MEMORIAS DE ANTICUARIO

¿Existe lo genuinamente español en nuestro arte?

10/06/2018 - 

VALÈNCIA. De vez en cuando conviene abrir el objetivo: de lo valenciano a lo español. Hasta finales del mes de agosto puede visitarse una interesante exposición en el Centro Cultural Bancaja dedicada a un pintor vasco: Ignacio Zuloaga. Cuando se contempla la obra del artista de Éibar uno se pregunta si en él se reúnen una serie de características propias de un “impregnado aliento español” y si este se detecta en el fascinante relato del arte producido en España desde el manierismo hasta nuestros días. Melancolía, pesimismo, dramatismo, exotismo, costumbrismo… ¿Podríamos decir que existe un “arte español” con una serie de características propias más allá de que los autores son, obviamente, españoles?

Temas recurrentes

Un arte de Santos y Vírgenes, se dice, en ocasiones, de forma un tanto peyorativa. Ciertamente, si se hace un retrato-tipo, puede afirmarse que, en términos generales, hasta avanzado el siglo XIX el arte español es religioso. También es de retrato y bodegón aunque en menor medida. Ya en el siglo XX incluso despojado de su carácter devocional, es tratado desde el punto de vista de su simbología y su imagen en la historia del arte, a través de la reinterpretación del tema sacro. Es menos habitual el cultivo del paisaje, la pintura de género o la mitológica, lo que provoca que en el contexto español las obras de esta temática se busquen y coticen por lo inusual. La Iglesia es la gran mecenas desde el Concilio de Trento, y ya se sabe que, quien paga manda. En otros ámbitos como el centroeuropeo la pequeña burguesía demanda escenas de género para decorar las paredes de sus casas (paisajes, escenas tabernarias, celebraciones del pueblo).

Lo islámico

Ocho siglos de arte islámico en la península, e hispano-morisco tras la reconquista, dan para mucho. Dan para que, a pesar de los esfuerzos de las clases dirigentes para restablecer la cristiandad, la estética islámica tenga una presencia indeleble a través de los restos arqueológicos diseminados por la geografía, a través de la artesanía que las alfarerías de origen morisco e incluso cristianas, incluidas por aquellas, siguen cultivando incluso después de reconquistado el territorio para la cristiandad y cuyo ejemplo más plausible es la cerámica de reflejo valenciana y, finalmente, la evocación idealizada y romántica que se hace de ese mundo en el siglo XIX por pintores (Fortuny, Benlliure, Muñoz Degrain…), arquitecturas neo islámicas (antigua fábrica de La Ceramo) y, de nuevo, por talleres artesanos (La Ceramo). En definitiva, lo islámico no nos es ajeno.

¿Existe una paleta de color “española”?

Si cerramos los ojos y pensamos en la gama cromática que preside el arte español pensaremos en ocres, marrones, grises en todas sus intensidades, que presiden los cuadros de Velázquez, Zurbarán, Espinosa, de alguna forma lo vemos en Ribera, Murillo, Goya a pesar de la influencia de lo francés en el XVIII, Solana, Zuloaga, Romero de Torres, en cierta forma Sorolla en muchos de sus retratos.

Hagan una prueba: introduzcan en el buscador de Google el nombre de un artista español que podrá ir desde Velázquez a Murillo, de Espinosa a Zurbarán, de Goya a Solana, de Romero de Torres a Antonio Saura. Denle a “imágenes” y sin ampliarlas verán que esos pequeños cuadrados que contienen obras de estos artistas se relacionan unas con otras a través de una reducida paleta de color en la que predominan los ocres, los almagras, grises y marrones. Colores que emplearíamos para reflejar pesimismo, melancolía. Evidentemente no desaparecen los azules, pero la preponderancia es de esa reducida paleta “española” que nos evoca la tierra más que el agua, la piedra.

Sirva un ejemplo: El bodegón español versus bodegón flamenco

Cuando pensamos en un bodegón se nos viene a la cabeza un fondo neutro en tono, oscuro, abstracta escenografía, y pocos elementos dispuestos como personajes de una obra de teatro. Podemos trazar los rasgos que reúnen bodegones barrocos españoles, cuya influencia se proyecta a través de los siglos. Es difícil que un pintor español a la hora de pintar un bodegón se sustraiga a la enorme influencia de los barrocos Sanchez Cotán, Zurbarán, Juan Van der Hamen, el misterioso “Labrador” y del valenciano, aunque en menor medida, Tomas Yepes. Comparemos los bodegones de los citados artistas españoles con los equivalentes flamencos en los que la representación revista un carácter eminentemente festivo, excesivo,  mientras que los del barroco español sobrevuelan un carácter místico, hasta el punto de que en ocasiones se ha relacionado esta forma de entender las naturalezas muertas con los escritos de Santa Teresa de Ávila o San Juan De la Cruz, y una forme de entender el mundo ajeno al despilfarro de la corte y  la santidad de la vida sencilla y del ascetismo.

La imaginería española: el primer hiperrealismo

Entre el patetismo hiperrealista de José de Mora y Pedro de mena, la exaltación expresionista de la escuela Castellana con Gregorio Fernández, se mueve la imaginería barroca española que puede admirarse en todo su esplendor en la Semana Santa. Alejada de las amables y sonrientes tallas flamencas y las idealizadas y clásicas esculturas italianas, los imagineros españoles de los siglos XVII y XVIII introducen el hiperralismo a través del la expresión de la  propia talla y la introducción de elementos que ayudan al trampantojo (lagrimas y ojos de vidrio, pelo natural…) que ayuden a tener la ilusión de que estamos en presencia de la mismísima María Magdalena.

Goya, la Tauromaquia

Hablar del arte De Goya excede cualquier cálculo espacial para un artículo dominical. Así que citaremos sólo una parte pequeña pero esencial de su corpus artístico: su Tauromaquia. Desde ese momento, unos de los hitos del arte español, es el tema taurino todo un subgénero que alcanza su segundo zénit con Picasso. No hace falta explicar, por obvio, el desarrollo de un género con luces y sombras hasta prácticamente el fin del siglo XX con toda una pléyade de artistas (desde Mariano Benlliure y sus bronces a los cartelistas como Ruano Llopis o Juan Reus o artistas costumbristas como Durancamps. Hoy en día, el taurino, es un género en franco retroceso por un puñado de razones sociales y culturales sobre las que no entraré.

Arte contemporáneo, arte global

Las escuelas artísticas “nacionales” se van difuminando con la entrada del siglo XX. El arte no es ajeno al efecto globalización y esa senda que parecía clara y que nos guiaba por una forma”hispana” de entender el arte empieza a confundirse. Hoy día difícilmente puede hablarse de una estética propiamente española, sin que dejemos de detectar casos puntuales de artistas cuya obra contiene referentes temáticos y recurrencias estéticas de las que hemos hablado antes. Sin duda la obra de Antonio Saura tiene cabida con sus retratos (Felipe II, sus Crucifixiones), Antoni Clavé (gran seguidor del Greco) con su desfigurado barroquismo expresionista, Equipo Crónica y sus citas con el pasado e incluso la etapa más interesante de Manolo Valdés de arpilleras en tonos grises y ocres de personajes velazqueños, como las reinas o el Conde Duque de Olivares.

 

 


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