La familia del artista certifica una pintura inédita de juventud del artista de Onil que abre una nueva línea de investigación sobre su trayectoria artística | La obra, de corte figurativo, fue regalada por el creador durante su estancia en Valencia como estudiante de Bellas Artes
VALÈNCIA. Cuenta una leyenda urbana que para diferenciar pasado de presente o futuro creativo y evolución estética, Eusebio Sempere, (Onil 1923-1985), intentó eclipsar un trabajo inicial, previo o de juventud, aquel que le condujo por un primer sendero cuando descubrió que su rumbo y papel en el mundo del arte era y sería muy distinto. Por ello, existe una cierta laguna de progresión y evolución en torno a esos años iniciáticos. Otros la cuestionan desde un punto de vista de negación personal, aunque un carácter siempre sea desconocido más allá de una interpretación puntual o un gesto de rebeldía circunstancial ante el mundo o el universo del arte, pero ante la ausencia de bases documentales y testimonios formales desde una gran distancia, toda leyenda urbana encierra una buena historia que contar.
Ahora, por ejemplo, una de esas obras inéditas de su periodo de juventud acaba de ser autentificada y certificada por sus herederos, lo que la convierte en pieza única y singular que puede echar luz sobre sus orígenes creativos y añadir una nueva página a su historia biográfica que para muchos esconde todavía interminables incógnitas artísticas y hasta personales.
La pieza pertenece a una familia de coleccionistas valencianos, pero con raíces también en Onil, con los que Sempere mantuvo una estrecha relación durante su etapa de estudiante de Bellas Artes, primero en la Escuela de Artes y Oficios, y a partir de los años cuarenta del pasado siglo en la Escuela de Bellas Artes de Valencia.
Aquí obtendría el título de profesor de Dibujo. Tuvo como uno de sus mentores al sacerdote y crítico de arte Alfons Roig, buen conocedor y estudioso del arte moderno y de las vanguardias y quien tuvo una gran influencia intelectual y artística en varias generaciones de nuevos artistas. Entre ellos se encontraban, además del propio Sempere, Juan Genovés, Hernández Mompó, Alfaro, Valdés o Ribera Berenguer, entre otros, al mismo tiempo que mantenía relación con los artistas de las vanguardias europeas gracias a quienes llegó a formar una importante colección personal donada en su día a la Diputación de Valencia.
La obra en sí está firmada como “E. Sempere”. Ahora ha sido reconocida por Concha Sempere Juan, hermana del artista y sus hijas Inma e Irene Mira Sempere, herederas de sus derechos de autor quienes han certificado este óleo sobre tabla de 63x52 centímetros. Se trata de un trabajo sin fecha ni título, de corte figurativo y considerado obra de juventud. Fue regalada por el propio artista a esta familia de coleccionistas que también conserva diversos dibujos al natural de rincones de Valencia que el entonces estudiante Sempere realizaba como labor de aprendizaje y formación, como esos retratos también muy reconocidos. Por ejemplo el de su madre que se conserva en el Museo San Pío V.
La obra había sido presentada con anterioridad a varios expertos en la obra del artista, pero la ausencia de otras pinturas o ejemplos de esa época así como la ausencia de abundante documentación al respecto había imposibilitado una certificación inicial que ahora la familia y herederos del creador han validado.
De hecho, fuentes del museo de La Asegurada de Alicante -hoy MACA- que conserva la obra personal y de su colección que el propio artista donó a Alicante reconocen poseer un reducido número de piezas de esa época, no más de diez. Este grupo estaría formado por alguna tabla, grabados y dibujos, etapa también en la que practicaría el retrato como esquema inicial.
La pieza muestra un paisaje de la playa de Valencia con varias barcas varadas sobre la arena. En ella se nota la influencia que sobre toda una generación de estudiantes de Bellas Artes habían dejado, o marcaban en sus inicios ante una sociedad aburguesada los maestros de la pintura de finales del siglo XIX en Valencia, tan influyentes de forma académica, y que marcaron una inicio artístico generacional y académico, una imagen que recuerda el peso academicista de la escuela de los sorollistas en los años de formación y la influencia del impresionismo francés, por ejemplo, sobre una serie de artistas que aún no habían definido su propia identidad, pero también el peso que la luz y el color ya tenían y tendrían en su obra posterior.
Otros expertos como el crítico Adolfo de Azcárraga recordaba en su obra Arte y artistas valencianos que Sempere en sus inicios también pintó algunas telas de carácter “expresionista cuyo motivo eran toreros”, e igualmente “practicó un expresionismo muy vigoroso y con intención social”.
“Sempere venía mucho a casa de mis abuelos. Actuaban como respaldo familiar desde la distancia y refugio personal en momentos de soledad o dificultad”, confiesa el titular de la obra y que prefiere mantenerse en el anonimato.
“Mi abuelo era Ingeniero Agrónomo. Se dedicaba a dibujar el catastro municipal por lo que tenía que medir los campos de la ciudad y delimitarlos. Consiguió que Sempere le pintara los arboles de los planos de las fincas y así sacaba algo de dinero para sus pequeños gastos personales de estudiante”, añade.
El coleccionista avanza que su interés está ahora en buscar en el propio catastro aquellos planos coloreados, hoy con un valor añadido y convertidos por sí mismos en obras de arte de un gran valor en caso de ser localizadas.
“Era alguien muy ameno. La obra -continúa- se la regaló a mi padre con motivo de su boda. Más tarde se la quiso comprar porque, según nos contó en su día, no quería que se viera ese tipo de pintura. Por ello intentó recuperarla. Mi padre se negó porque lo consideraba un regalo sentimental para una fecha muy señalada y a la que tenía mucho cariño. El cuadro siempre ha estado en casa como un objeto muy personal y de alta carga emocional”, concluye.
La leyenda continúa. Sin embargo, la historia y certificación de esta pieza clave para conocer algo más de la trayectoria de Sempere, coincide con la muestra retrospectiva que sobre el pintor y escultor valenciano se exhibe actualmente en Alcoi y que tiene como base la exposición retrospectiva que el Museo Reina Sofía le dedico entre mayo y septiembre de este año el centro de arte moderno y contemporáneo nacional y con la que se saldaba una deuda con el gran creador que descubrió las vanguardias y creó sello de calidad y originalidad durante su larga estancia en París. La muestra bien podría añadir esta pieza como obra singular e inicio del recorrido, algo que le daría un nuevo valor e a la exposición.
La aparición, puesta en valor y certificación de esta pintura es, sin duda, un descubrimiento para el mundo del arte ya que no existe gran base documental sobre el trabajo previo de Sempere al que se conoce en la actualidad y que el propio artista quiso sintetizar, pero sí muestra algunas pinceladas de su interés por el color y el uso de la luz que con posterioridad aplicaría como protagonista a su obra, tanto guaches, como óleos, acuarelas y obra gráfica, de la que fue un auténtico experto gracias a su técnica.
Ese hecho le da si cabe un mayor valor al tratarse de una pieza desconocida y atribuye un valor singular para conocer los inicios creativos del artista alicantino cuyo corpus principal de su obra fue donado por el propio creador en 1977 al entonces recién creado Museo de La Asegurada de Alicante, cinco años antes de que fuera reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y siete antes de su fallecimiento. Sus restos mortales descansan actualmente en el monasterio de la Santa Faz de Alicante.
Sempere fue un aventajado a su tiempo. A finales de la década de los cuarenta del siglo XX se fue a París gracias a una beca. Allí tomó contacto con los movimientos de vanguardia, pudo conocer la obra de Klee, Mondrian o Kandisky y compartió residencia y experiencias con Palazuelo o Chillida. Fue en París donde participó en sus salones de otoño. En París y tras una decepción estética, según cuentan, abandonó a finales de los cincuenta su mirada y tendencia figurativa para tomar el rumbo de la abstracción. Otros expertos consultados sostienen que otra decepción a su regreso a Valencia, llevó a Sempere a destruir toda una exposición celebrada en la Galería Mateu al considerar que había sido rechazaba por innovadora. Sin embargo, cierto sector de la crítica, entre ellos Garín y Tarancón o Azcárraga, reconoció un trabajo muy adelantado a su tiempo y en ese momento incomprendido.
Después de participar a finales de esa misma década en las bienales de Sao Paulo y Venecia, citas claves para el arte moderno, regresó a España metido ya de lleno en la geometría y con un sello muy personal o reconocido como el más próximo reflejo de Vasarely, como así reconoció el propio artista húngaro, precursor del Op Art y del que tuvo que vender una obra para subsistir, como recuerda ahora Felipe Garín, exdirector del Prado y quien reconoce las dificultades de Sempere para que su obra fuera reconocida en un momento de transformación y/o conservadurismo social en el arte español de la época.
Ya de regreso a Valencia participaría en el Grupo Parpalló (1956-1961), el movimiento de renovación estética del arte moderno en Valencia. Su obra, original, delicada y lírica le abrió definitivamente las puertas del mundo del arte. En los sesenta se estableció en Estados Unidos gracias a otra beca. En América tomó contacto con tendencias como el pop o el minimalismo, lo que le empujó hacia el arte cinético, la síntesis y la especialización en la serigrafía, de una precisión y minuciosidad fuera de lo común, o la escultura concebida en sí misma como pintura tridimensional.
Hoy la obra de Sempere está presente en los principales museos del mundo y es reconocido como uno de los artistas más novedosos, influyentes y originales en su género como así determinan sus relieves móviles y luminosos, su geometría lírica y su minimalismo pictórico muy influenciado también, como gran parte de su generación, por la música vanguardista de la época.