La cuarta edición del Festival de Les Arts llega con un cartel que repite los básicos del circuito indie y se queda atrás en paridad
VALÈNCIA. Con la resaca de una nueva edición del Primavera Sound de Barcelona, uno se cuestiona la imperiosa necesidad de exigirle a València una réplica a la altura de los grandes fastos de la Formula 1 o la visita del Papa. ¿Es realmente imprescindible que València se convierta en el centro internacional de nada? ¿A cambio de qué? ¿De sobredimensionar un espacio? ¿De alimentar con gasolina el incendio de la turismofobia -y con razón-? ¿De ofrecer un buen puñado de conciertos que la mayor parte de los asistentes verán a través de una pantalla? ¿Es lícito, en definitiva, exigirle a València que atraiga la inversión necesaria como para construir una propuesta que el común de los valencianos sólo podrá disfrutar renunciando a un dinero que muchas veces no tiene?
Los 215.000 asistentes (según los datos oficiales) de la última edición del Primavera Sound supone, sobre el papel, más de cinco veces el techo de la asistencia de las dos últimas ediciones del Festival de Les Arts. Lo que sucede en Madrid y Barcelona y lo que no sucede en València en tantos aspectos se traduce de forma dramáticamente proporcional en el apartado de eventos musicales. Si bien existe un bendito término medio entre desear que la ciudad se convierta en la embajadora europea de Pitchfork y que se convierta en una parada más de la caravana del circuito del indie de garrafón. Y, al parecer, los críticos estamos hartos de ver los mismos carteles, pero el público no.
De hecho, el Festival de Les Arts ha conseguir consolidar su proyecto fundamentándolo de forma férrea en dos pilares: una apuesta de perfil bajo y conservadora -queda sobradamente demostrado que quien se sale del guión compra más papeletas para salirse también de la viabilidad financiera- y la reiteración en la propuesta, consecuencia de la primera. El festival ha superado lo que en la jerga de la crítica musical serían los momentos más complicados de una banda: el debut, un segundo disco que aguante las comparaciones con el primero, y una entrega que configure un camino de forma definitiva. La cuarta edición del evento se celebrará los próximos 8 y 9 de junio en el espacio de la Ciutat de Les Arts i Les Ciències.
Han pasado tres años y medio desde que, en 2015, arrancara el proyecto valenciano de los hermanos Sánchez Sotillos. Uno más entre la interminable colección de festivales que administran en el Monopoly del circuito de entretenimiento indie. Si damos validez -y yo no se la doy- al ficticio y ridículo sistema de recuento de asistencia por parte de los festivales de música de este país, el Festival de Les Arts ha pasado de los 22.000 asistentes de su primera edición a un recuento final de 40.000 los dos siguientes años. Lo cual, más allá de la consolidación evidente que el análisis de las cifras pueda arrojar, es un plus para cualquier festival indie que se precie: ha conseguido repetir.
A pesar de no llegar a los niveles de autoreferencia (y de referencia colectiva) de propuestas como la del SanSan, su esfuerzo por la iteración tampoco es desdeñable. En apenas cuatro ediciones, el Festival de Les Arts ya se ha granjeado una decena de grupos que, en el peor de los casos, sólo ha repetido una vez. En los supuestos de Carlos Sadness, Dorian, Full y La Habitación Roja, la cuestión se acerca peligrosamente a la cuadratura del círculo de la repetición, al Síndrome de Stendhal de la burbuja indie de festivales; entre las cuatro bandas suman hasta una docena de conciertos en las cuatro temporadas de Les Arts.
Los cuatro referidos anteriormente han conseguido completar su terna de visitas con la convocatoria de este año. Si bien lo de La Habitación Roja y Dorian se puede comprender dentro de la vorágine de intercambio de grupos de referencia (y su escasez) entre festivales del sector -varios de ellos, además, con los mismos dueños y gestores-, es más sorprendente el caso de Carlos Sadness; no tanto por su predicamento entre el público indie, como por su reciente visita a València en el circuito de salas. Más sorpresa causa lo de Full, formación sevillana que sostiene sus tres intervenciones en Les Arts con apenas dos discos y una trascendencia cuanto menos cuestionable.
Tras ellos se sitúan este año Lori Meyers, Ángel Stanich, Bearoid, Geografies y Alien Tango, todos con un par de visitas. El regreso a València de Lori Meyers sirve para conformar un grupeto que, formado por los andaluces y La Habitación Roja, Dorian, Carlos Sadness y Full, coincide con parte del primer cartel del festival en 2015. Junto a ellos, llama poderosamente la atención la presencia de Nancys Rubias y Mario Vaquerizo, sólo un año después del concierto de Alaska con Fangoria. Cuando vas a comprar al supermercado, a veces es más rentable optar por el pack; otras veces no tanto, sobre todo si eres soltero. Algunas artículos acaban sobrando.
Con esta nueva edición, se confirma también que la tendencia conservadora se extiende de igual manera a la apuesta por referentes -de algún tipo- a nivel internacional: Crystal Fighters y Mando Diao, dos grupos que ya hace rato que han saltado de la cresta de la ola, son la principal representación exterior en un festival que ha reconfigurado el enfoque internacional paulatinamente desde su primera edición. Entonces, en 2015, abrían estupendos con The Sounds, Everything Everything, The Wave Pictures, Is Tropical, Band of Skulls y The Wombats. En 2016 aguantaban el envite con otra tanda de grupos que no ocupan el escaparate principal como The Drums, Hurts, Slow Magic, The Dandy Warhols, The Fratellis y We Are Scientists. Ya en 2017 el descenso se hacía patente con Jake Bugg, The Vaccines, Kakkmaddafakka, el Dj set de Digitalism y los portugueses Sensible Soccers.
La tendencia se confirma este año. Algo que, por desgracia, también sucede en otros campos como el de la igualdad de género. De cero a SanSan, el Festival de Les Arts se sitúa a mitad de tabla de la clasificación de festivales que siguen volcando su cartel a base de acumular testosterona. A mitad de tabla, pero siempre con un ojo en los puestos de descenso. De la casi treintena de grupos que conforman la cuarta edición del evento valenciano, sin contar el campo de nabos del Circuit de Les Arts previo, apenas media decena de grupos cuenta con presencia femenina entre sus filas; y sólo dos de esas propuestas, Rufus T. Firefly y El Columpio Asesino, le dan un papel preponderante sobre el escenario.
Junto a ellos, Crystal Fighters, Dorian y Nancys Rubias -con una música en sus filas- ayudan al festival a no llegar a la máxima puntuación en desequilibrio de género. Junto a ellos, dos únicas propuestas en las que la mujer es la principal protagonista: las solistas Bely Basarte y Kuve. Ambas constituyen las únicas dos oportunidades -entre 15 bandas- de ver a una mujer cantar o tocar un instrumento sobre un escenario el sábado 9 de junio. Que las formaciones con mujeres apenas ocupen (no como all-women-bands, ni mucho menos) un cuarto de un cartel que se ha estrechado con el paso de las ediciones no es suficiente.