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CARTAS DESDE BOLONIA

Cuando Vázquez Montalbán le robó el deporte a la burguesía catalana

Aun sin un estado crítico serio que vigile e interprete los numerosos acontecimientos deportivos que tienen lugar a nuestro alrededor, aparecen de vez en cuando novelas y ensayos que, hablando deporte, son capaces de radiografiar un país, un tiempo o una determinada circunstancia histórica

9/04/2018 - 

VALÈNCIA. Ya casi es tan tópico calificar el deporte como la alienación de nuestros días, como rescatar autores y artistas que han reflexionado sobre sus historias más humanas. Y más políticas. En novelas, en ensayos, admirando figuras deportivas que dan la medida de toda una época. Parece que en el deporte todo tiende a la masificación. Las masas que lo menosprecian. O el tsunami de entusiastas que llenan las pistas de atletismo, los estadios de fútbol o las curvas de las montañas del Tour de Francia.

Puestos a decir, el deporte es una escuela de valores. Son los residuos de la violencia animal que hemos domesticado los humanos. Es el gesto simbólico de derrotar al contrario. De ganar. De vencer. La única épica permitida en tiempos de paz. La representación de la batalla de las naciones sobre un césped ante decena de miles de espectadores y de cámaras de televisión. Escoja su propia aventura.

Decía Manuel Vázquez Montalbán que la izquierda había abandonado toda reflexión política del deporte y lo había reducido a mera banalización o adormecimiento del pueblo. Y que, por supuesto, hacía mal dejando de lado la reflexión sobre los sentimientos populares y nacionales en tanto que movimientos identitarios. Nadie más lúcido que el catalán, quien teorizaba sobre el Barça o sobre l’olleta d’Alcoi de Can Lluís. Alguien dijo alguna vez que les había robado el fútbol y la gastronomía a la burguesía catalana. Bravo.

A estas alturas del partido, resulta evidente descifrar los mensajes ético-políticos que todo escenario deportivo impone al espectador. El gol de cabeza de Marcelino en 1964 ante la URSS supuso la victoria simbólica del franquismo ante el comunismo. Ya, claro. Pero también la ausencia de Johan Cruyff en el Mundial de Argentina 1978, ese en el que las Madres de Plaza de Mayo aprovecharon la presencia de los medios de comunicación para denunciar las desapariciones forzadas de la dictadura de Videla. Otros dicen que se borró debido a una lesión.

Tommie Smith y John Carlos

Hay imágenes icónicas que concentran virtuosamente todo un momento histórico. Los puños negros en alto de Tommie Smith y John Carlos en México 68. La deserción de Nadia Comaneci del bloque del Este. La victoria de la Francia multicultural del Mundial del 98, liderada por Zidane, pocos años antes de que ardieran las periferias de París. El apoyo de Nelson Mandela al equipo sudafricano de rugby para superar las heridas del appartheid.

Incluso lo más evidente, el espíritu olímpico en ocasiones muta hacia mera propaganda de régimen y de Estado. ¿Quién niega ya que Barcelona 92 fue la puesta de largo de una nación que quería mostrarse moderna tras años de atraso y dictadura? ¿Quién desmiente que el célebre “nido de pájaro” de Herzog y Meuron, nombre con el que los arquitectos bautizaron en flamante Estadio Nacional de Pekín, no fuera la estrategia del gobierno chino para abrumar (una vez más) al mundo con su potencial modernizador?

¿Quién duda de que el Mundial 2022 en Qatar se convertirá en un negocio para jeques y emires y otras especies autóctonas, además de blanquear a golpe de petrodólar la flagrante violación de derechos humanos cometidos a diario por los regímenes del Golfo Pérsico? Deporte, museos y academias: también el Louvre o la Sorbona han abierto sendas sedes en Abu Dabi en la última década, demostrando que, si no puedes crear prestigio, siempre podrás comprarlo.

Marc Perelman explica en La barbarie deportiva cómo los grandes acontecimientos deportivos sirven para endurecer las medidas policiales en los lugares de destino, además de reorganizar urbanísticamente una ciudad, segregar a la población (no pienses en Nazaret al lado del circuito de Fórmula 1) y emitir mensajes de éxito durante meses seguidos. Es alarmante la orgía de banderas en los balcones durante la celebración de campeonatos internacionales como la Eurocopa o el Procés catalán. Tardan tan poco en aparecer y tanto en marcharse...

Nido de pájaro, Beijing

Aquellos maravillosos goles

Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, fue un maestro en la descripción y en la disección de la emoción deportiva: “Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades”. Formó generación con Mario Benedetti y con Juan Carlos Onetti, quien nunca se aventuró a hablar de grandes gestas, sino de enormes fracasos y del ocaso de los cuerpos vigorosos como en su magnífica novela Los adioses: “Podía verlo correr, saltar y agacharse, sudoroso, crédulo y feliz, en canchas blanqueadas por focos violentos, seguro de ser aquel cuerpo largo y semidesnudo, convencido de la eternidad de cada tiempo de veinte minutos y de que el nombre que gritaba la multitud con agradecimiento y exigencia servía para expresarlo, mencionaba algo real y perdurable”.

Han recogido el testigo en América Latina, grandes como Martín Caparrós o Juan Villoro. Porque viviendo Maradona, River y Boca, aún podemos gozar de nuestra mitología. Y en Europa, escritores como el británico Nick Hornby en Fiebre en las gradas recompone la emoción de ver ganar al Arsenal la Premier en el último minuto de 1989. 

De las últimas biopics noveladas, corren en paralelo La pequeña comunista que no sonreía nunca, de la escritora rumano-francesa Lola Lafon y Correr, del francés Jean Echenoz. En la primera, Lafon cuenta la historia de formación de Nadia Comaneci, y se detiene en esa imagen para la historia en que el prodigio logra hacer un ejercicio perfecto sobre la barra y el marcador no puede señalar el 10, porque ni siquiera la organización había pensado que sacar un 10 pudiera ser posible. Lafon recrea los entrenamientos en Bucarest, el régimen de Ceaucescu aplicado a los niños y las niñas, manteniendo siempre un tono alejado del dogmatismo que se ha esforzado por demonizar la vida en el bloque soviético. 

Echenoz repite la operación con su novela Correr, en la que relata la apasionante gesta de Emil Zátopek, un atleta checoslovaco imbatible, que se convierte en el orgullo de la nación y, al mismo tiempo, en peligro para la hegemonía soviética si decide escaparse al otro lado del telón de acero.

Aun sin un estado crítico serio que vigile e interprete los numerosos acontecimientos deportivos que tienen lugar a nuestro alrededor, aparecen de vez en cuando novelas y ensayos que, hablando deporte, son capaces de radiografiar un país, un tiempo o una determinada circunstancia histórica. Porque el deporte, como sabemos, es sencillamente la representación atlética de poderes mucho más profundos.


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