VALÈNCIA. Partamos de la base de que Gandía Shore es una de las más importantes obras de arte del presente siglo. Todo lo acabado en -shore ha dado emocionantes y conmovedores momentos televisivos, pero las demás versiones, a nuestros ojos, como Acapulco Shore, son obras menores. La autenticidad que hubo en el nuestro ni se compra ni se vende, se tiene o no se tiene.
Continuemos con Lindsay Lohan. Como celebrity, inauguró una época entrañable en el periodismo digital. Un periodo en el que si en una noticia en un medio se titulaba, no sé, algo al azar, por ejemplo "0,3 de inflación para diciembre" y a continuación se añadía "Lindsay Lohan", el redactor autor de la brillante idea podía irse de vacaciones tres meses porque esa tarde su noticia hacía más tráfico que todo el Marca.
Pero en pocos años Lohan pasó de ser una de las estrellas más deseadas del mundo a una famosa completamente calcinada. En medio hubo un huracán. De trabajar muy dignamente en la última película de Robert Altman, Él último show, en 2006, comenzó en 2007 un entrar y salir de centros de rehabilitación, estrellar coches en estado de ebriedad, consumo de cocaína, robos en tiendas, hurtos en platós, cárcel, peleas y apariciones semidesnuda en centros comerciales, sumado todo ello a cirugías estéticas muy probablemente prescindibles. En una década, de la estrella rutilante no quedaba nada más que la partida de nacimiento.
¿Era culpa de la sociedad, de los medios? Las respuestas a esas preguntas ya no le importan a nadie. Si hoy hay alguien en Mojuelos de Jadraque atravesando una depresión cósmica porque le ponen menos likes a sus fotos en bañador desde que es madre, como para andar teorizando y sufriendo por los juguetes rotos entre las estrellas de la sociedad del espectáculo.
Sin embargo, Lindsay quiere volver. En televisión ya lo vimos en su docu-reality Lindsay, titulado en España Una nueva oportunidad, donde tras su sexta rehabilitacion se mudaba a Nueva York para resucitar su carrera. Desde entonces, 2014, le salieron algunos papeles, alguna obra de teatro, un personaje en una serie de Netflix, Sick Note: baja por enfermedad . Y el último trabajo ha sido en MTV. Otro reality, Lindsay Lohan's Beach Club un programa que rescata el espíritu de la etiqueta negra, de la marca de calidad: lo -shore.
Resulta que Lindsay, entre desaparición y desaparición, ya había abierto un club en Atenas, el Athens Lohan Club. La idea de este reality es que abre otro en la turística isla de Mykonos. Es diferente, es más diurno, una terracita playera. El objetivo es que se le llene de famosos que atraigan a la clientela de mayor talla intelectual de occidente. Pero ajena por completo a la crisis de empleo que vive Grecia, la actriz se trae a los camareros de Estados Unidos. Parece que esa playa de Mykonos le marcó. Como se pudo ver hace un par de años, un novio forcejeó con ella para recuperar su móvil, una cámara lo captó y fue su penúltimo escándalo con titulares de "maltratada". Lindsay juró que esa playa tenía que ser suya algún día. Tiene tanto sentido como que podría haber jurado ganar el torneo de levantar piedra redonda de Tudela, pero aquí está el reality playero correspondiente.
En la primera entrega, explica cómo se siente en su nueva faceta como empresaria. Dice que ya es hora de ser ella quien da las órdenes, quien pide explicaciones a los demás y, sobre todo, la que está al otro lado de la cámara. Porque los protagonistas son los camareros.
Se supone que los camareros que llegan ya han trabajado en clubes y tienen experiencia. Porque el trabajo que se les propone tampoco es el predecible. No se trata tan solo de poner copas a quien tenga la sana costumbre de tajarse en la playa. Su papel, muy del siglo XXI, va más allá. Tienen que ser guays con las gentes para hincharse a vender botellas. Su vida depende de colocar consumiciones. De camelarte. Son relaciones públicas y camareros al mismo tiempo.
Todo el equipo vive en la misma casa, al lado de la playa, con piscina y todos los complementos. Y pronto brota en ellos el espíritu shore. La primera noche, en la casa, se pillan el ciego de Dios.
El clímax de este primer capítulo llega cuando Lindsay aparece por sorpresa. Nadie la esperaba y se encuentra con la jarana. Lo primero que les dice es que vaya camareros están hechos que nadie le ofrece una bebida. La descortesía se debe a un motivo palmario, no pueden porque se la han bebido toda.
Entabla conversación con una de las chicas, con el pelo azul, la joven contesta que cuidado con ella, que estudió Bilogía y sacó muy buenas notas. A lo que añade que es negra, aunque no se note mucho. Lindsay dice que ya se había dado cuenta. Los compañeros, en las confesiones típicas de estos programas, comentan que la chica les da vergüenza ajena.
Con su amigo griego, su socio, Lindsay habla de que hay que tener mano dura. El hombre asegura que no se volverá emocional con ellos, que eso no puede ser. Ella añade que lo que hará no es volverse emocional, sino "Putin", textualmente. Como prueba, a la del pelo azul le dicen que se lo ponga rosa porque la DJ del garito también lo tiene de ese color y no caben dos empleados con el pelo azul en un mismo negocio de Lindsay Lohan.
Cuando los chavales llegan al negocio, a uno de ellos le encargan la atención de una famosa trend-settler griega que acudirá al chiringo. Durante su estancia, se conoce que se caen bien, se bañan juntos, se besan, se tocan. Al terminar la jornada, los otros camareros están escandalizados con el día de magreos que se ha pasado su compañero. Entonces aparece el socio de Lindsay y dicta sentencia: él lo ha hecho bien, ha hecho todo lo que estaba en su mano para vender botellas, es el que más vendió, el que más dinero hizo ganar al local ese día.
¿Y cuál es la moraleja de este cuento para contarle a los peques de la casa? Que un buen camarero siempre recurre a la prostitución para aumentar el beneficio de sus jefes. A ver si el Ministerio de Educación le mete un patrocinio al programa cuando lo emitan en España .