VALÈNCIA. Indie es un término con una semántica tan amplia que la mera idea de intentar explicarlo es me produce fatiga. Mi compañero Carlos Pérez de Ziriza, mucho más valiente que yo –ventajas de ser más joven y tener el ánimo menos gastado- se ha animado a escribir el análisis pertinente en su nuevo libro, una guía bautizada como Indie & Rock alternativo. Historia, cultura, artistas y álbumes fundamentales. El próximo jueves 27 de abril estaré con él y con Jorge Martí de La Habitación Roja presentándolo en el FNAC de Valencia.
No nos dejemos engañar por la abundancia de festivales, la música anglosajona y todas sus consecuencias siempre serán aquí un objeto de importación. Se trata de algo que tiene un impacto global y que a nosotros nos llega en un idioma que no acabamos de dominar, aislado de un contexto social, político y cultural que apenas tiene que ver con el nuestro. The Smiths, una de las cumbres de lo que es el indie, tienen una significancia en Inglaterra difícilmente trasladable a ningún otro sitio. Lo mismo ocurriría si los ingleses, en caso de que fuesen capaces de estar interesados, hubiesen tenido que comprender a Golpes Bajos o Radio Futura.
Para mí, lo indie es, como apunta Carlos en la introducción del libro, más una forma de vida que otra cosa. Si he de aplicármela, incluso diría que es una forma de entender la vida. Así, en general. Es hacer lo que quieres hacer y que los demás digan lo que les salga de las narices. De la misma manera que primero me atrajo un tipo de cine y, posteriormente, un tipo de literatura, desde mi adolescencia sentí una atracción natural hacia músicas que no pertenecían aún al imaginario popular sino más bien todo lo contrario. Lo indie se ajustaba a mi mundo privado antes de que dicha definición existiera. Del mismo modo que veía con infinita curiosidad películas de Stanley Kubrick y Werner Herzog en los desparecidos cines Aula 7 y AEC Xerea, encontré mi camino escuchando música que no era la que sonaba en las emisoras comerciales. The Velvet Underground, el grupo que me iluminó, es el prototipo de banda indie, como podrían serlo también Can, The Stooges o Captain Beefeheart & The Magic Band. Artistas que hacían las cosas a su manera, sin seguir ninguna corriente sino creando la suya a pesar de los inconvenientes, la incomprensión, los abucheos, el ostracismo.
Para mí el alma de lo indie (o de lo alternativo) también puede localizarse en los Rolling Stones de los sesenta, The Doors o David Bowie, todos ellos artistas que desde una posición privilegiada en las listas de éxitos crearon un lenguaje propio dentro de la música pop. Indie son y serán siempre Nirvana y sus millones de discos vendidos. Pero volviendo al libro de de Carlos, a medida que lo leo y voy encontrándome con nombres, veo en cierto modo una especie de mapa genético que hubiese ido ensamblando yo mismo. Una tarea que comenzó a los 14 años, cuando me quedé prendado con Lou Reed, que también era muy alternativo, o al menos no tenía nada que ver con las canciones comerciales que destacaban por aquel entonces, The Year Of The Cat, Hotel California, Dust In The Wind y cosas de ese estilo. Es una manera como otra cualquiera de decir que nací con alergia por lo establecido, con curiosidad por lo diferente y condenado a dar explicaciones de por vida, como si fuera una letra de Fangoria. Es lo que hay.
La idiosincrasia indie también ha configurado mi vida profesional. He tenido la suerte de desarrollarla, en gran medida, conforme a mis gustos y supeditada a esa pasión a la que me refería antes. Y a medida que sigo pasando las páginas del libro de Carlos, me encuentro con viejos amigos, caras muy conocidas que evocan portadas mucho más conocidas aún, intérpretes de música que en algún momento fueron de gran ayuda y que aún siguen siéndolo en algunos casos. ¿A qué me ayudaron? Tendría que escribir un libro yo mismo para intentar explicarlo bien. Personajes con los que he hablado mientras hacía mi trabajo, el elemento que mejor define lo que soy y dónde estoy.
Así que ahí me veo, de nuevo con Sebadoh mientras alguien nos hace una polaroid en las viejas oficinas de la distribuidora Running Circle en Madrid, en verano de 1996 (la foto les hizo tanta gracia que la usaron para ilustrar un reportaje sobre dicha gira promocional en una revista extranjera; tengo un ejemplar por ahí pero no me pidáis que me ponga a buscarlo). Me veo entrando en una habitación de hotel de Londres inesperadamente vacía; hasta que segundos después, los entrevistados, que son los Chemical Brothers, salen de su escondite con la intención de darme un susto. Vuelvo a escuchar la voz de PJ Harvey por teléfono, en algún momento de 1995 o 1996, cuando Polly Jean todavía se prestaba a ese tipo de entrevistas, y si no recuerdo mal, hablamos de Gordon Gano porque acababa de grabar una canción con él. Recuerdo una de las entrevistas más breves que he hecho jamás, una con Bill Callahan, cuando empezaron a publicarse aquí los discos de Smog. Contestó únicamente con monosílabos a todas las preguntas y se quedó tan pancho. Recuerdo la cara de aburrimiento de Michael Stipe en una rueda de prensa en el Ritz cuando hice nosequé pregunta cuando REM promocionaba alguno de los discos donde ya se notaba que les costaba mucho esfuerzo seguir adelante.
Recuerdo leer las respuestas que envío hace un par de años Morrissey para una entrevista que él mismo exigió que fuese por correo electrónico, y tener la certeza de que nadie más que él, ni siquiera el mánager o el asistente más versado, podía escribir aquellas respuestas (aunque nunca se sabe, claro). Recuerdo hablar por teléfono con Steve Albini a finales de los noventa cuando se empeñaba en no hablar con la prensa y acabar teniendo una conversación de lo más reveladora. Recuerdo las varias veces que he hablado, por teléfono y en persona, con Black Francis; y lo mismo cuando era Frank Black. Pero también con Kim Deal, diciendo lo harta que estaba de ver tanta supuesta banda alternativa metida en el mainstream.
Y Blixa Bargeld, en un hotel de la Avenida del Puerto, al que vino acompañando a Nick Cave; me impactó oírle contar que, cuando Einstürzende Neubauten telonearon a U2 en el Zoo TV, los fans menos pacientes les lanzaron botellas de plástico llenas de meado. Y a Beck, cuando acaba de triunfar con Loser, diciendo que no entendía por qué tanto alboroto si solo era una puta canción folk. Y Calvin Johnson con su rostro impertérrito, cantándonos una canción con su guitarra en a Jorge Albi, Ángela Beato y a mí en el estudio de Onda Cero en el madrileño paseo de Rosales. Esos y otros muchos momentos que son como pequeñas pieza de un mosaico enorme. Si alguna vez tengo la paciencia de ir completándolo se parecerá mucho a una porción grande de mi vida.