el tintero / OPINIÓN

Estamos enganchados

Podemos negarlo, podemos ignorarlo y podemos (y debemos) asumirlo. La inmensa mayoría estamos atrapados, enganchados, lobotomizados por el uso (y abuso) del maldito 'smartphone', que es inteligente para someternos y abducirnos 

18/04/2018 - 

Entre tanta información, muchas noticias se nos pasan de largo o apenas leemos los titulares, y es lógico porque nos encontramos en la era de los excesos y sobre todo de la excesiva información a la que tenemos acceso, principalmente a través de nuestro teléfono móvil. Por ello, y pese a lo populares que son últimamente los ‘días mundiales’, no tuvo especial eco que el pasado 15 de abril se celebró el día sin móvil. Siendo este año un domingo, quizá muchos de ustedes pudieron vivir alejados del aparato que más tiempo pasa a nuestro lado y del que somos dependientes.

Algunos artículos fueron publicados en prensa, el experto en productividad y autor del libro Lidérate, Agustín Peralt recopilaba datos escalofriantes, como que pasamos una media de 4 horas enganchados al móvil y que la población adulta prácticamente al 100% tiene y utiliza el móvil. Nos pasamos el día mirando, consultando, chequeando, whatsapeando, instagrameando y cargando. Porque cada vez más las baterías duran lo que duran un par de cigarrillos. En definitiva, vivimos en constante contacto con nuestro teléfono, lo llevamos al baño y a la cama, lo utilizamos para todo y además nos parece algo natural.

Hace unos años el teléfono tenía unos usos limitados (y razonables) principalmente SMS y llamadas y también servía como agenda digital o para anotar alguna información. Poco más. Teníamos agendas de papel, usábamos un despertador (algunos con radio) para levantarnos e informarnos, y teníamos un ordenador en casa y otro en el trabajo para escribir y mandar correos electrónicos. Seguíamos las noticias en el periódico del bar y esperábamos a que acabara el telediario para saber el tiempo que nos esperaba el próximo puente festivo.

Este exceso total y absoluto es lo que ha provocado lo que el mundo anglosajón denomina ‘nomofobia’, es decir, miedo o pánico a estar sin nuestro teléfono móvil

Hoy en día todo eso y mucho más lo hacemos en pocos minutos desde nuestro teléfono móvil, sentados en una cafetería o tumbados en el sofá de casa. Es cierto que el avance y la (r)evolución en este ámbito es vertiginosa y vamos asumiéndolo casi sin pestañear ni plantearnos si es razonable ir caminando por la calle sin mirar al frente ni fijarnos en nuestros semejantes o al menos mirar el tráfico antes de cruzar. Lo más preocupante, en mi opinión es que tenemos la sensación la mayoría de veces, de que estamos haciendo algo importante y prioritario; por ejemplo responder un grupo de WhatsApp con familiares o amigos que planean una comida el fin de semana o leer un tuit con la última hora sobre la trama de corrupción que afecta al Bloc/Compromís y al PSPV. Acaso no podríamos hacerlo en otro momento, sentados y dedicándonos a repasar la prensa, los mails o los mensajes.

Este exceso total y absoluto es lo que ha provocado lo que el mundo anglosajón denomina ‘nomofobia’, es decir, miedo o pánico a estar sin nuestro teléfono móvil, a vivir alejados de él y a dejar que pase el tiempo sin consultar las diferentes aplicaciones que cada uno llevamos descargadas. Curiosamente y algo contradictoriamente, el mundo de las APPS también ha desarrollado una variedad de ellas pensadas para controlar nuestra adicción al móvil, para dosificar y medir su uso, que más bien lo hemos convertido en un abuso total. Un claro ejemplo: en el tiempo que escribo esta columna he consultado mi teléfono móvil varias veces, muchas más de las necesarias sin duda.

Hace unos días vimos al dueño de Facebook declarar ante el Congreso y el Senado de los Estados Unidos por la fuga de datos de millones de usuarios, todos nos escandalizamos pero luego publicamos en la red social todo lo que hacemos en los ámbitos personales, familiares, sentimentales y por supuesto profesionales. El abuso en el uso de los teléfonos móviles inteligentes, nos convierte en proveedores de información y datos de nuestra persona y nuestra vida a cientos de empresas. Es realmente difícil encontrar el punto medio, o estás o no estás en redes. La legislación en este ámbito siempre va por detrás y la industria sigue innovando para generarnos emociones y sensaciones que nos hacen víctimas, rehenes, presas paradójicamente felices por vivir enganchados a las redes y a estos dichosos aparatos que han acabado con las conversaciones cara a cara. Espero que haya leído esta columna en su teléfono móvil.

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