VALÈNCIA. Hace unos días, Disney anunció la llegada, en los próximos años, de 50 nuevas series, 50: diez de Star Wars, diez de Marvel, y el resto de Disney y Pixar. Bueno, no lo anunció Disney, que (ya) no es un señor, sino The Walt Disney Company, no olvidemos lo de Company, porque es, Wikipedia dixit, la compañía de medios de comunicación y entretenimiento estadounidense más grande del mundo. Quédense con el dato.
Hace unos días también, Albert Serra, el director de Honor de cavalleria, Història de la meva mort y Liberté, afirmó en un programa de radio donde hablaban de este tema lo siguiente: “Disney propone un contenido estúpido. Indiana Jones es una estupidez, y Star Wars, también. Son cosas infantiles. Para niños. Una persona adulta a quien le guste vale más que vaya al médico. Es elemental”. Y se lió. ¡Vaya si se lió!
Aclaro desde ya para que me sigan leyendo (que para eso vengo yo aquí), que no creo que si te gusta Star Wars, y mucho menos Indiana Jones, debas ir al médico. Lo que sí creo es que la boutade del provocador Serra (le encanta decir cosas así), junto a las 50 sombras de Disney, dan para hablar de algunas cuestiones importantes. Por ejemplo, del dominio de relatos adolescentes hechos con plantilla dirigidos a adultos y la evidente infantilización de la audiencia, fruto de la homogeneización de las obras audiovisuales que llegan a las pantallas. Ea, ya lo he dicho.
Por seguir aclarando. He visto y disfrutado bastantes de las películas de Marvel y, ¡ojo! en el cine, pagando mi entrada a una sala; Star Wars me emociona menos, francamente. Pero me lo he pasado pipa viendo, por ejemplo, Lucifer (oigan, entretenidísima, igual un día hablamos de ella) y actualmente estoy con la muy alocada Wynnona Earp. Todo esto lo digo preventivamente, para evitar las acusaciones de elitista, pedante y todo el campo semántico asociado que les ha caído a quien ha osado decir que, a lo mejor, eso de la infantilización de la audiencia es un poco cierto.
El problema no es que te gusten los superhéroes Marvel, DC, Fast & Furious o el universo Star Wars, ni tampoco que con 50 años te compres muñequitos cuquis y espadas láser de auténtico plástico. El niño interior y viva la aventura y nunca dejes de ser joven y blablabla. Okey, lo compro todo. El problema es que se trata de un concepto de franquicia sin ambages en el que se cuenta siempre la misma historia con leves variaciones. Un tipo de relato comodísimo, muy resultón y eficaz, que cuenta siempre lo mismo, da igual que los protagonistas se llamen Luke, Dr. Strange, Wonder Woman o Thor.
Son narrativas simples, adaptaciones más o menos fieles del viaje del héroe, encajadas en estructuras simples: escena de acción espectacular para iniciar, secuencias valle que muestran a los personajes interactuando y siembran los conflictos, nueva escena de acción espectacular, más secuencias valle, otra escena de acción, apoteosis final y epílogo. Ah, y alguna escena postcrédito, claro. Parecen complejas, porque hay muchos personajes y no dejan de pasar cosas todo el rato: batallas, peleas, explosiones, lágrimas, disparos, persecuciones, música sonando y mucha fanfarria. Pero no, en realidad es siempre lo mismo. Ruido y furia, mucho ruido y furia. Apabullantes efectos especiales que nos maravillan, nos invaden y someten, impidiendo que nuestra mente se despiste, piense o vaya a otro lugar.
Evidentemente estas historias cuentan cosas relevantes, como cualquier obra, por muy de género que sea. Que las podamos tildar de infantiles o adolescentes no significa que sean idiotizantes. Tienen discurso y no es tan simple. Hablan del poder, de la ética personal, de conflictos de identidad, de la dificultad de ser y estar en un mundo en el que somos números o mercancía, del miedo a la libertad, de las fuerzas que nos dominan, de la sociedad del control. Y es importante la representación: el hecho de que haya mujeres protagonistas o personas LGTBI o negras, por ejemplo. Pero el relato es siempre el mismo, uno casi totalitario que ocupa prácticamente todas las pantallas y las conversaciones y deja un mínimo resquicio a otras historias, otras formas de narrar, otras estéticas y otros relatos, menos acomodaticios, más incómodos, menos formulaicos y más libres. O, simplemente, que procedan de un lugar distinto a Hollywood.
He empleado la palabra franquicia, ergo, hablo de negocio. Y este es un negocio inmenso, cosa que parecen olvidar sistemáticamente los defensores del "me gusta Star Wars, me compro muñequitos y a mucha honra". Y en un negocio, si algo funciona va a ser repetido hasta la saciedad. Quienes criticaban estos días a Albert Serra y su faltada alegaban, indignados: “me va a decir a mí alguien lo que me tiene que gustar”. Ay, amigo, es que te lo dicen. Nos lo dicen a todos todo el rato. Nos lo imponen. Si solo hay un tipo de relato que lo ocupa todo, si el resto de relatos han de pelearse una pequeña rendija para llamar la atención y ser vistos, igual tu elección, tu gusto, tu ocio, no es tan libre. Piénsalo un poco, por favor. Piensa a quien das tu mirada, tu tiempo, tu atención, tu dinero. No digo que renunciemos a ver una peli Marvel o una serie Disney, si te gusta, adelante, pero sí digo que seamos conscientes de lo que eso supone, de cuál es el juego y de quién, y por qué, marca las reglas.
Llegados a este punto, les confieso que no me gusta el cine de Albert Serra, pero, y ese es el quid de la cuestión, creo firmemente que el mundo y nuestra mente se amplían, se hacen más diversos e interesantes, si Serra hace su cine, cosa que no sucede si Marvel estrena otra película acerca de otro superhéroe que acabe venciendo al mal tras mucho sacrificio. No tengo la menor duda de que hay que pegarse con quien haga falta para que alguien como Serra pueda tener la libertad de hacer sus películas y el espacio para exhibirlas. Esa sí que es una batalla crucial y no la de Coruscant.