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Libros factor cincuenta #7

El presente no existe: buscando 'El orden del tiempo' con el físico teórico Carlo Rovelli

No existe un solo tiempo, no existe el presente, el calor y el tiempo van de la mano, no nos mueve la energía sino la entropía; no es fácil, pero aunque cueste, es preciso cambiar hasta las certezas más rígidas

13/08/2018 - 

VALÈNCIA. Pasa a menudo que uno se vuelve consciente del paso del tiempo con la medida de la ignorancia y del error: mutatis mutandis, de pronto ya no hay cinco continentes sino seis o siete, las mayúsculas sí se acentúan, Plutón pierde la categoría de planeta y es degradado a planeta enano, las palabras guion o truhan ya no se escriben con tilde por mucho que diga el autocorrector, en los números de más de cuatro cifras estas se separan con un espacio y sin punto, no tenemos cinco sentidos sino muchos más, tampoco existen sólo tres estados de la materia -anda por ahí, por ejemplo, el condensado Bose-Einstein-, Colón no descubrió América -no solo porque ya había gente allí sino porque parece ser que otros pueblos no americanos ya habían pisado el continente antes-, a la lista de países se han sumado Palaos, Eritrea, los Estados Federados de Micronesia, las Islas Marshall o Sudán del Sur... En definitiva: hay un sinfín de conocimientos y prácticas que han evolucionado más rápido que los libros de texto o que el saber popular.

Parte de los que nos enseñaron en la escuela, en el instituto o en la universidad ya no es cierto. Arrastramos una pesada maleta de falsas verdades con las que podríamos determinar la edad de alguien sin necesidad del carbono-14. ¿Agobia un poco, verdad? Pues tampoco utilizamos el diez por ciento del cerebro sino que hacemos uso de toda su capacidad, los avestruces no esconden la cabeza y en el Quijote nadie dice eso de "ladran Sancho, luego cabalgamos", es una cita apócrifa que se ha extendido haciendo valer la autoridad de la obra de Cervantes. Si hemos encontrado todo esto en un momento, qué no tendremos guardado ahí que nos puede hacer sonrojar en mitad de una conversación. Actualizarse es importante, y eso se consigue leyendo, pero leyendo bien, leyendo de fuentes fiables, de fuentes que abordan sus obras con seriedad. En esta época abunda la información, se ha convertido en un gigantesco océano que desdibuja los hechos y los funde con las creencias. Pero las creencias son creencias y los hechos son hechos y aunque los hechos se puedan interpretar y estas interpretaciones a veces puedan ser erróneas, siempre será mejor confiar en ellos que en aquello que nos apetece creer porque sí.

Sustituir una certeza arraigada profundamente por una nueva idea no es fácil: la certeza se resiste a abandonar su espacio, finge aceptar el cambio pero hunde sus tentáculos bien hondo, deja semillas, esporas, se mimetiza y se esfuerza por sobrevivir aunque sus años ya hayan pasado irremediablemente. La resistencia al cambio es muy habitual. Pero el cambio, como nos enseña el físico teórico Carlo Rovelli, es la esencia misma del tiempo. El tiempo es cambio, y no podemos ir contra el tiempo. ¿O sí podemos? Atención porque en adelante muchas de las verdades absolutas que rigen nuestro día a día se van a empezar a tambalear con los martillazos científicos que Rovelli desarrolla en su obra El orden del tiempo (Anagrama, 2018), una actualización fundamental de ideas que no escatima ni en poesía ni en belleza y que entra en nuestra mente con el propósito de ponerla a la altura de las exigencias intelectuales del siglo veintiuno desde la primera página: “Empiezo con un sencillo hecho: el tiempo transcurre más deprisa en la montaña y más despacio en el llano”, afirma Rovelli. ¿Que si es cierto eso? Y tanto: “La diferencia es pequeña, pero se puede medir con relojes de precisión que que hoy se venden en internet por un millar de euros. Con algo de práctica, cualquiera puede constatar la ralentización del tiempo. Con relojes de laboratorio especializados, dicha ralentización se observa incluso con un desnivel de unos pocos centímetros: el reloj que está en el suelo va un pelín más lento que el que está en la mesa”.

El transcurso del tiempo no es distinto solo viajando a altas velocidades, como en el ejemplo de esos hermanos que se separan y cuando se vuelven a encontrar uno es un anciano y el otro no. Resulta que estando erguido, a la altura de tus pies el tiempo transcurre más despacio que en tu coronilla. El temblor conceptual se acentúa a medida que Rovelli sigue con sus explicaciones: “todo cuerpo ralentiza el tiempo en sus inmediaciones. La Tierra, que es una gran masa, ralentiza el tiempo en torno a sí. Más en la llanura y menos en la montaña, porque esta última está un poco más lejos de la Tierra. De ahí que el amigo que vive en la llanura envejezca menos”. ¿Es una broma? No, y hay más: el ahora no existe. El presente del universo no significa nada: “La idea de que exista un ahora bien definido en cualquier parte del universo es, pues, una ilusión, una extrapolación arbitraria de nuestra experiencia. Es como el punto donde el arco iris se junta con el bosque: nos parece vislumbrarlo, pero, si nos acercamos a verlo, desaparece”. Cuesta asimilarlo, pero una vez leída la explicación de Rovelli, que se apoya en imágenes asequibles y en gráficos para todos los públicos, lo que cuesta es no hacerlo. Como suele ocurrir con los grandes maestros y con los buenos divulgadores, algo se enciende en algún punto de la cabeza y empieza a ganar en intensidad. El estímulo se contagia, y a nuestro alrededor todo se empieza a ver de otra forma. El mundo, de un instante a otro, ya no es el mismo. ¿Y qué hay de esto? “No hay ninguna contradicción lógica en la existencia de líneas temporales cerradas o de viajes al pasado; somos nosotros quienes complicamos las cosas con nuestras confusas fantasías sobre la libertad del futuro”.

La revolución llega a su clímax: como queriendo terminar de poner en duda todo lo que dábamos por sentado, Rovelli pasa de los preliminares a la gran idea copernicana. No existe la unicidad del tiempo, no existe el presente y ahí va, tampoco existen las cosas. Este no es un universo de cosas, sino de procesos. Las cosas permanecen en el tiempo, y eso no es posible en un cosmos en el que todo cambia constantemente. Los eventos, por otro lado, tienen una duración limitada. Rovelli, que trenza a lo largo de todo el libro poesía, mitología y física, ilustra esta idea transformadora de forma brillante: podemos preguntar dónde estará mañana una piedra, que es un prototipo de cosa -aunque no lo sea en realidad, puesto que no deja de ser una combinación más o menos estable de procesos que también acabará reducida a polvo-, pero no tiene sentido preguntarse dónde estará mañana un beso, que es un evento. Pues bien, ahora lo sabemos: todo tiene más que ver con los besos que con las cosas.

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