Una adaptación de los grabados del pintor del siglo XVI, Hans Holbein el Joven, se convierten en una surrealista y disparatada historias de batallas entre vivos y muertos, con drogas, sexo y un uso del color apabullante. Es un trabajo del autor francés Pierre Ferrero, que publica por primera vez en España en La Cúpula
VALÈNCIA. "Porque me cago en la raza humana y su profunda estupidez, los exterminaré a todos. Sus leyes, su moral, su autosuficiencia, sus mentiras. Lo único que quiero es masacrarlos y luego despertarlos para convertirlos en mis esclavos" (Pistugrí, personaje de La danza de los muertos)
Inspirado en grabados del pintor Hans Holbein el Joven, un pintor del siglo XVI, el dibujante francés, Pierre Ferrero acaba de publicar en La Cúpula La danza de los muertos, una obra inclasificable; un cómic a medio camino entre el gran Tony Millionaire y nuestros David Fernández o Vicente Montalbá.
La historia comienza cuando el Nigromante de la tierra de los muertos descubre que no le quedan muertos que resucitar para sus batallitas. Envía una misión dedicada a fabricarlos, esto es, matar vivos. Entre estos personajes, circulan dos muertos que fuman petas, se emborrachan y se van de putas cuando sus obligaciones militares lo permiten.
A base de disparatadas hipérboles y rocambolescos desenlaces, estas viñetas llenas de color desdramatizan la muerte y permiten así un divertido juego con tabúes, con lo gore y lo repugnante, con el que se puede reír toda la familia.
En cada página aguarda una sorpresa. La más divertida, tal vez, que los vivos muertos, cuando viven como muertos, son más felices porque se han librado de las pesadas ataduras de la vida y ahora pueden disfrutara lo más preciado: la libertad plena. No solo de hacer, también de decir lo que les da la gana.
Todo para llegar a una conclusión o desenlace final que enlaza, en una pirueta argumental de órdago, en una defensa de los postulados troskistas sobre la revolución permanente. Un remate que tampoco está mal para un cómic que lo que pretende es hilvanar una serie de 41 grabados dibujados en 1526.
La única pena son las tramas que quedan abierta y sin concluir como es debido, como la de Miguelito y Boubaquere, con los que se inicia, precisamente, toda la historia con su encuentro en el desierto e inicio del trayecto hacia el putiferio donde les espera una gran fiesta, pues el más crápula se ha colocado un hígado nuevo. El relato, por decirlo de algún modo, se hipertrofia y hace que los giros argumentales de su último tercio sean más efectistas que interesantes. Los delirios del aludido Tony Millionaire no son menos surrealistas, pero sabe mantenerte dentro de sus mundos. No te deja con un pie fuera en algunas fases, como ocurre aquí con las etapas más desfasadas y psicodélicas.
Pierre pertenece a un colectivo francés de dibujantes e ilustradores llamado Arbitraire que se fundó en 2005 en Lyon, cuando él aún no había cumplido los 20 años de edad. La idea surgió con otros compañeros que conoció en la escuela de dibujo clásico Emile Cohl que, como él, tenían más vocación de artistas underground. En su currículum se pueden encontrar más trabajos de ilustración que de otra cosa, sobre todo relacionados con la música, portadas de discos o carteles y flyers de conciertos, pero lo relevante es que este colectivo ya funciona como editorial.
Sus inicios en el cómic se deben, como en tantos otros casos, a la colección de su padre, en este caso sobre todo del género francobelga, pero la familia formaba parte del gremio ya que su madre trabajó durante años en la editorial Dargaud como secretaria. No es extraño que su vocación se presentase prematuramente, con tres años empezó a dibujar y con siete ya hizo su primer fanzine.
En una entrevista en Colectivo Futuro, el autor expresa una curiosa teoría sobre la digitalización del medio. Asegura que no tiene móvil y que no le interesa publicar en digital. Ya lo intentó en la revista Professeur Cyclope, un intento de llevar a la red el cómic underground en Francia, que no funcionó. Según los amigos de Pierre, porque sus historias había que leerlas en papel.
Reniega de Internet y de su uso, dice que el 80% del tiempo que está navegando es una pérdida de tiempo. Y la prueba del sentido de este ludismo, la tiene en que trabajó en la escuela secundaria con chicos obsesionados con Facebook y YouTube, mientras que a él y a sus amigos solo le interesaron los fanzines. La diferencia es que por la vía fanzinera, su pandilla terminó montando una editorial.
A modo de epílogo, en un encuentro que se puede ver en YouTube, el autor presume de que no sabe qué impacto puede tener lo que dibuja en los lectores, pero sí que es consciente de lo que les espera: "entrar en otro mundo, mi mundo". Aunque avisa de que otros de sus trabajos están también relacionados con la política y la realidad social y que no todo lo que hace se trata de escapismo.