Antonio Hernández Palacios fue soldado de la República en Madrid e ilustrador del Ejército Popular Republicano. A finales de los 70 y principios de los 80, decidió abordar toda la Guerra Civil y la II Guerra Mundial en un cómic de aventuras que concluyese con sus protagonistas entrando en París con la División Leclerc. El hundimiento de la industria española del cómic impidió que le proyecto se acabase y quedó solo una tetralogía, Uno entre muchos, Río Manzanares, 1936 Euskadi en llamas y Gorka Gudari. Dijo que la documentación sobre la guerra estaba toda en blanco y negro, pero él la recordaba en color. Así quiso reflejarla
VALÈNCIA. En España, la divulgación de los estudios sobre la Guerra Civil y el franquismo se han enfrentado a la indiferencia de las más altas instituciones y a una propaganda muy activa que trata de impedir que se conozca la Historia.
No solo Pío Moa y demás herederos de la historiografía franquista inundan los estantes de las librerías -y, en algunos lugares, las bibliotecas públicas también- con su revisionismo histórico y grosera propaganda. Ahora mismo, en Cataluña, se representa una obra de teatro sobre la Quinta del Biberón, última llamada a filas del Ejército Popular Republicano, en cuyo folleto se señala "creyeron que luchaban por la libertad", lo que en opinión de Vicenç Navarro: "transmite el mensaje de que, en realidad, su sacrificio no sirvió para nada. Perder una batalla o incluso una guerra, sin embargo, no es el fin de una causa. Y la lucha por la libertad, por la democracia y por la justicia social se ha ido construyendo a lo largo del siglo XX a base de la continuidad en las luchas para conseguirlas". La instrumentalización está a la orden del día.
Pero que actualmente sea más normal encontrarse tergiversaciones que representaciones de la Historia sería imposible de no ser por las características particulares de la Transición. Fueron largos años de efervescencia y tensión política que coincidieron con la llegada de la posmodernidad a España y la primera generación de jóvenes que creció en libertad. En los 70 se publicaron cientos de libros sobre la guerra, los protagonistas tenían presencia, iban a televisión, pero en los 80 el asunto se olvidó. Y lo hizo también el Gobierno, algo que admitió el propio Felipe González con cierto pesar.
La guerra pasó a ser comidilla de lo que ahora se llaman freaks. En los 14 de abril en la Puerta del Sol nunca llegó a concentrarse una cantidad apreciable de gente. Es más, no todos los nacidos en los 80 sabían que la bandera tricolor era la republicana y para los que tenían 20 años al principio de la década, la guerra era caduca, antigua, cansina. Agua muy pasada.
Se vivía en el presente y se aspiraba al futuro. Un dato curioso es que el término "batallitas", salido del tebeo de La Familia Cebolleta y referido a las historias de la guerra que contaba el abuelo, alcanzó su auge en esos años y empezó a remitir, más elocuentemente aún, con la llegada de internet, que es cuando empezaron a cuajar las múltiples iniciativas de recuperar la memoria y, entre ellas, la más célebre, la de encontrar y abrir las fosas. Los datos son de Google Books.
Pero mientras surgía la generación de los "pasotas", que tenía muy buenas razones para querer vivir la vida por fin y olvidarse de la política, dicho sea de paso, todavía se pueden rastrear los ecos de los intentos difundir la dimensión que tuvo la lucha por la II República, en España y en el mundo. Y en esta columna de cómics ha llegado la hora de recordar Eloy, de Antonio Hernández Palacios.
Eloy es una tetralogía que fue publicada en 1979 en la editorial vitoriana Ikusager en su colección Imágenes de la historia. Iba para serie larga, pero la inestabilidad de la industria del cómic en España durante los 80 hizo que se quedase solo en cuatro números y no en la gran saga que estaba planeada. Aparecieron originalmente en la desaparecida revista Trinca y posteriormente en El País Semanal en una colección de fascículos aparecida en 1987. Es curioso que Ramón Salas Larrazabal, voluntario en el bando franquista durante la guerra e historiador sobre el ejército republicano posteriormente, redactara el prólogo de la segunda edición del primer álbum.
En la introducción del propio autor de ese número inicial, Uno entre muchos, explica qué le motivó a dibujar un proyecto tan ambicioso, donde no solo aspiraba a contar un gran periodo histórico, sino que lo hizo con un nivel de detallismo y documentación prácticamente sin precedentes. Decía Hernández Palacios, que combatió en la guerra, que ninguna potencia europea hizo nada por evitarla porque pensaba que mientras se matasen los españoles no se matarían ellos, pero solo les duró un año esta ilusión. Los españoles fueron "un ensayo de todo" y los que pelearon les quedó la "amargura" de haber sido "sacrificados en hombre de la nada". Los que sobrevivieron, relata: "Nos pusimos a trabajar sobre un paisaje lunar".
Hernández Palacios estuvo en el frente y realizó tareas de propaganda durante la guerra, ilustraciones sobre el Madrid sitiado. Hubo quien tuvo oportunidad de conocer todas estas historias de primera mano en la tertulia de veteranos republicanos que hubo en una cervecería en Gaztambide, en Madrid, a principios de los 80.
El diario El País recogió en 1980 unas declaraciones en las que explicaba cómo había llegado a plantearse esta obra: "la pura verdad es que yo no me había planteado esto como comic. Más bien lo veía como un libro y, en todo caso, como cuadros que pudieran dar testimonio de aquella época. Durante la guerra realicé cantidad de dibujos en el frente republicano, que, en su mayor parte, fueron destruidos por mi familia para no comprometerme. Algunos de aquellos dibujos se los enseñé a Hemingway, que, entre botella de whisky y puro habano, se ofreció a comprármelos, cosa que yo rechacé con el sentimiento de pureza trascendente que me había llevado a realizarlos".
En la introducción dice algo muy interesante, cuando él revisaba la documentación sobre la guerra, estaba toda en blanco y negro, pero sus recuerdos eran en color. Por eso quiso plasmar en viñetas coloreadas lo que había visto, lo que había sido, porque así estaba en su memoria.
Hay dos protagonistas, Eloy y Gorka. El primero es un homenaje a un personaje real. Un teniente que conoció durante la batalla del Jarama que estaba a las órdenes de Valentín González "El Campesino". Se llamaba Eloy y le sorprendió por "su valor y sencillez". La intención era que recorriera la odisea que hicieron muchos, de los tres años de guerra en España y los cinco de II Guerra Mundial. Para el final, quería que entrase en París con la División Leclerc que, dentro del mundo de la viñeta, ha convertido en legendaria Paco Roca en Los surcos del azar.
El peso de la Historia es muy importante en los primeros números, sobrecarga la narración, pero el objetivo en aquel momento era enseñar. Ahora con Internet y noticias constantes sobre la guerra resultará difícil de entender, pero en aquella época era un apagón. Hernández Palacios quería sobre todo que se entendiese cómo había transcurrido el conflicto, qué era lo que él había visto.
Llama la atención la llegada de las Brigadas Internacionales, de los que cuenta que no tenían experiencia ni formación para la guerra, aunque había prisa por llevarlos al frente. Detalla la llegada de refuerzos para defender Madrid: "Los valencianos acudían desde su Levante feliz, los vascos, con su coronel Ortega, peleando por el Madrid desde los primeros días, y los campesinos extremeños, ahora sin hogar, que se dejarían la piel en las barricadas".
El autor se documentó leyendo todo lo que cayó en su mano. En El País dijo que trescientos volúmenes. Pero en todos ellos echó en falta lo mismo, la experiencia del soldado raso. "Pobrecico soldado de a pie que no tiene demasiadas convicciones políticas y que carga con lo que otros traman". Al mismo tiempo, aspiraba a reflejar la Guerra Civil sin furores partidistas, que no de bando, puntualizaba. Lo cual no se ha superado todavía pese al restablecimiento de la memoria en bastantes campos.
En los cuatro números el lector asiste a una evolución de su dibujo. En el cuarto número Gorka Gudari, parece ser otro. Es menos fotográfico, hay cierta depuración. También han desaparecido las explicaciones y la contextualización continua. Todo son diálogos. Pero la cosa se quedó ahí. En un número espectacular con las batallas desencadenadas en el País Vasco, dibujadas con toda su crudeza, bajo la lluvia, con un espíritu que podríamos decir que es cercano al de Tardí.
Estos libros no han llegado a tener la relevancia de los de un Carlos Giménez, pero, sobre todo visualmente, estamos ante una de las mejores obras de nuestro cómic.