VALÈNCIA. Hay momentos en los que la música y la ficción se entrelazan de forma majestuosa y casi trascendente. Podríamos hablar largo y tendido de la banda sonora de la película Christiane F - Wir Kinder vom Bahnhof Zoo con el Heroes de David Bowie. Un profesional en hacer que millones de personas se sientan únicas con su música al mismo tiempo, he ahí su grandeza, le dedicó una canción al enamoramiento. De hecho, la letra es válida para el primer significado que dijo que tenía, que era sobre dos amantes que veía a través de su ventana en Berlín, tanto como para el segundo, que relataba los escarceos con su amante de un casado Tony Visconti. Sea como fuere, consiguió que una ciudad gris, con niebla, mugre y neones desvaídos, pareciera preciosa. Tanto como meterse un pico, al menos el primero, que es lo que hicieron muchos jóvenes en la fecha en la que se estrenó, 1981. La hora y media que seguía de metraje, en la que se ven los efectos de la adicción, es probable que no pudieran con el encanto que desprendía conocer a alguien, que te gustase y meterte caballo con él, lo que se relataba en los primeros veinte minutos con Bowie como chamán.
Las series contemporáneas también han buscado las escenas sublimes apoyadas en clásicos, generalmente, de pop o rock. El final de Los Soprano con Journey y su Don´t Stop believin' fue épico. Un raquetazo en la cara tanto de ese espectador enamorado de Tony como de los que necesitaban que le pasase algo, que hubiera unas consecuencias de sus actos. También tuvo su brillo, aunque resultase tan consciente y elocuente que podría dar denterilla, la finalización de Breaking Bad con Baby blue de Badfinger. Y si daba grima por obvia, todo lo contrario que, volviendo a Los Soprano, el día en el que Tony obliga a Bobby a matar por primera vez en contra de su voluntad, solo por rencillas personales, y sonando This Magic Moment de Ben E. King. Un contraste escalofriante, como lo que le tenía que estar pasando por dentro al personaje.
Sin embargo, lo que ocurre en el segundo capítulo de Small Axe es diferente. La música no apoya una escena, sino que la escena, el capítulo entero, explica el valor de la música. Concretamente, la del siglo XX, la que tenía su razón de ser en la industria del disco. El episodio se titula Lovers Rock y es un alivio entre la gravedad de las historias de racismo que se relatan en los capítulos primero y tercero, muestras de la represión policial dirigida específicamente contra ellos, que sufrían los negros en la Inglaterra moderna.
En Lovers Rock se cuenta una historia autoconclusiva y el episodio racista no reviste una crueldad como el resto. Lo que es magistral es cómo se refleja la esencia de la música popular del siglo XX, que consistía en poner discos y bailar. En este caso la música es reggae, pero podría ser soul en un sótano lleno de ingleses blancos sudorosos puestos de anfetas, heavy metal en un barrio residencial estadounidense con bidones de cerveza o rumba en un local español de Bruselas en la misma época, los 70. Una experiencia catártica. Una liberación. Todo lo que aporta la música popular incluso ahora, aunque cueste menos que el agua del grifo.
Es una hora en la que no asistimos más que a una fiesta. A gente bailando en un salón. Hay historias paralelas, gestos a los que prestar atención, pero la verdadera protagonista, y lo siento por el argumento final, es esa fiesta en sí misma. Cómo empieza con canciones de baile, Silly Games de Janet Kay, y acaba como el rosario de la aurora con ritmos más contundentes y una audiencia bailando poseída con Kunta Kinte Dub de The Revolucionaries. Lovers rock, de hecho, hace alusión a un subgénero reggae de carácter romántico y desprovisto de mensajes políticos.
El autor de la serie, Steve McQueen, no actuó de forma aleatoria. Cuando era niño asistía a este tipo de fiestas y se quedó fascinado. Según explicó The Guardian, estas fiestas eran vitales en la cultura de los inmigrantes antillanos en Inglaterra y suponían una liberación momentánea de sus condiciones de vida y también de los estrictos valores cristianos que imperaban en sus comunidades. Aparte, no eran bienvenidos en los clubes y tenían que buscarse sus propios espacios. El guion del capítulo, emitido el 22 de noviembre en Inglaterra, estaba basado en experiencias de sus familiares y de los de su guionista, Courttia Newland.
Por lo visto, la fiesta que se meten los actores era real, aunque el director haya proclamado que no dejase "nada al azar". Lejos del cinéma vérité, las escenas que se suceden son igualmente creíbles. De hecho, la genialidad de McQueen está en un montaje y una combinación musical que hacen que el espectador pueda sentirse como que está ahí. Estamos acostumbrados a que cuando los cineastas tratan de reflejar escenas musicales caigan en la impostura, los tópicos o los arquetipos. Aquí sucede todo lo contrario. Es un capítulo que es una pieza de museo. Un homenaje a la cultura popular. Algo que hay que ver con las luces apagadas y el volumen a tope.