Reseña 

El libro que Joaquín Sabina merecía

27/04/2017 - 

 VALÈNCIA. Publicado por la editorial valenciana Efe Eme, Soly sombra, del periodista Julio Valdeón es un cruce entre la biografía y el ensayo construido en torno a la vida y la obra de Joaquín Sabina.

No suelen abundar en España los libros exhaustivos y ambiciosos sobre músicos locales. Podemos echarle la culpa a la falta de costumbre, a la aparente falta de ganas del público, al miedo de las editoriales y a todo un poco en general. Pero eso no quita para que una figura de la talla de Joaquín Sabina no tenga una biografía a la altura de su trayectoria y su talento. En su caso, que sí contaba con bastantes libros previos (firmados por Maurilio de Miguel, Javier Menéndez Flores, Benjamín Prado o el cantautor Joaquín Carbonell, todo ellos consultados y citados en el tomo del que hablaré inmediatamente) el reto de contar su trayectoria sin limitaciones y analizar su obra a fondo seguía aún pendiente. Julio Valdeón y su monumental Sol y sombra (Efe Eme), han cubierto dicho vacío a través de un repaso titánico, riguroso y apasionado que, sin embargo, está escrito para acercar su mensaje a cualquier lector con curiosidad por esa obra, que Valdeón define como “un sincretismo de rock pasado por el Zócalo del D.F., la bohemia cantautoril y el crujido de J.J. Cale”.

Periodista erudito tanto en asuntos musicales como literarios, Valdeón ha creado un texto en el que las mil y una conexiones creativas de Sabina son reflejadas con maestría. Hablamos de alguien que, según el autor, posee la capacidad incendiaria de moverse “entre la demagogia del bolero y la geometría sentimental de César Vallejo”. Porque Sabina no es solo un poeta y eso es lo que le diferencia de otros notables cantautores que no entienden que este oficio no basta con la erudición libresca. Para explicar esto, el periodista usa tanto entrevistas hechas para la ocasión a voces diversas que tienen o han tenido contacto con el protagonista, así como material de hemeroteca, tanto local como de países latinoamericanos. Al ensamblar todas estas piezas y colocarlas en sus respectivos planos –la narración tiene saltos temporales pero nunca pierde el hilo conductor- el autor pone también de manifiesto el poco reconocimiento  artístico que le ha dado este país a uno de sus artistas más talentosos y populares. 

Claro que hay que considerar también que quizá la obra y la figura de Sabina no hayan facilitado que esa valoración se haga en su justa medida y eso es algo que el texto de Valdeón también ayuda a contemplar. Sabina, dice el autor es un buen cantante a su manera –como lo son Dylan o Lou Reed, si buscamos ejemplos foráneos-, pero su voz tardó muchos discos en contar con el color necesario, cosa que no ocurrió hasta que en 1999 grabó con producción de Alejo Stivel el celebrado 19 días y 500 noches. El sonido –y la presentación gráfica- de sus álbumes de los ochenta tampoco colaboró a una buena apreciación. Con producciones que primaban los sonidos sintéticos de moda, algunas canciones emblemáticas perdieron en el estudio las posibilidades para hacerlas sonar como merecían.  Por eso Valdeón señala un álbum como Nos sobran los motivos (2000), un directo acústico y eléctrico, como uno de los títulos clave de su discografía: gracias a él, títulos clave de su repertorio al fin sonaron como merecían haberlo hecho desde un principio.

Uno de los aspectos más plausibles de Sol y sombra es que su autor, que constantemente escribe desde el respeto y la admiración, no tiene ningún remilgo a la hora de revisar los detalles y capítulos menos afortunados de la obra y la carrera del de Úbeda. Analiza los discos para bien y para mal, señala las canciones menores y también los errores tácticos, como por ejemplo, aquella unión artística con Serrat que fue mucho menos de lo que la ocasión prometía. Una gira en la que Sabina cumplió la ilusión de estar cantando con el maestro Serrat, y que, dada su concepción y ejecución, en lugar de ser un espectáculo conjunto hizo de él casi un invitado estelar. El disco  de estudio posterior, La orquesta del Titanic, tampoco sale bien parado del análisis. Consigue el hito de no tener ni una sola canción para la posteridad de ninguno de sus dos autores.

A la hora de destacar lo que públicamente rara vez se destaca, Valdeón deja claro que Sabina ha escrito algunos de los mejores rocanroles en castellano de la historia de este país, aquellos que deberían haber llegado a través de la estirpe de grupos como Burning. Una afirmación que se sustenta en la literatura de las letras, que logró que su transición de cantautor a secas a cantautor eléctrico sea algo natural. Letras que beben poesía y literatura, lo cual eleva sus piezas de rock & roll a otro nivel. No obstante, el autor deja claro que las diez mejores canciones del músico son baladas y tiempos medios, y también mantiene que, de la misma manera que su obra tiene a Dylan como punto de partida, fue el descubrimiento de sus raíces latinoamericanas lo que le hizo ampliar su abanico de colores artísticos al introducir tangos, boleros, rancheras…

El personaje construido en base a la imagen del artista golfo que bebe, se droga, persigue faldas sin tregua y agota una madrugada tras otra es sin duda una de las grandes creaciones de Joaquín Sabina. Y también su talón de Aquiles en el momento en el que los problemas de salud hacen acto de presencia y ciertas costumbres han de cambiar drásticamente. Su creatividad se resiente y Sabina se reencuentra con un viejo problema, la desidia de no velar adecuadamente por su propia obra. Un problema que afecta a gran parte de su discografía previa a 19 días y 500 noches y que sin embargo no le impide convertirse en un artista único, un músico ecléctico que articula su propio discurso de tal manera que le coloca en un lugar artístico propio.  El enfoque de Valdeón proporciona peso y autoridad a este y otros análisis. Y a la vez su afán investigador ayuda desmontar algunos mitos, como el origen del exilio londinense del artista y la realidad de sus días allí.

Sol y sombra cuenta y disecciona la vida, las canciones, la popularidad, las influencias, los afectos, las enfermedades y los hitos de un artista al que el periodista considera creador de canciones que “ofrecen como muy pocas antes y después, la crónica sentimental, intelectual y poética de España”. Sabina, según Valdeón, “ha reciclado con maestría los vidrios del idioma. Mezclado en sus letras la alta cultura y la calle. Lo exquisito y lo cheli. Lo popular. Los detritos”. Sabina, proclama el autor del libro, es Sabina más allá de sus textos. Lo es por sus canciones, “un compositor  imbatible, suma desbocada de José Alfredo Jiménez y Tom Waits, del cabaret al tablao, la venta del camino y el espíritu del blues”. Poco más se puede añadir salvo certificar que el listón ha quedado muy alto para cualquiera que se aventure a escribir sobre el autor de El pirata cojo, De purísima y oro y Por el bulevar de los sueños rotos.

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