La comedia romántica estrenada el pasado septiembre por Netflix ha pasado sin pena ni gloria pese a la participación del mediático Orlando Bloom. Los variados argumentos sobre relaciones personales, producidos en formato low cost, se quedan en meras anécdotas
VALENCIA. “Ver una película de Eric Rohmer es como ver crecer una planta” decía el personaje de Gene Hackman en La noche se mueve de Arthur Penn. La ironía, atinada pero en cierto modo injusta, hoy se quedaría corta para hablar de Easy, la comedia dramática que Netflix estrenó el mes de septiembre.
Si el propio Rohmer levantara la cabeza, se identificaría con el ritmo lento y pausado, con la actuación naturalista, y con el enfoque alrededor de las relaciones personales. Pero se volvería loco preguntándose dónde está la complejidad de cada historia. Trataría de buscarle el sentido a los ocho episodios de media hora de duración, cuyos argumentos son independientes entre sí. Es una de las incógnitas después de visionar la serie: dónde está la reflexión de cada argumento más allá de las ridículas situaciones que provocan los seres humanos alrededor del sexo y las relaciones.
A veces nos comportamos de forma ridícula. Esa podría ser la única conclusión razonable. Una pareja con hijos intenta reactivar su deseo sexual, desaparecido después de años de monotonía. Una chica intenta convertirse en vegana para deslumbrar a su nueva novia. Un futuro padre monta una fábrica de cerveza ilegal en el garaje, a escondidas de su mujer, para sentir un último destello de libertad antes de que llegue el compromiso de la paternidad. Un viejo amigo se presenta de improviso en casa de una pareja, cuya relación, en consecuencia, se pone del revés. Un dibujante madurito se enrolla con una joven fotógrafa, y ésta se dedica a exhibir a través de las redes sociales su intimidad. Una pareja decide probar a hacer un trío, mientras que en otra habitación duerme su bebé.
Las sencillas tramas, ejecutadas con total ausencia de emoción para el espectador, y tituladas con toda lógica como Easy por no llamarlas Boring, destacan únicamente por el reclamo publicitario de la participación de Orlando Bloom, único macho alfa en el capítulo dedicado a un trío sexual. El actor, gracias al famoso algoritmo de Netflix que predice nuestras preferencias como espectadores, hace lo que el público espera: mostrar su trasero.
Easy la olvidarán tan rápido como la consumirán. Estrenada por la fábrica Netflix para lograr notoriedad, fracasa en su resultado. Ni la participación de Bloom ni la etiqueta de pertenecer al género mumblecore, salvan el producto. Y cuando Netflix insiste en esta fórmula del copy-paste, se aleja de la brillantez, cada vez más escasa en sus producciones.
El subgénero del cine indie que ha venido a llamarse, según algunos, como mumblecore, se convierte de esta forma en una etiqueta de Denominación de Origen para el marketing de la serie, dejando aún más en evidencia que estamos ante un frasco de perfume cuyo envoltorio (el trasero de Bloom) es más atractivo que su interior.
El término mumblecore se refiere a aquellas películas independientes y de bajo presupuesto, con diálogos naturales, protagonizadas por actores amateurs alrededor de los treinta y tantos, donde prima la improvisación. Está compuesto por obras de creadores como los hermanos Duplass (Togetherness), Andrew Bujalski (Funny Ha Ha), Lynn Shelton (Your Sister’s Sister), y Joe Swanberg, autor y director de Easy.
La influencia de Eric Rohmer en la etiqueta es evidente. Sin embargo, detrás del “nunca pasa nada” de Rohmer, como bromeaba la película de Penn, la realidad es que sus películas tenían trasfondo. Ingrediente que, como decíamos, no encontrarán en Easy.
Independientemente de la etiqueta estilística, en los últimos años más de una producción ha utilizado tintes parecidos, en ocasiones por una necesidad que han convertido después en virtud: el bajo presupuesto. Historias de dos o tres actores, sobre relaciones sentimentales o sobre autoanálisis, con diálogos en un único escenario: una mesa o en un diván.
Dates de Channel 4, adaptada tiempo después por Paul Freixas (Pulseras Rojas) en TV3 como Cites, es de las primeras que recordarán. El juego alrededor de las citas entre personas que se ven por primera vez después de haberse conocido de forma virtual en una página web de ligar, vendría a ser como First Dates pero en serie, pero sin piercings, tatuajes, ni ningún Platania. El género casi teatral y minimalista, en el cine nos recuerda a bote pronto a la película En la ciudad de Cesc Gay.
Una pieza para los coleccionistas más exquisitos, imposible de olvidar en esta lista, es The Booth at the End (FX), una atrayente producción del año 2011, creada por Christopher Kubasik. Los episodios, de tan solo diez minutos de duración, se desarrollaban siempre en una cafetería, el lugar donde un hombre misterioso recibía a sus peculiares clientes, mientras apuntaba la sesión en una libretita. Acudían a confesarle algún oscuro deseo personajes de toda ralea, con la peculiaridad de que tenían la posibilidad de lograr su propósito, como en la lámpara de Aladino, a cambio de un incómodo peaje: ejecutar algún acto que entrase en conflicto con ellos mismos.
Encima de una mesa, aunque esta vez acompañado de un diván, y repitiendo libretita, viajó desde Israel hasta HBO In Treatment (la original de Israel se titulaba BeTipul), la serie sobre las sesiones semanales del psicoanalista Paul Weston (Gabriel Byrne en la versión de HBO) con sus diferentes pacientes, incluso con su propio terapeuta (Dianne Wiest).
In Treament es otra producción que vino a demostrar que un solo escenario, dos actores, y un presupuesto humilde, no tiene por qué estar reñido con calidad, complejidad y profundidad. La profundidad que, lamentablemente, no encontrarán en Easy. Tal vez en la siguiente temporada, si llega, cuando alguien se decida a titularla, casi mejor, y sus guiones sean en consecuencia, como Complex.