La capital portuguesa responde a la analogía de su propia vismusical: la extraordinaria convivencia entre la tradición y la modernidad
VALÈNCIA. “Por el día, Lisboa tiene una condición teatral naíf que seduce y cautiva, pero por la noche es una ciudad de cuento de hadas, descendiendo por terrazas iluminadas hasta el mar, como una mujer vestida de fiesta bajando para encontrarse con su oscuro amante”. La Noche en Lisboa, del escritor Erich Maria Remarque, presenta la historia de dos refugiados alemanes en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial. Parte fundamental de la trilogía de la emigración, el libro se convirtió en un bestseller de forma instantánea en 1964; en él, Remarque cuenta la historia de una noche en Lisboa: el libro da lo que promete el título, sí.
Medio siglo después, puede que Lisboa haya perdido parte de ese encanto naíf del que hablaba el personaje de Remarque, pero no lo ha dejado caer del todo ni mucho menos. Ese atractivo inocente, amable, magnético en su inocencia, sigue coexistiendo con una versión actualizada de una ciudad que, al mismo tiempo, hace convivir la actualidad consumista de los Armazens do Chiado con el anacrónico tranvía o el Elevador de Santa Justa de Raoul Mesnier de Ponsard que une Baixa y Chiado desde principios del siglo pasado; de la misma forma que combina, en el mismo espacio, la tradición de la ginja del popular A Ginjinha cerca de la plaza Rossio con la modernidad de un servicio de metro envidiable.
En cierto modo, Lisboa se parece bastante a Ana Moura. Ella nació en Santarém, en realidad, una ciudad a una hora escasa de la capital portuguesa; sin embargo, Moura atesora esa mezcla natural de la tradición con la adaptación justa a los tiempos como para ser conscientes de que todos vivimos en la misma década. Como la ciudad, Moura, una de las intérpretes de fado más famosas e internacionales del país, reúne en su repertorio súper ventas la esencia que Lisboa atesora con mayor acierto que Oporto. Moura es fadista, sí, pero entiende a la perfección que la pátina de pop es tan necesaria como la del fado tradicional que tanto atrae a los que idolatran a Amalia Rodrigues.
De hecho, es fácil escucharla en algún puesto ambulante en Chiado. Sin embargo, lejos de allí, en el barrio de Mouraria, la fadista indiscutible que aún resiste en el ambiente es Maria Severa. Resiste, de hecho, en el ambiente y también en las paredes: ella es la que protagoniza uno de los murales más populares de la ciudad -al menos para el turista- ubicado en Escadinhas de São Cristovão, una de las arterias empedradas más extraordinarias de Mouraria. Dedicado al fado bohemio, Fado Vadio presenta a Severa junto a figuras como la del rey del fado, Fernando Maurício. El grafiti es parte del proyecto de asociaciones como Renovar A Mouraria y Movimento dos Amigos de São Cristóvão, un grupo de vecinos de Mouraria que pretende dinamizar cultural y comercialmente el barrio con el fin de revalorizarlo y finiquitar su fama de marginalidad y delincuencia.
No muy lejos de allí, otro grafiti rivaliza con el de Maria Severa. Entre Portas de Santo Antão y Praça dos Restauradores, a 10 minutos del mural de Maria Severa y Fernando Maurício, existe otro tributo urbano, esta vez a Amália Rodrigues. Rivalizan en la distancia, y sin el encono de Blur y Oasis, pero lo hacen también casi desde su misma concepción. Mientras Severa es conocida por ser la primera fadista famosa, la del fado del XIX, orgulloso de sus connotaciones humildes y populares, Rodrigues soporta el peso del género de los casi cincuenta años del Estado Novo; de alguna manera, ella, que era la fadista predilecta del dictador António de Oliveira Salazar, refinó el fado que conocemos hoy.
La música en Lisboa no empieza y acaba en el fado, en realidad. Como en la misma ruta del viajante, todo depende de las decisiones que se tomen. Uno puede quedarse en Chiado, en la foto con la estatua de Fernando Pessoa o en O Mundo Fantástico da Sardinha Portuguesa; o puede adentrarse en Mouraria y encontrar la casa de Maria Severa, toparse con alguno de los restaurantes africanos clandestinos que perlan sus calles de subida y bajada. Mouraria es probablemente el epicentro latente de la influencia africana de una ciudad capital de un país que, hasta mediados de los 70, todavía jugaba a las colonias en Mozambique, Angola, Guinea-Bisáu y Cabo Verde. Eso se hace notar también en la música del barrio.
No sucede lo mismo en Alfama; al contrario de lo que pudiera parecer, la embajada oficial del fado en Lisboa está allí. También el del que está mayoritariamente enfocado al turista; allí se levanta, por ejemplo, el imprescindible Museo del Fado. Alfama ofrece, además, una de las mejores vistas de la ciudad desde lugares como el Miradouro de Santa Luzia, y parte de la Lisboa más monumental con la recia Catedral Sé y el epatante Panteón Nacional de la Iglesia de Santa Engrácia (donde descansa, entre otros, Vasco da Gama).
Mientras, lo musical en Bairro Alto, sin embargo, sólo da lugar al ocio nocturno con los restaurantes y los pubs de moda; en todo caso, siempre hay alguien dispuesto a escaparse de la norma general y ofrecer una ginjinha en su bar diminuto mientras trata de arreglar un electrodoméstico y el ‘Loser’ de Beck suena en bucle. Confirmado: puede pasar. También puede suceder en Lisboa, especialmente en Chiado y Baixa -donde se concentran más músicos callejeros-, que uno cruce el imponente arco de la Rua Augusta y se encuentre de frente con el músico que utiliza una sierra para hacer música; tal y como hacía Marlene Dietrich en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. O con esa influencia africana que emerge en grupos como Guents Dy Rincón.
Parte de esa fabulosa convivencia entre el hype y la tradición que caracteriza la vida en Lisboa reside en elementos como LxFactory. Uno puede pensar, después de un día entero caminando por la capital lusa, que el éxito de tal coexistencia reside en que en realidad no existe. Y no. Al sureste de la ciudad, alejada de todo lo que huela a tradición y con la entrada ubicada bajo una autopista al lado de Alcântara, LxFactory concentra toda la pasión por lo hipster de Ruzafa y la cultura hippie que pueda resistir en el Carmen para ofrecer la alternativa en Lisboa: un mercadillo que juega con la idea de lo cuqui y, muchas veces, con la filosofía de la segunda mano y los productos de proximidad.
Ubicada en los dominios de una antigua fábrica y tatuada prácticamente en cada ladrillo, cuenta con auténticas joyas como la interminable Ler Devagar, una librería independiente fundada en 1999. Parte de esa vertiente culturalmente más palpitante se traslada también a otros puntos de la ciudad como el museo de la Fundación Calouste Gulbenkian, muy cerca de Praça de Espanha. El museo, levantado gracias a la herencia del filántropo armenio que se hizo rico con el petróleo, ofrece, entre otras cosas, conciertos en sus jardines que van desde el de la caboverdiana Mayra Andrade al de la Orquesta Sinfórnica Gulbenkian (sí, tienen su propia orquesta) junto a Jane Birkin reinterpretando canciones de Serge Gainsbourg.