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SILLÓN OREJERO

En tiempos de violencia política, un cómic: Aleksis Strogonov

Renaud y Bravo se mofaron de las violencias políticas más despiadadas del siglo XX con un cómic de aventuras típico francobelga de la llamada 'línea clara'

1/05/2017 - 

VALÈNCIA. El aumento de la desigualdad y el estancamiento económico produce monstruos, más incuso que el famoso sueño de la razón, ya que ser irracional no implica ser violento aunque sí que es condición sine qua non para andar repartiendo leches por motivos políticos. El radicalismo político, aunque no conlleve salir a la calle a partir crismas, también es muy atractivo para las mentes irracionales. Resulta emocionante a los que se entregan a él, da sentido a sus vidas, mete buenos chutes de autoestima y evita siempre la engorrosa tarea de pensar, que plantea demasiadas e incómodas contradicciones y dudas.

Ignoro qué medidas educativas, sociales o policiales hay que llevar a cabo para que estos fenómenos no se reproduzcan. En tiempos de bonanza económica también ha habido descerebrados cometiendo crímenes políticos y gente en sus casas contextualizándolos o justificándolos. Lo único que puedo decir desde esta humilde columna de tebeos es que solo nos queda el consuelo de reírnos de estas gentes y que, dado el clima político que se respira ahora mismo en Europa, una opción es leer Las auténticas aventuras de Aleksis Strogonov (Ponent Mon, 2014).

Con guión de Jean Renaud y dibujo de Émile Bravo, este personaje, en la versión integral que reúne todas sus aventuras, recorre tres de los puntos cardinales de la violencia política en Europa durante el siglo XX. La revolución rusa y su guerra civil, de la que se cumplen ahora cien años, el auge del nazismo en la Alemania de los años veinte y el laberinto nacionalista de los Balcanes y sus conflictos casi imposibles de seguir para el no iniciado.

Son tres puntos cardinales de cuatro, porque muy bien podría el autor haber añadido a su querida Francia y sus affaires en Vietnam y Argelia, que también ocurrieron durante el siglo XX, y no están exentos de sinrazón y miseria humana precisamente. Pero como nadie es profeta en su tierra, se dice, es más norma que excepción serlo en la de los demás.

Pese a este detallito de grandeur, el cómic merece mucho la pena. Especialmente por la primera de sus tres historias, la que transcurre en la guerra civil rusa que vencieron los soldados bolcheviques y que supuso la instauración de la Unión Soviética. Por nobles que fuesen los ideales revolucionarios de octubre, colofón de una revolución iniciada en febrero por un frente más amplio de fuerzas, no hay quien pueda negar que en los turbulentos años que se sucedieron hasta 1954, con la muerte de Stalin, si algo caracterizó la violencia en estos pagos fue la arbitrariedad.

El personaje que encarna todos los vicios y excesos revolucionarios es Bulkin. Los autores tuvieron a bien dejar que Strogonov fuera un noble soldado rojo sin más intención que la de liberar a su pueblo de la esclavitud o del Antiguo Régimen, por lo menos.

Sin embargo, quien les guía es Bulkin. Es el líder político, que hace el papel de lisensiado, lo quem como decía Eduardo Mendoza en su discurso de recogida del Premio Cervantes, equivale a tonto. Y ya se sabe que una persona es más peligrosa por tonta que por mala cuando lo que se pone por medio en la situación o sus motivaciones vienen de la sacrosanta ideología cualesquiera que esta sea.

En estas páginas, Bulkin es un cobarde, un servil, un mentiroso y un acomplejado sexual, cuyo único objetivo es mandar. Profana las intenciones nobles de los soldados rojos y abusa del pueblo al que dice defender.

La pena son ciertos errores de bulto que cometen estos dos franceses en su guión, o eso a mí me lo parece, a la hora de dibujar el personaje y las situaciones que provoca. Cuando vilipendian al cura del pueblo al que llegan a llevar la revolución, hacen referencia a su celibato. Eso es extraño en Rusia, donde los curas ortodoxos pueden casarse y tienen mujer e hijos. La idea a la hora de vejarle es obligarle a mantener relaciones sexuales con una mujer. Queda raro.

Strogonov al final, por su humanidad, se verá enfrentado también a la revolución y acabará en Siberia. Tras engrosar las columnas de refugiados que escapaban de Rusia en aquellos años, irá a parar a Alemania. Allí se encontrará con el otro fenómeno del siglo en el posterior periodo de Entreguerras, el auge del nazismo, que aquí son llamados los camisas púrpuras.

El nazi que apareció el otro día por Bilbao agrediendo sin ton ni son a una persona que se estaba tomando un café tranquilamente, solo por el placer de grabarse en vídeo, es el arquetipo perfecto de estos energúmenos que caracterizan la segunda parte de la obra. Cobardes que, además, a la hora de la verdad, cuando tenían que enfrentarse a las nutridas manifestaciones de obreros comunistas, en el tebeo salen echando najas rápidamente.

La trama se entremezcla con un romance que tiene lugar en la fecunda industria alemana cinematográfica de aquellos tiempos y desdibuja la situación política, aunque al menos hay que reconocerle el mérito a los autores de retratar a un personaje francés, un director de cine, como un prepotente chovinista que va a predicar a Alemania, a enseñarles a hacer cine. Algo que, mejorando lo presente, en aquel momento era enseñar a un padre a hacer hijos.

El viaje de Strogonov concluye en los Balcanes. Aquí la situación está fuertemente marcada por los sucesos de los años 90 más que por la verdadera situación de la región durante el Reino de Yugoslavia que fue finiquitado, troceado, sometido y repartido por nazis e italianos.

Renaud y Bravo hablan de unas repúblicas que aún no existían, pero tienen el buen gusto de situar la acción en cualquier de los territorios nacionales que formaron la segunda Yugoslavia sin mencionar nunca dónde se hallan ni qué quieren independizar los luchadores que se enfrentan unos a otros de forma despiadada sin ningún fin que justifique tales matanzas. Es quizá la historia más pobre, por reiterativa, pero pone el lacito al siglo XX que retrata con la violencia nacionalista. Una aventura de las clásicas, de línea clara, que es más graciosa que aleccionadora si, claro, el lector no es un saco de dogmas.

Como dupla, Renaud y Bravo también son autores de una novela gráfica conmovedora, Mi mamá (está en América y ha conocido a Buffalo Bill) sobre un niño que ha perdido a su madre a muy temprana edad. Es la historia real del guionista, que conoce a Bravo desde que eran pequeños y sabía quién era cada personaje porque los trató en persona. Del mismo modo, Bravo también es el autor y guionista de las maravillosas aventuras de Jules, un personaje que merece su propia columna para él.

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