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Entendiendo el miedo y la extrañeza con 'Lo raro y lo espeluznante', de Mark Fisher

La editorial Alpha Decay publica esta colección de ensayos en los que el crítico cultural y blogger pionero explora las dimensiones de aquello que no debería estar y aquello que nos pone los pelos de punta 

9/04/2018 - 

VALÈNCIA. Hay términos con los que uno se cruza a diario sin reparar demasiado en lo complejo de su naturaleza; están ahí, al alcance de la mano, implícitos en las teclas, posibles en base a las letras y a los sonidos que conocemos, tan visitados y empleados que pareciera que no tienen mucho más que decir de lo que ya sabemos. Un ejemplo es cosa, cosa, cosa: si repetimos cosa las veces suficientes puede que nos ocurra como cuando nos miramos demasiado tiempo en el espejo a los ojos; de pronto lo evidente se desdibuja y cosa se expande y ya no resulta un concepto familiar y conocido sino todo un abismo de posibilidades, un pozo insondable de significados tan amplio que puede provocar vértigo. ¿Qué hay en el fondo de “cosa”? ¿Quién ese ese que me mira en el espejo cuando estamos a solas en nuestro propio piso? ¿Quién es ese que sostiene la mirada? ¿Y si parpadea y yo no parpadeo? ¿Y si de pronto se va la luz? ¿Ese soy yo? ¿Yo tengo ese aspecto? ¿Quién soy yo? ¿Desde cuándo? Al fin y al cabo, eso que hay frente a mí, esa cosa, no soy exactamente yo, sino una proyección obra de las propiedades físicas de la luz. Qué raro, ¿no? ¿Pero es raro, exactamente, o es otra cosa? ¿Es una cosa? El vello del brazo llega a erizarse. Y se eriza gracias a unos pequeños músculos que en su momento tenían utilidad cuando necesitábamos parecer más bravos frente a una amenaza. Ahora dicho músculo, el piloerector -llamado también músculo horripilador-, está donde no debería estar, según algunos científicos, y solo sirve para delatar nuestro miedo.

Lo raro es como cosa, aunque no tanto. Raro es un término más específico, qué duda cabe, pero aunque intuimos su significado de un modo bastante aproximado, nos costaría dibujar sus contornos con exactitud. Si volvemos a casa y encontramos sobre la mesa de la cocina unas llaves que no son nuestras o de algún habitante de la casa, consideraremos este hecho como algo raro. ¿Qué hacen esas llaves ahí? Si en un funeral aparece un albino vestido con un traje blanco, corbata y camisa blanca, calcetines y zapatos blancos, nuestro detector de rarezas nos alertará: hay algo fuera de lugar en la situación. Algo raro. Si navegando en un barco nos topamos la punta de una pirámide emergiendo del agua, la sorpresa será mayúscula: estaremos presenciando algo fuera de lo común, un paisaje anómalo, un elemento raro y desconcertante. Lo raro no implica miedo, aunque tampoco anda muy lejos. Para Mark Fisher, crítico cultural y autor de K-Punk, blog pionero en los primeros años de internet especializado en extensos artículos de materias que iban de la filosofía a la ciencia ficción, sin escatimar en política, música o cine, raro es aquello que está donde no debería estar. Pero su definición no queda ahí: en el ensayo Lo raro y lo espeluznante que ha publicado recientemente Alpha Decay, Fisher explora lo raro en sus distintas vertientes antes de pasar a hacer lo mismo con aquello que nos pone los pelos de punta, lo que la traductora Núria Molines, responsable de trasladar los artículos que componen este libro del inglés original al español, ha tenido a bien nombrar como espeluznante.

[Lo raro y lo espeluznante]

Su trabajo no ha sido fácil por las complejidades propias del trabajo de Fisher, pero sobre todo, porque antes de empezar a traducir había que establecer qué era lo eerie del título original The Weird and the Eerie: “Con eerie tuve más dudas [que con 'raro'], barajé también 'escalofriante', y al final, de común acuerdo con la editora, a la que consulté, se quedó 'espeluznante'. Me parece que tiene una fonética más sugerente, evocadora de esos lugares que nos ponen los pelos de punta sin llegar a aterrorizarnos. Me vienen a la cabeza -a título muy personal-, las iglesias vacías y en penumbra, los bosques de noche, las carreteras secundarias oscuras... Para mí lo espeluznante tiene mucho que ver con la luz, con ese miedo que se intuye, pero sin verse del todo. Algo escalofriante, a mi juicio, puede ser más evidente”. Ese miedo a lo que se intuye pero no se sabe está muy relacionado con la definición de espeluznante que ofrece Fisher. Para el autor, lo eerie-espeluznante se encuentra sobre todo en paisajes desprovistos del factor humano, mientras que lo raro tiene tendencia a darse en ambientes que nos resultan familiares. Además, la experiencia de lo eerie-espeluznante está ligada a la naturaleza que provocó la acción, según Fisher. En el caso de las ausencias, lo relevante es la naturaleza de lo ausente: ¿qué es lo que falta en Stonehenge? ¿Qué es lo que no vemos en las ruinas de una civilización recién descubierta? En el caso de las presencias, la inquietud espeluznante procede de la sospecha de que hay algo innombrable agazapado -lurking, que tanto le gustaba a Lovecraft- tras la realidad aparente, esa intuición a la que se refería Molines.

El capital es uno de los ejemplos más brillantes de todos los que aporta Fisher en sus ensayos: el capital ejerce una enorme influencia en nuestras vidas, pero nunca podríamos señalar con certeza qué hay tras la cortina. De hecho, no podemos siquiera afirmar que haya alguien y no algo dirigiendo el sistema, una dinámica que hemos puesto en marcha y que ha trascendido a nuestro control y que gobierna nuestras vidas con una gélida e inconsciente mano algorítmica de hierro. Cuando se habla de “los mercados”, ¿de qué se habla? Los mercados se han mostrado prudentes, los mercados penalizan la incertidumbre, los mercados han despertado eufóricos. Sabemos que hay empresas, intermediarios, intermediarios entre intermediarios, la banca, inversores, comerciantes de divisas; sabemos todo eso, y aún así, no sirve para quitarnos de encima la impresión de que hay más un poco más allá de lo que se estudia en los libros o se lee en la prensa. Otro de estos ejemplos tremendamente lúcidos y originales que nos regala Fisher, de quien no podemos esperar nuevas manifestaciones de su erudición desde que se quitase la vida en dos mil diecisiete, casi cincuenta años después de venir a este mundo, es el amor espeluznante que pudimos conocer en Interstellar, un amor que llega a tener sustancia de dimensión. Un amor investigable, cuantificable, desconocido y al otro lado que como seguro hemos sentido alguna vez, puede poner a trabajar también los músculos piloerectores.


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