MURCIA. La democratización de la tecnología suena como algo filantrópico, pero en realidad es la única forma que tienen los innovadores de hacerse millonarios. Los soviéticos tuvieron adelantos espectaculares, pero al no poder hacer que llegasen a todas las capas de la población, como los japoneses o los estadounidenses, de poco les sirvieron. Al final, hay que pensar siempre en el usuario, saber adaptarse al mercado y contar con la tecnología puntera en el momento justo. En caso contrario, Videotex, una precursora de Internet en la España de los 80 lo habría petado. Sin embargo, esta tecnología precursora solo arraigó en Francia, donde se llamó Minitel y también acabó pinchando.
En la película Lunas de hiel de Polanski, que es extraordinaria, pasan muchas cosas, pero lo que más alucinado me dejó cuando la vi en los 90 era que el protagonista, en un momento dado, cuando quería contratar los servicios de una prostituta, solo tenía que accionar un pequeño ordenador que tenía en casa. Aquello era fascinante y, pocos años después, con otro nombre y otra tecnología, lo tendríamos todos en casa. Un caso curioso, porque lo mismo que la tecnología Videotex-Minitel se utilizó en Francia masivamente para funciones ordinarias, como hacer una reserva en un restaurante, también echaba humo, como ahora, en sus servicios sexuales o de encontrar pareja.
Por todos estos motivos, es normal que pueda existir cierta frustración en Francia. Ellos ya tenían Internet antes de Internet, sin embargo, todo el mérito es para los hippies californianos. Puede que eso sea lo que tenían en mente Lucas Varela y Hervé Bourhis, autores de El Labo, novela gráfica editada por La Cúpula, que plantea una ucronía en la que Francia ya había empezado a desarrollar Internet tal y como la conocemos, móviles y emoticonos incluidos, en los años setenta.
El planteamiento tiene su gracia. En la conservadora Francia católica, un empresario, dueño de un emporio de máquinas fotocopiadoras, le deja a su hijo que lleve la i+d de la compañía. El chaval, como en un cómic de superhéroes, fuma una maría que le han enviado de California y se le ocurre desarrollar la tecnología tal y como la conocemos hoy. Inventa en los 70 el ordenador personal, las interfaces sencillas con iconos para que todo el mundo las entienda y la "musaraña", lo que nosotros llamamos ratón.
Esas coincidencias forman parte de la paradoja y desdramatización del argumento. Son un divertimento. La parte más grave es la que muestra la Francia rancia de aquel momento, que no tenía nada de particular, era igual de rancia que el resto de países de su entorno. Con una crítica tipo Mad Men, vemos que los ejecutivos de la compañía son unos machistas, alcohólicos, arribistas y oportunistas. El protagonista, supuestamente el más abierto de mente, ignora sistemáticamente a su hermana, no solo como mujer que tiene ideas sobre tecnología, sino como persona. Ni la escucha.
A través de esta historia alternativa, se ve alegóricamente cómo ha ido quedando atrás la sociedad de hombres bebedores, fumadores empedernidos, que si le tienen que soltar un sopapo a su mujer se lo sueltan y le hinchan el ojo, mientras que se abre camino una nueva mentalidad que nos lleva a los esquemas morales más extendidos en la actualidad. Al final, todos acaban fracasando de una forma u otra, menos la chica joven. Como moraleja, ella es la que entiende que el uso más apropiado para la tecnología es el lúdico, los videojuegos.
En Francia, en los 70, tras la crisis del petróleo, hubo un anuncio en televisión que decía "En Francia no tenemos petróleo, pero tenemos ideas". El país quería apostar por la innovación en la economía postindustrial para salvaguardar su soberanía. Lo decía el propio anuncio. "Es nuestra forma de vida la que está amenazada". Lo tenían perfectamente claro, sin embargo, han acabado, como los demás, a merced de Silicon Valley. Si hay un país donde más se manifiestan los estragos de la devastación del rural, la precariedad y pérdida de empleos por la automatización y el aumento de la desigualdad, ese es Francia. El guión que ha escrito Hervé Bourthis parece albergar subconscientemente todos estos fantasmas y su obra, aunque sea en clave de comedia, transmite cierta frustración.
Sobre el dibujante, el argentino Varela, La Cúpula también publicó su obra El Humano, escrita por Diego Agrimbau, que era una verdadera delicia. Era también un dibujo moderno y amable que invita consumir todas las páginas de un tirón. En esta ocasión, la mentalidad apocalíptica que se filtra en cada proyecto de ficción que aparece en esta época, iba a lo grande. En un mundo del lejano futuro, el ser humano tal y como lo conocemos había desaparecido. Una pareja de científicos se había crionizado para repoblar la Tierra cuando nos hubiésemos extinguido, pero por un error, la mujer despertaba cien años antes y el hombre enloquecía cuando llegaba y se encontraba su momia.
Para mi gusto, El humano era una obra maestra. De las que atraen nuevos aficionados al arte de la viñeta, páginas que uno lee imaginándoselas en una pantalla gigante de los cines de antaño. Salvando las distancias, tenía los mismos mimbres que Biotope de Apollo y Brüno (de este último, en España Dibbuks publicó la excelente Atar Gull). Un relato de ciencia ficción naturalista, donde la tecnología punta convive en el futuro con los instintos más bajos del ser humano. Una tendencia que, sin ser novedosa, se podría denominar género actual, porque hoy es muy frecuente encontrársela, seguramente por la situación tan incierta y desesperanzadora en la que nos encontramos, como a finales de los 70 y principios de los 80. Justo ahora Europe Comics va a publicar la segunda parte de Yojimbot, el debut de Sylvain Repos en Dargaud, una versión más del cliché de una sociedad dominada por robots, pero con alusiones al Japón feudal y los samuráis. La última frase de un personaje en la primera parte era una sentencia definitiva sobre el género humano. En referencia a cómo obedecían unos soldados humanos las órdenes de un robot, un niño decía: "ellos eran la verdadera escoria robótica".