, con ocasionales toques pop, al menos en las primeras pelis de los años sesenta. Pero por entonces existían precedentes cercanos, reales, de personajes como el mismo Bond: agentes de la inteligencia británica que habían actuado en la Europa ocupada por los nazis y eran capaces de hazañas increíbles. Tenemos un ejemplo reciente en ese film de Robert Zemeckis, “Aliados” (2016) protagonizado por un Brad Pitt ya algo viejuno.
Recordemos que el autor de la saga, Ian Fleming, había sido él mismo agente secreto adscrito a la Inteligencia Naval británica durante la Segunda Guerra Mundial; que la primera novela de James Bond data de 1952 –sólo hacía siete años que había concluido la Segunda Guerra Mundial- y que esa primera novela se titula Casino Royale y estuvo inspirada en una visita que había hecho el agente secreto Fleming al “Casino Estoril”, en Cascais, Portugal, en plena guerra.
George Smiley y las primeras novelas de Le Carré son más bien reflejo del asunto de los Cinco de Cambridge, el escándalo de los topos de la alta sociedad británica reclutados por los soviéticos como agentes dobles, en el núcleo del servicio de inteligencia británico durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque Guy Burgess y Donald MacLean, dos de ellos, ya escaparon a la URSS en 1951 y John Caircincross fue detenido ese mismo año el affaire se mantuvo en secreto. Pero reventó y se hizo público en 1963 con la huida de Kim Philby, que había llegado a escalar hasta la jefatura del servicio de contraespionaje británico y entregaba información secreta a los soviéticos a manos llenas.
El escándalo de los Cinco de Cambridge fue extraordinario y reveló el penoso estado en el que se encontraba en realidad el Servicio de inteligencia británico, que además en los años cincuenta no daba pie con bola frente a los soviéticos y eso en el mismo corazón de Londres, como reveló el antiguo jefe del MI5, John Wright en sus memorias (Cazador de espías, 1987). Así que el escepticismo y la paranoia de trabajar en un servicio bajo la sospecha de ser completamente inútil por infiltrado hasta la médula, dominan las primeras novelas de Le Carré. Recordemos que El espía que surgió del frío, el gran éxito editorial de ese autor, data de 1963.
La conclusión es paradójica y hasta divertida: James Bond y George Smiley responden a un mismo trasfondo de frustración, de final del Imperio británico, de traiciones y mal asumida dependencia de los americanos. Pero mientras el primero plantea una salida irónica y hasta jocosa al problema, el segundo lo describe de forma descarnada, como un final de época.
- En una entrevista a propósito de su faceta de historiador, afirmó que “hoy en día la historiografía está muy colonizada por el mundo anglosajón, tanto el americano como el británico”. ¿En el caso de la novela de espionaje se puede decir lo mismo, existe una especie de monocultivo?
Sí, desde luego. Esto no se circunscribe a la literatura o a la academia: los anglosajones en general y los británicos en general tienen una gran habilidad para vender lo suyo. Aunque a veces sea de dudosa calidad o se trate de colocar urbi et orbi derrotas y trapos sucios. Y lo hacen muy bien, que conste. Uno de los recorridos turísticos de Londres es la ruta de “Jack el Destripador”. ¿Se imagina una ruta del “Arropiero”, el mayor asesino de la historia de España, con 48 crímenes a sus espaldas?¿O del “Mataviejas”? No se ría: seguro que los ingleses lo bordaban. Bueno, ahora empezamos nosotros a reaccionar con productos como ese excelente film sobre la vida del agente secreto Francisco Paesa (El hombre de las mil caras, Alberto Rodríguez, 2016) pero aún hay mucho complejo.
También debemos recordar que los británicos fueron los creadores del actual concepto de servicio de inteligencia. Gracias a él, lograron gobernar un enorme imperio transoceánico. En 1881 la India británica tenía una población de más de 200 millones de personas pero el contingente militar procedente del Reino Unido era de tan sólo 66.000 soldados y oficiales británicos. Con los rusos pasaba algo parecido: a comienzos del siglo XX la Ojrana, que era la policía política del Imperio zarista, apenas contaba con un millar de agentes para controlar el territorio del Estado más grande del orbe en el cual vivían 125 millones de almas. Y lo hicieron bastante bien: para 1904 habían desmantelado prácticamente la dirección de casi todos los grupos revolucionarios en Rusia. En líneas generales, la administración de los grandes imperios necesitaba de buenos servicios de información.
Los americanos han intentado hacer algo parecido con su CIA, su NSA y otras agencias de su inteligencia, pero el resultado no fue tan bueno como en el caso de los británicos: intentar ganar una guerra de guerrillas en Vietnam del Sur (país algo más pequeño que Túnez) les costó casi 60.000 muertos y llevar hasta allí a un máximo de medio millón de soldados. Un precio prohibitivo.
- En los inicios del siglo XX, Barcelona fue un importante foco de espionaje en Europa, tanto alrededor de la Primera, como de la Segunda Guerras Mundiales, a pesar de estar situada en una presunta retaguardia.
En efecto, Barcelona es una de esos escenarios clásicos –y hasta exóticos- en las guerras secretas de los servicios de inteligencia. Otros muy citados habitualmente son Lisboa, Berlín, Estambul, Zurich, Shanghai, Bangkok, Beirut. A veces es una clasificación un tanto literaria o periodística: lo son porque se han hecho muchas pelis o escrito novelas famosas ambientadas en esos atractivos escenarios urbanos. En otras ocasiones es la pura constatación historiográfica. Desde luego, en Barcelona hubo bastante actividad de los servicios de inteligencia en los grandes conflictos mundiales. Durante la Gran Guerra, porque era un núcleo de propaganda para que España entrara en la contienda a favor de unos u otros, o en relación a las industrias catalanas que vendían sus productos a los contendientes. Pero también era foco de irradiación de propaganda alemana hacia el Magreb, por aquello de soliviantar a las colonias francesas.
Por cierto que durante la guerra civil se volvió a intentar la jugada cuando el Comité de Milicias, desde Barcelona, buscó provocar un levantamiento en el Marruecos español que afectara al suministro de tropas moras para Franco. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo mucha actividad relacionada con las cadenas de evasión de resistentes o prisioneros de guerra que escapaban desde la Europa ocupada por los nazis.
¿Por qué Barcelona? Bueno, ojo, hay que recordar que Madrid también fue un foco de espionaje muy potente. Lógico, dado que era la capital del Estado, donde se decidían muchas cosas en relación a la neutralidad española. Pero también Algeciras fue y sigue siendo un punto caliente: durante la Segunda Guerra Mundial, por la proximidad de Gibraltar y el Estrecho; y ahora mismo por ser una ciudad en el camino de las rutas del narcotráfico. O por tener cerca la base de Rota. Las playas de Huelva fueron el escenario de la Operación Carne Picada, una de las acciones de engaño más hábiles de la Segunda Guerra Mundial, ideada y ejecutada por los británicos.
En relación a Barcelona, era lógico que los espías se movieran por allí con tanta soltura entre 1914 y 1945 (por lo menos). Era una ciudad grande y por ello resultaba más fácil esconderse y actuar. Además era una capital económica importante, lo cual le daba una proyección específica en el resto del Estado y en el Mediterráneo. No estaba tan vigilada como Madrid, estaba situada cerca de la frontera con Francia y Europa y de rutas estratégicas, tenía un puerto con mucho movimiento… Todo aquello que hacía de la ciudad una capital comercial pujante la hacía atractiva para los “tradecrafters”, claro.
- ¿Resurge este fenómeno ahora, con los “nuevos espionajes”?
¿Se refiere a nuevos escenarios, nuevas modalidades o nuevos actores? Bien, haciendo un poco de totum revolutum, un tot plegat, Barcelona –y por extensión Cataluña- sigue siendo un punto delicado en el mapa de las problemáticas de inteligencia a escala internacional. En buena medida porque es epicentro de la actividad yihadista en el Mediterráneo occidental. Hace ya años que se habla del “tríángulo del mal”, definido por Santa Coloma, Badalona y Sant Adrià, donde se han reclutado voluntarios para ir a combatir a Siria, Irak o Afganistán. El asunto es de tal envergadura que en 2010 se filtraron unos cables secretos de la Embajada de los Estados Unidos en Madrid con planes para hacer del Consulado en Barcelona un centro operativo de vigilancia destinado a controlar los movimientos de los yihadistas entre Argelia, Túnez, Marruecos y el sur de Francia.
Después está la presencia de las mafias internacionales y el crimen organizado en Cataluña, que es nutrida, variada y potente. Y que está muy relacionada con asuntos tan delicados como el blanqueo de capitales o el narcotráfico.
En tercer lugar, el espionaje industrial, que es un asunto poco mediático pero trascendental. Ya desde el final de la Guerra Fría una parte de las poderosas infraestructuras del espionaje de la época se reconvirtieron para capturar información sensible de los procesos productivos, patentes, investigaciones científicas orientadas a la empresa, para forzar movimientos especulativos o sabotear los productos de la competencia. En el caso concreto de Cataluña, las investigaciones sobre biotecnología o infraestructuras sensibles, como pudiera ser el sincrotrón ALBA, en Cerdanyola del Vallés, son posibles objetivos a proteger, entre otros. De hecho, la batalla por la ciberseguridad en todo el Estado y también en Cataluña, tiene mucho que ver con la defensa de instalaciones críticas y de empresas que se denominan de interés estratégico. Por ello se constituyó en 2009 el ya célebre Cesicat, el Centre de Seguretat de la Informació de Catalunya, que forma parte de la administración de la Generalitat. Está formalmente integrado en el plan estratégico para la seguridad en las tecnologías de información y la comunicación, las TIC.
Y esa “Cataluña vulnerable” es a la vez una potencia turística, no debemos olvidarlo. Precisamente, de la inclusión de todos estas problemáticas en una novela surgió Ciudad para ser herida
- ¿Cuáles son los puntos calientes del espionaje ahora mismo?
Hay que diferenciar lo que serían los puntos calientes de la actualidad informativa y lo que no es tan evidente. Por supuesto, los conflictos de gran interés estratégico, atraen mucha actividad de inteligencia: Siria, Libia, Ucrania, los países bálticos, Venezuela, el mar de China, el Sinkiang. En cambio, los Estados Unidos y Japón son campos de batalla destacados en el espionaje económico entre empresas y corporaciones. Si nos referimos a grandes operaciones de penetración económica y estratégica, el conocido desembarco de China en África ha venido acompañado de una intensa labor de preparación dirigida desde Pekín, por ejemplo. En definitiva: cualquier punto del globo es susceptible de convertirse o ser un punto caliente, depende de lo que esté en juego. Piense que los adelantos tecnológicos actuales permiten espiar o intervenir desde el espacio en cualquier mísero rincón. Abra la aplicación de Google Maps y fíjese una ruta a pie. Verá como el satélite monitoriza sus pasos, en metros. Lo vivimos cada día, pero no deja de ser impresionante.
- ¿Y dónde se sitúan los servicios de inteligencia españoles en este mapa?
Los servicios de inteligencia españoles tocan muchos y muy variados palos. Se ocupan de la amenaza yihadista, pero también de los ataques cibernéticos contra todos tipo de objetivos sensibles. ¿Recuerda el susto que nos dió WannaCry, un ransomware que atacó con éxito el servicio de salud británico o la red de ferrocarriles alemán? Sucedió en mayo de 2017. Pues España fue el tercer país más afectado del mundo, tras Estados Unidos y Gran Bretaña. Aquello fue un ataque masivo contra casi todas las empresas del IBEX. Los servicios de inteligencia españoles se ocupan también del espionaje industrial, del crimen organizado internacional, el contraespionaje, de las misiones militares de la OTAN en las que participa España (por ejemplo, en los Países Bálticos).
Al margen de todo ello, en la actualidad, cuando queda muy lejos la Guerra Fría y estamos en una situación internacional de gran indefinición política y estratégica, quizá está costando redescubrir que los amigos para siempre casi no existen. Que el aliado que tienes en un escenario es un competidor y hasta un adversario en otro. La Realpolitik, un concepto que acuñó Bismarck hace ya un siglo y medio es más real que nunca en un planeta que es una verdadera jungla. En Ciudad para ser herida también se plantea eso: la problemática de las lealtades y fidelidades en el mundo actual, que afectan a todos, a cualquier servicio de inteligencia. De hecho la trama de la novela surge de esa reflexión, a escala estratégica, pero se extiende a todos los niveles, incluso al personal. La reiterada metáfora del ángel caído en Ciudad para ser herida no es casual.
- Las noticias falsas, la manipulación de la información, el agenda setting, la desinformación… ¿son los ámbitos donde son más activos los servicios de inteligencia ahora mismo?
(Risas) Eso sería, en todo caso, la leyenda negra de los servicios de inteligencia. Su labor principal consiste en prevenir, en adelantarse a los acontecimientos que pueden ser lesivos para el país y sus ciudadanos y recabar información para evitarlos. Esto abarca una enormidad de tareas, desde evitar el ciberespionaje industrial a gran escala (cosa que las empresas por su cuenta no podrían afrontar) hasta rescatar a periodistas tomados como rehenes por el terrorismo yihadista, pasando por un sinfín de amenazas cotidianas. Claro, esto sería la norma estándar para los servicios de un país de categoría media situado en los márgenes de las zonas calientes. Cuando más grande y agresiva es la potencia, sus servicios de inteligencia serán también más formidables, diversificados y a veces, ingobernables. Y de ahí surge la trama inicial de Ciudad para ser herida.
Por otra parte, ya es tiempo de “desestatalizar” el espionaje. Hoy en día hay empresas que poseen sus propios tinglados, servicios privados… Algún que otro ayuntamiento también tenía sus propios espías ¿no? (risas) Hoy en día la tecnología del espionaje, incluso alguna sofisticada, está al alcance de más de un periodista sin escrúpulos. De hecho, el mismo internet, el smartphone… todo eso son antiguas herramientas, futuristas por entonces, del espía de la Guerra Fría. En la actualidad, cualquiera puede fabricar fake news y colarlas en internet a través de las redes sociales y con ayuda de bots. Incluso existen aplicaciones específicas para hacerlo.
Y, por último, las labores de inteligencia profesionales se han privatizado exponencialmente. Muchos datos aparentemente reservados que aparecen en Ciudad para ser herida se han obtenido de fuentes totalmente abiertas (OSINT) en internet. Hay agencias de detectives o empresas de inteligencia electrónica que pueden conseguirnos información valiosa, si hay dinero para pagarla. De esto también se habla en la novela, en un capítulo bastante sorprendente. Cuando Bush hijo declaró la “guerra mundial al terrorismo” se externalizaron tantas funciones que surgieron como champiñones las compañías privadas de inteligencia. Algo así como unas cinco mil y pico sólo en Estados Unidos, creo recordar. (Tim Shorrock, Spies for Hire. The Secret World of Intelligence Outsourcing, 2008). Se habló por entonces del “Complejo de Inteligencia Industrial”, algo así como el Complejo Militar Industrial; todo un sector económico, vamos.
- El 11S de NY, el 11M de Madrid, el 17A de Barcelona, el 22 M de Bruselas… ¿son errores de inteligencia?
Me señala hitos del terrorismo yihadista. Desde luego, para los países afectados fueron errores de sus respectivos servicios de seguridad que no supieron o pudieron prevenir los ataques. Pero para los autores, fueron éxitos de su propio proyecto de inteligencia. Ninguno de esos atentados hubiera sido posible sin una planificación previa, sin un tiempo más o menos largo de estudio del objetivo, evaluación de daños o medios a obtener y utilizar. Y también, sin un trabajo de cobertura, de camuflaje y, en definitiva, de contraespionaje.
En líneas generales, ese es el gran gaje del oficio del “tradecraft” (como se conoce al trabajo de inteligencia en jerga profesional): no se pueden publicar los éxitos; sólo salen a la luz los fracasos. En cierto sentido es la antítesis del periodismo.
- Uno de los escenarios de la novela es Estambul, que pertenece al contexto otomano y exotomano de una de sus especialidades como investigador, el otro es el sudeste europeo. Dicen que los Balcanes generan más historia de la que son capaces de digerir. ¿Hay peligro de que se vuelvan a convertir en un foco de conflicto que arrastre al resto de Europa?
También Helsinki es uno de los escenarios de la novela, donde se dan cita un agente español y otro iraní, monitorizados (de forma deficiente) por los servicios de inteligencia finlandeses. Y todo ello a ritmo del rock de Rosendo (risas). La globalización es una realidad y hoy en día cualquier rincón del globo es susceptible de ser un foco desestabilizador. En realidad, la última gran crisis de los Balcanes tuvo que ver con el final de la Guerra Fría y no tanto con las deudas de la historia. Si las grandes potencias no se hubieran entrometido, las cosas no hubieran ido tan lejos.
Hoy en día el gran problema es el avance de la ultraderecha en Europa, los Estados Unidos y Rusia. Aparte de un conflicto generalizado de impredecibles consecuencias o una nueva crisis económica internacional, en los que nos toca a nosotros el colapso de la Unión Europea –es decir, el proceso de integración europea- es uno de los grandes riesgos que nos acechan. Eso nos devolvería a 1914 en forma de unos enormes Balcanes: fragmentados y todos contra todos.
Esta inquietud recorre Ciudad para ser herida, conforme los protagonistas de la novela empiezan a sospechar, alarmados, que en realidad no están entendiendo lo que sucede de verdad. Se produce lo que parece una feliz coincidencia y resulta que en realidad es un “metamilagro”. Hay una cada vez más clara certidumbre de que en esos meses de 2016 y 2017 se está entrando en una nueva era, con nuevas reglas y extraños adversarios. Y recuerde que la obra la fui escribiendo día a día, lo que quiere decir que ya en la primavera de 2016 se veían venir sombras inquietantes. Por ejemplo, esa especie de estrategia diplomática a medio camino entre los grandes negocios y el oportunismo de usar y tirar, que resultó ser muy de la era Trump.
Por eso, se puede decir que Ciudad para ser herida es también una novela de época
- ¿Qué va a encontrar un lector de novela de espionaje en Ciudad para ser herida, diferente al resto? ¿Y qué va a seducir a un lector generalista, que no busca un género definido?
Creo que el lector, en general, se encontrará con una obra literaria novedosa. Por el contenido y también por el tratamiento que se hace del mismo. Es una novela coral, que no está centrada en uno o dos personajes. Es un relato poliédrico, con bastantes más planos de los que se traslucen en una primera lectura. De hecho, invito al lector a que, una vez concluida, se le vuelva a leer como si fuera él mismo un analista de inteligencia, decodificando lo que se sugiere en esas páginas. Que no sólo son problemas de los “grandes juegos” geoestratégicos que se dirimen en nuestros días, qué va. En Ciudad para ser herida se habla de bastantes cosas e implícitamente se extraen unas cuantas conclusiones. Sobre cómo vivimos nuestra época, de qué forma nos comprometemos, qué cuentos nos cuentan cada día y cómo nos engañamos a nosotros mismos, qué sabemos en realidad de nuestro entorno, en manos de quiénes estamos, cómo nos olvidamos de casi todo en poco tiempo –lo cual es muy peligroso- y de qué forma nos hemos acostumbrado a la amenaza de una violencia siempre latente y contenida, a veces sólo virtual, pero que el día menos pensado puede desencadenarse sobre nuestras cabezas, de forma incontrolable y sin vuelta atrás. Puede que vivamos en un mundo de cotidianos complots de necios y entonces vale la pena que nos planteemos cómo vivir eso. “La lealtad es simplemente una cuestión de fechas” –escribía ese gran estadista que fue el cardenal Richelieu en el siglo XVII. Según cómo entendamos esa frase, Ciudad para ser herida puede ser leída como una novela de intrépidos mosqueteros; o como algo más parecido a Balzac o Tom Wolfe. Por ahí van los tiros.