Dicen que el tamaño no importa, aunque en el mundo de la informática, cuanto más pequeño, mejor. O al menos esa es la filosofía tras la revolución de las microplacas de bajo coste tipo Raspberry Pi, que solo son la punta del iceberg de lo que está por venir
VALÈNCIA.- Si estás pensando en comprarte un ordenador por menos de diez euros, fabricarte una videoconsola con todos los juegos de tu infancia por el mismo precio o, incluso, si quieres construirte un pequeño robot, estás de suerte: el mundo de los microordenadores de bajo coste ya está aquí. Y ha llegado para quedarse.
La fundación Raspberry Pi ha tenido un papel fundamental en esta pequeña revolución, pero no ha sido la única en hacerlo. El mercado está inundado por una gran cantidad de marcas y modelos de microordenadores que, en las manos adecuadas, pueden convertirse en auténticos proyectos tecnológicos bajo la filosofía del ‘hazlo tú mismo, pero que sea barato’. Tienen la forma de una pequeña placa no más grande que una tarjeta de crédito, y entre otras cosas, se pueden utilizar para crear desde ordenadores normales y corrientes hasta robots. Y todo ello por menos dinero del que cuesta un chivito, unas bravas y una Coca-cola (o una ensalada y una botella de agua para los más sanos de la casa).
En el año 2006 un grupo de investigadores del laboratorio de computación de la Universidad de Cambridge se alarmó por un hecho sorprendente. A pesar de la llegada de la era digital, los nuevos estudiantes que entraban en la universidad cada vez sabían programar menos y peor.
La culpa de este hecho insólito la tenía el surgimiento de los ordenadores domésticos y las videoconsolas. El motivo es simple, si bien gracias al uso de sistemas operativos sencillos se democratizó el uso de los ordenadores y el ocio digital en casi todas las casas, la nueva generación de máquinas se podía utilizar sin conocimientos en informática real. Básicamente, reemplazaron a los ordenadores de la década de 1980, como los Commodore Amiga, Atari ST, Amstrad CPC y así un largo etcétera, que forjaron una generación de incipientes amantes de la informática que sí que necesitaban saber programar —aunque fuera muy poquito y a nivel básico— para manejar los ordenadores o jugar a sus juegos preferidos.
* Lea el artículo íntegramente en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza