El reality del canal #0 de Movistar también refleja las miserias de lasociedad actual
VALÈNCIA. Paisajes extraordinarios, música indie sentimentaloide, válgame la redundancia, y una misión complicada que exigía ingenio y esfuerzo: construir un puente en un plazo de tiempo limitado. Esa era la propuesta de este reality que fue reconocido en el festival de televisión de Cannes y que es un formato íntegramente español, no la típica adaptación de una fórmula extranjera con concursantes locales.
Su emisión ha corrido en paralelo a la bestialidad de Supervivientes, que ha reventado los audímetros. Su funcionamiento es por todos conocido. Personajes carismáticos, como Bigote Arrocet, el peluquero novio de Karina, Juan Miguel y Leticia Sabater, entre otros. Se les pone a hacer el indio a la intemperie y la gente no se cansa de verlo. Mediaset sigue cada año forrándose con algo tan sencillo.
En Atresmedia tuvimos La Isla, lo que aquí definimos como la divertida atracción de feria de "Testículos de choque". Un grupo de hombres, unos con más afición al bricolaje y el sacrificio que otros, se veían obligados a convivir demostrándose unos a otros continuamente su valía. Nos lo pasamos pipa.
Pero la máxima sofisticación, lo que sería la nouvelle cuisine de los realities, se ha visto en #0 de Movistar con El Puente. Aquí, a diferencia de Supervivientes, los personajes no eran famosos y, al contrario que en La Isla, no se trataba de un campo de nabos. Había mujeres también -no entendemos con qué pretexto no hubo en La Isla- y resultaron determinantes en el desarrollo del juego.
Para tratar de dotar al concurso de algo más elevado, los concursantes iban contando sus vidas capítulo a capítulo. La mayoría tenían detrás historias duras, de superación, crecimiento ante la adversidad y recuerdos grabados a fuego muy serios, como ver morir en tus brazos a tu madre, divorcios o accidentes con secuelas para toda la vida.
La intención era noble, una apuesta por la vertiente dramática del grupo humano, pero al final quedaba un poco al margen. No tenía un gran interés porque lo que importa siempre en estos programas es que hay un señor que se toca los cataplines, otro que manipula a los demás en contra de los que le caen mal y alguien que termina llorando solo haciendo pucheritos. No hay más.
Porque aquí hubo miga de ese tipo desde el primer día. Dos concursantes, uno un bombero y el otro un lobo marino solitario que recorría los océanos con sus rastas en un velero, desde el primer momento vieron que para construir un puente que atravesase el lago hasta el premio en tan poco tiempo necesitaban ponerse las pilas. De forma muy educada le dieron instrucciones a los demás, siempre dejando claro que estaban abiertos a la discusión, pero por la boca murió el pez.
Ahí chocaron con David. Un chico gay que había sufrido porque su padre le sacó del armario con modales un tanto procaces y que estaba participando en el reality "solo para vivir la experiencia". Que es lo mismo que salir por la noche a un bar de copas "solo para dar una vuelta" o darse de alta en el Tinder para "conocer a gente que tenga tus mismas aficiones".
Este chaval se las arregló para tachar de machistas y autoritarias las ideas sobre cómo organizar el trabajo de los machos alfa. Y su mensaje caló, hizo un grupo de presión con algunas chicas y otros concursantes que no estaban en condiciones de salir en las cámaras trepando por los árboles con un machete en la boca marcando venas voluptuosas en el bíceps y los pectorales.
Con esta actitud, David creó un cisma y un mal rollo. El bombero llegó a tener una crisis y se puso a llorar en los últimos capítulos. Venía a quejarse de que había currado muy duro y ahora le caía mal a todo el mundo. Y no entendía el porqué.
Una situación cojonuda, porque los concursantes supieron la cuantía del premio y cómo se iba a repartir a mitad de reality. Se trataba de cien mil leureles que repartiría el ganador en una votación. Ya daba igual haber cortado todos los troncos, el que iba a manejar los dineros iba a ser el tío simpático del lugar.
Así fue. En unas votaciones apretadas, David logró la victoria. Como mostraron las cámaras en los resúmenes y en el programa Likes de Raquel Sánchez Silva, en numerosas ocasiones había dicho a sus compañeros que él estaba allí para vivir la experiencia, que el dinero lo ensuciaba todo, que no era de su interés, que le daba tanto asco que si él ganase lo repartiría a partes iguales y a otra cosa. Y lo decía llorando, sufriendo porque la pérfida sociedad hubiese destruido la experiencia en plena naturaleza poniendo una recompensa económica.
Entonces llegó el momento de repartir. Hay que destacar que al menos lo hizo, porque el concurso se ofreció a evacuarle del lugar si decidía quedarse con todo para él. No fue el caso, pero David pasó una noche haciendo cuentas de cómo no repartirlo equitativamente como había prometido a los que, vaya, le habían terminado votando.
A estos, los que destacaron durante el concurso por su fidelidad a él, les dio la mejor parte. A los que se habían currado todo el puente o habían hecho las tareas más duras, le dio un poquito menos, como diciéndoles que él les había ganado. Y al bueno de Clyde, que se había roto la columna vertebral en el pasado y no podía coger peso, fue al que menos le dio, por inválido.
Por supuesto, él se quedó la mejor parte, más del doble que la de los demás, y lo explicó muy bien en Likes. Contó que cuando te ves una noche a solas contigo mismo, con un papel en el que dice que eres el ganador, de repente percibes todo de manera diferente y te pones a pensar cómo le puedes quitar un poquito a los demás, "seiscientos de uno y seiscientos de otro", dijo, porque "no lo van a notar tanto" de modo que tú te llevas lo gordo. En su caso, 16.200 euros. Espectacular desenlace en el que una vez más la telerrealidad nos pone frente a los globos oculares lo que es la condición humana, en este caso un reflejo cien por cien atinado a cómo funcionan las cosas en política. Premio a los fieles solo por el hecho de serlo, subordinación de los más capaces y exclusión sin pudor alguno del más débil.
Mejor que cualquier serie de Netflix o HBO son las entregas del programa Imprescindibles de RTVE y, en su plataforma, hay como doscientos episodios listos para ser vistos. Uno de los últimos, sobre Carlos Tena, nos descubre a un periodista musical difícil de ver hoy. Enfrentado con y contrario a los dictados del mercado, abierto de mente y ecléctico, con interés en lo antiguo tanto como en lo moderno. Un personaje singular que puso su granito de arena para que la explosión musical española de finales de los 70 fuese como fue