Coincidiendo con su reciente visita a España para participar en Naukas, se publican en España "Un científico en el país de las maravillas" y "Trato o truco", las dos obras más conocidas del primer profesor universitario de medicinas 'alternativas' del mundo
VALÈNCIA.- Primero nada y luego, dos tazas. Durante mucho tiempo los escépticos españoles venían lamentando (no sin razón) que la obra de Edzard Ernst no se hubiera traducido al castellano. De hecho, el único de sus textos disponible en España estaba en euskera. Sin duda una anomalía teniendo en cuenta que Ernst es una auténtica leyenda viva, el primer profesor universitario de medicinas complementarias desde que, en 1993, empezó a impartir la asignatura de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter (Inglaterra). Una carrera que se truncó en 2011 cuando decidió que ya estaba bien de autoengañarse y se convirtió en uno de los principales detractores de lo que se llama medicina alternativa, y que puede tener algo de lo segundo pero nada de lo primero.
Por suerte, este pequeña anomalía editorial ha llegado a su fin, y por partida doble. De Next Door nos llega Un científico en el país de las maravillas, la más personal de las dos de sus libros recién publicados ya que tiene carácter biográfico, y con un subtítulo (cuando la verdad duele) que apunta directamente al doloroso proceso que vivió al darse cuenta de que había dedicado toda su vida a buscar gamusinos. El segundo de sus trabajos viene de la mano de Capitán Swing (¿Truco o tratamiento? La medicina alternativa a prueba) y es un repaso (más bien lo que se conoce popularmente como un repasito) científico a las pseudociencias médicas. Ni que decir tiene que no deja títere con cabeza.
Nacido en Baviera tras la II Guerra Mundial, Ernst fue tan hijo de su madre como de las pseudoterapias. De hecho, entre sus primeros recuerdos está el de cómo su progenitora le hacía levantarse de madrugada para darse baños de rocío, siguiendo las enseñanzas del padre Sebastian Kneipp, el típico iluminado que había descubierto su propia rama de medicina. En ese contexto, el de la posguerra, vivió su juventud, primero casi en la indigencia y luego de manera más desahogada a medida que su familia consiguió enderezar sus finanzas. Un juventud que le ofreció tres opciones: ser músico de jazz, conducir grúas (un psicólogo le dijo que estaba dotado para eso) o médico. Al final, gracias a que su madre supo mover los hilos adecuados, pudo optar por la tercera opción.
Cuando Ernst llega a la Facultad, Freud está en el aire, junto a la grafología, la homeopatía, al fisiología y otra 'logías' que hoy pertenecen a la fe de erratas de la ciencia. Es en ese contexto en el que se empieza a interesar por otra forma de ver la medicina, pero es sobre todo a raíz de un accidente (le trataron como a un perro) cuando reflexiona sobre su profesión y descubre que, más allá de los libros, lo importante lo enseña la vida: cómo tratar a los pacientes. Esa medicina mecánica, inhumana, despersonalizada es la que —como a tantos— le llevó a explorar otra vías.
A partir de ahí,el ascenso al Olimpo delas pseudomedicinas fue coser y cantar. Curioso por naturaleza, empezó a leer todo lo que caía en sus manos, y casi desde su primera prácticas empezó a poner sus conocimientos a trabajar. Con el tiempo se convirtió en el primero profesor universitario de mundo de medicinas alternativas, y el ojo derecho —nada más y nada menos— del Príncipe Carlos, que no solo es un ferviente creyente en la materia sino que tiene sus buenos dineros invertidos en el tema. Fue precisamente este el que, aprovechando que tiene mucho tiempo libre, quien se encargó de cortarle la cabeza (por suerte de manera metafórica), cuando Ernst dijo basta: muchos años soñando ser el primero en descubrir la base científica de la homeopatía y derivados, y al final se convirtió en su más conocido detractor.
Precisamente aquí es donde conecta Un científico en el país de las maravillas con ¿Truco o tratamiento? Este, por cierto, tiene otro punto de interés: está escrito a cuatro manos con Simon Singh, otro mito del movimiento escéptico. En 2008, mientras colaboraba con The Guardian, escribió un artículo en el que ponía en su sitio a la quiropraxis (justo cuando trabjaba en este libro), lo que le supuso una denuncia por libelo de la Asociación Británica de Quiroprácticos. Singh no solo se negó a retractarse sino que, con el apoyo (moral) del diario y su dinero se enfrentó a ellos. Al final, la ABQ se rindió y la ley de difamación británica fue reformada. Juego, set y partido.
¿Truco o tratamiento? comienza explicando algo que puede parecer una perogrullada pero no lo es: ¿a qué llamamos verdad en medicina? No olvidemos que hasta hace relativamente poco tiempo la única diferencia entre un médico y un carnicero era el delantal. La medicina ha avanzado mucho y ha establecido un mecanismo (la medicina basa en la evidencia) que le permite ir avanzando día a día. Aún así, la confianza en esta disciplina va a menos (lo que explica, por ejemplo, el auge de los antivacunas). Así, una vez aclarado el concepto, el libro va al grano.
Y la pregunta obligada ¿cuál es mejor? Pues... ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Un científico en el país de las maravillas tiene el aliciente de ser un estupenda biografía y que su protagonista es un tipo con el que te irías de cervezas. Su ascenso al paraíso de la pseudociencia, su toma de conciencia, su caída y cómo se ha convertido en una referencia internacional en la materia se lee con verdadero deleite. Un premioJohn Maddox por defender la ciencia no se la dan a un cualquiera. ¿Truco o tratamiento? es distinto, pero no menos interesante. Puede que esté destinado aun público más militante o que quiera informarse en la lucha que se lleva en estos momentos contra la falsa medicina, y en la que el Ministerio de Sanidad podría (o debería) darnos un alegría próximamente. Por supuesto, siempre estála posibilidad de leer los dos. Si tengo que recomendar algo, que sea eso.