el director fallece a los 86 años

En la muerte de Milos Forman: lo que pierde el cine en cinco películas

14/04/2018 - 

VALÈNCIA. Era divertido, irónico y durante su breve estancia en València hizo gala de su peculiar sentido del humor. Y eso que llegó a la ciudad lesionado, tras haberse roto la cadera al caerse en la bañera de su casa. Milos Forman (1932-2018) estuvo en la ciudad para participar en un montaje en el Palau de les Arts con sus dos hijos gemelos Matej y Petr (los dos primeros porque en 1998 tuvo otros dos gemelos con su tercera esposa, Martina). Se trataba de la ópera jazz Un paseo bien pagado, que cosechó un gran éxito. Acompañado a todos lados por su inseparable Martina, Forman vio como seducía al público con una dirección escénica llena de ocurrencias, a cada cual más delirante, y en la que las bromas sobre gemelos y dobles eran constantes. 

Precisamente fue ella, Martina, quien en la madrugada estadounidense, a las ocho de la mañana del sábado hora española, llamó a su agente Dennis Aspland para anunciarle la mala noticia de que Forman había muerto en el Hospital de Danbury, cerca de su casa en la pequeña localidad de Warren, Connecticut. Huérfano de dos víctimas del nazismo (su madre murió en Auschwitz y su padre en Buchenwald), Forman, a pesar de todos los infortunios que padeció, fue siempre un hombre feliz, divertido, que veía la vida con cierto distanciamiento, consciente quizás de que estamos sólo de paso. Talentoso, su contada pero eximia filmografía concluyó en España donde rodó en 2006 Los fantasmas de Goya, una película con Stellan Skarsgard, Natalie Portman y Javier Bardem que, pese a ser uno de sus proyectos más queridos, la idea le rondaba en la cabeza desde los años cincuenta, resultó un fracaso y el final de su carrera.

Una carrera que se inició en los años sesenta. Compañero de estudios del dramaturgo y con el tiempo presidente de Checoslovaquia Vaclav Havel, Forman destacó en esos primeros años por su sentido del humor y su capacidad para retratar situaciones cotidianas, con trabajos como Pedro el negro (1964), Los amores de una rubia (1965) o ¡Al fuego, bomberos!, estas dos últimas nominadas al Oscar a mejor película en lengua no inglesa. Influencia directa en cineastas como el británico Stephen Frears, quien se reconoce como un gran admirador de la nueva ola checa de esa década, a Forman la Primavera de Praga le pilló en París, donde estaba negociando su primera película estadounidense. Despedido y exiliado, con algunas de sus películas prohibidas “para siempre” en su país, Forman se instaló en Nueva York donde comenzó a dar clases de cine en Columbia.

Tras unos inicios titubeantes, su primer encuentro con el productor Saul Zaentz le propició la posibilidad de rodar la primera de sus grandes películas, Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), adaptación de la novela de Ken Kesey que logró cinco Oscar, incluidos los de mejor director y película. Largometraje seminal, Alguien voló sobre el nido del cuco contribuyó a engrandecer el mito de Jack Nicholson, quien estaba rodeado por un impresionante plantel de brillantes secundarios como Louise Flecther, Danny DeVito o Christopher Lloyd.

El éxito le abrió las puertas de una de las adaptaciones más esperadas de los setenta, la del musical Hair!, que también querían dirigir otros cineastas en ese momento en boga como Hal Ashby. En ella Forman se aprovechó de su propia experiencia para retratar al Nueva York de la época, que era el que había conocido como inmigrante y exiliado. Lección de montaje, pese a su considerable presupuesto para los estándares de entonces, esta historia de amor ambientada en los años de la guerra de Vietnam, los hippies y el ácido lisérgico, obtuvo un éxito de taquilla relativo y, sobre todo, una magra cosecha de premios.

No mucha más suerte tuvo Ragtime (1981), última película de un mito del cine como James Cagney producida por el no menos legendario Dino de Laurentiis. Basada en la novela de E. L. Doctorow, este retrato coral del Nueva York de principios de siglo a partir de la tragedia de un pianista afromaericano estuvo nominado a ocho Oscars de la Academia si bien finalmente no logró ninguno. Ha sido el paso de los años el que la ha convertido en un clásico indiscutible y un modelo de cine de época. De ella dijo Roger Ebert que era una película “llena de amor”.

La compensación llegaría apenas tres años después con su siguiente trabajo, otra de sus grandes obras maestras, Amadeus. A partir de la obra de teatro de Peter Shaffer, que recuperaba el falso mito de que Mozart y Salieri habían sido enemigos acérrimos en vida, leyenda urbana popularizada por Alexander Pushkin, Forman construía toda una parábola sobre las difíciles relaciones entre creadores. Producida de nuevo por Zaentz, la tensa colaboración entre el director y su guionista se tradujo curiosamente en un excelente libreto. La película obtuvo ocho estatuillas, incluidas la de mejor película y director, y a Forman le permitió volver a rodar en su querida Praga.

El azar hizo que fuera uno de sus admiradores, Stephen Frears, quien le eclipsara. Así, su siguiente trabajo, Valmontbasado en la novela Las relaciones peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos, quedó absolutamente orillado por coincidir en los cines con otra adaptación del mismo texto: Las amistades peligrosas, de Frears; el discípulo superó al maestro como mandan los cánones. Este fracaso, unido a la suspensión de su proyecto Hell Camp a cuatro días de comenzar el rodaje, retrasó su siguiente película siete años, si bien la espera valió la pena. El escándalo de Larry Flint, basada en la vida del editor de revistas pornográficas como Hustler, protagonizada por Woody Harrelson y Courtney Love, se convirtió en uno de los grandes trabajos cinematográficos de 1996 y le supuso su última nominación al Oscar y su último Globo de Oro como director.

El moderado éxito de taquilla y sobre todo de crítica de este imprescindible alegato en defensa de la libertad de expresión le permitió afrontar la que fue su penúltima película en sentido estricto, Man on the Moon (1999), un biopic sobre el cómico Andy Kaufman que protagonizó Jim Carrey. Tras el fracaso de taquilla pasaron siete años hasta que llegó la no menos fallida Los fantasmas de Goya. Y después vino la ópera, esa ópera que le trajo a València y de la que dijo que le gustaba al público porque tenía “todos los ingredientes que le gusta ver al espectador: inteligencia, audacia y poesía”. Tres ingredientes presentes también todas sus grandes obras y que han hecho que sean imperecederas.

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