ATRACÓN DE PANTALLAS

‘El día de mañana’: debilidades y dualidades de unos supervivientes del postfranquismo

Probablemente la mejor ficción producida por Movistar+ hasta la fecha, la miniserie de Mariano Barroso destaca como interesante fresco sobre la sociedad española en la época del postfranquismo, donde sobrevivir, en un ambiente de represión, era lo principal

13/07/2018 - 

VALÈNCIA. ¿Quién es Justo Gil (Oriol Pla), el protagonista de El día de mañana? ¿Un buen chico, un delincuente, ambas cosas? La nueva serie de Mariano Barroso, basada en el libro de Ignacio Martínez de Pisón, nos obliga a hacernos esta pregunta, a nosotros y a todos los personajes que le acompañan durante el relato, a lo largo de sus seis episodios.

Dualidad. Esa es la conclusión y el gran tema de la mejor producción de ficción lanzada por Movistar+ hasta la fecha. Somos responsables de nuestros actos, sin duda, pero también consecuencia de las circunstancias y del mundo que nos toca vivir. 

Nacido para matar en el casco y una insignia de paz en la solapa. ¿Qué es esto?, ¿una broma de mal gusto?

No, señor.

Entonces, ¿qué significa?

No lo sé señor.

No lo sabe muy bien ¿verdad? Pues no te hagas la picha un lío porque te voy a meter un paquete que te cagas.

Sí, señor.

Contesta a mi pregunta o tendrás que responder ante el gran jefe.

Yo creo que intento sugerir algo de la dualidad del hombre, señor.


La escena de La chaqueta metálica coincide en temática, en ese sentido, con El día de mañana. Justo Gil es un chico de un pueblo de Aragón, con una madre inválida, que emigra hasta Barcelona en busca de un remedio para curar a su madre. Justo es confiado, idealista, está convencido de que su madre se curará. Trabaja con energía para lograrlo. Se gasta los primeros cuartos en llevarla a los mejores médicos, pero nadie le encuentra una cura. El primer varapalo se lo lleva cuando cae en manos de unos estafadores curanderos religiosos. Le quitan todo, y su madre, para más inri, fallece. A partir de ese momento Justo se convierte en un pillo, se da cuenta que “o pisas o te pisan”. Y sus primeros errores, a las primeras personas a las que decepciona, le pesarán en la conciencia para el resto de su vida. Porque en el fondo es (era) un buen chico.

El contexto histórico-político que le toca vivir, la Barcelona de 1966 a 1976, marcan su trayectoria. Primero se obsesiona con subir en el escalafón social, se mezcla con los ricos burgueses de Barcelona, y vive una etapa que nos recuerda al protagonista de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. El chico pobre que se relaciona con los ricos de la ciudad condal y tiene una aventura sentimental con una hija de papá. Pero sus artimañas como estafador le juegan una mala pasada, obligándole a tener que colaborar con la policía como infiltrado. A partir de ese momento, Julio Gil es utilizado para encontrar una célula comunista entre los niños ricos burgueses. Poco a poco se va profesionalizando, cada vez más ahogado por pagar sus errores, hasta que se adentra entre la resistencia comunista. 


En un momento dado llega la muerte de Franco y la legalización del PCE, fecha en la que Justo Gil vuelve a estar en el bando equivocado. Con la llegada de la democracia se convierte en un traidor de la izquierda, un soplón. Por obligación, y no por convicción, huyendo del hecho de estar marcado por colaboracionista con la policía, pero sin motivación ninguna, termina enredado con la extrema derecha. Hasta que llegamos al clímax, donde Justo ya lo ha perdido todo, está quemado socialmente, y no hay ni un ápice de esperanza de que pueda recuperar a la mujer que ama. Justo debe tomar una última decisión, y por primera vez en su vida, tal vez tome la decisión éticamente más acertada pero resulta ser la que le condena para siempre. O pisas o te pisan. Lo que aprendió al principio de la historia se constata al final. 

“Tú tendrás la culpa, pero yo tengo los muertos”

En palabras de Voltaire: “somos débiles, inconsecuentes y sujetos a la mutabilidad y al error”. Mateo Moreno (Jesús Carroza), el policía que fuerza a Justo Gil a ser su confidente, comparte con este la dualidad de su personaje. Un joven sevillano, huérfano como Justo, que se deja llevar por la corriente. Si le toca maltratar a un detenido, cumple. Pero como a Justo, las experiencias vividas le pesan. “Tú tendrás la culpa, pero yo tengo los muertos”, le dice en una escena. Con la muerte de Franco, Mateo se aleja de su profesión de matón del Estado. Se da una segunda oportunidad. Ya no es solo sobrevivir, como con el franquismo. Ahora puede vivir. 

Ambos personajes, Justo y Mateo, son lo mejor de la serie, tanto por la complejidad de sus personajes como a nivel interpretativo. Otra actriz magnífica, Aura Garrido, como Carme Román, representa de forma clásica la bondad. Aunque su interpretación es exquisita, no hay doble filo ni mayor complejidad en su personaje. Lo mismo le ocurre, pero en sentido contrario, al Comisario Landa (Karra Elejalde), el malvado policía de extrema derecha, que bien podría haber salido de una película de Álex de la Iglesia o de un cómic. Su  estereotipado personaje no está exento de diversión, por el contrario. Pero no es, en absoluto, lo mejor de la serie.