El artista de Los Angeles de origen costarricense vuelve a València el 19 de mayo para actuar en la segunda edición de Pops Marítims
VALÈNCIA. Épico, temperamental, transformador, libre. Dorian Wood (Los Angeles, 1975) es un satélite del planeta musical contemporáneo. Su trayectoria -concretada en cuatro álbumes: Bolka (2007), Brutus (2010), Rattle Rattle (2013) y Xalá (2017)- descubre a un artista en constante metamorfosis, que sabe sacar rendimiento creativo a la ambigüedad -musical, sexual y literaria-, y que lo mismo se presenta bajo el minimalismo radical del canto a capela que metido a maestro de ceremonias de una gran orquesta con coros. La música tradicional europea y americana, el cabaret, el góspel y la experimentación se ceden el paso unos a otros en una trayectoria absolutamente singular, cuyo denominador común es una línea de piano que mantiene el ánimo del oyente en una tensión constante.
Su parroquia española, cada vez más amplia, está ahora de enhorabuena. Dorian Wood vuelve brevemente para ofrecer dos conciertos: uno el 18 de mayo en Zaragoza y otro al día siguiente en el festival Pops Marítims de La Marina de València. Adelantándonos a su visita, le llamamos por teléfono a su casa en Los Angeles.
“Mi relación con España, un país que empecé a conocer de verdad en 2014 con mi primera gira grande por Europa, ha ido más allá de lo musical. Cada vez que voy vivo una experiencia diferente e inolvidable. Siento con este país una conexión inesperada. Además, he conocido a varios españoles que ahora son parte de mi familia; gente con la que comparto mi música y mis rarezas”.
Se refiere sobre todo a Marcos Junquera (batería de Betunizer, Alberto Montero, Daniel Johnston) y Xavi Muñoz (bajista de Laetitia Sadier, Alberto Montero), dos valencianos que comenzaron a trabajar con él como músicos de acompañamiento gracias a la intermediación de la promotora Born! Music, y que han terminado pasando por méritos propios a la primera fila del proyecto Dorian Wood. No es casualidad que el último disco del artista angelino de origen costarricense -Xalá (Atonal Industries, 2017)- haya sido el primero cantado íntegramente en español y se haya grabado en la localidad castellonense de Vila-real.
Con cortesía y pudor, Dorian Wood advierte desde el principio de la conversación que no se siente cómodo destripando detalles de un proceso creativo que él, con su característico humor escatológico, equipara con una “diarrea celestial”. No le gusta parecer un “fanático espiritual”, pero tampoco oculta que en su caso “la música viene de un lugar desconocido, divino. Lo que sé es que no viene de mi propia imaginación”.
Sabemos, sin embargo, que su sistema de trabajo está mucho más cerca de la improvisación jazzística que de los planteamientos habituales en el mundo del folk, el pop o la música académica. El proceso convencional consistiría en enviar partituras o audios a sus músicos para que se preparen las estructuras de las canciones, para después ensayarlas y perfeccionarlas en conjunto antes de pasar al estudio de grabación. Pero Dorian Wood no casa bien con la premeditación y las ideas cerradas. Él no llega al estudio con canciones, sino con conceptos y emociones encerradas a las que quiere dar salida. La “diarrea celestial” ocurre en directo, con el botón en REC. “Prefiero no estar atado a un formato específico, sino abrirme a la posibilidad del momento y las circunstancias. Es una oportunidad de encontrar formar diferentes y únicas de presentar la música”.
Interesado desde muy joven en la performance y las artes plásticas (nos cuentan que como mínimo realiza un dibujo cada día, ya esté en su casa de Los Angeles o de gira en la carretera), la consideración de Dorian Wood como músico se queda corta. Su proyecto no puede comprenderse sin esa dimensión genuinamente melodramática que siempre nos trae a la cabeza los estremecedores relatos de Chavela Vargas, la épica extracorporal de Scott Walker, la lírica trascendental de David Tibet. “Imagina que comes algo que no te sienta bien y tu cuerpo reacciona con una gran diarrea y vómitos al mismo tiempo. Una reacción masiva que sale por cualquier sitio, en cualquier lugar. Eso es más o menos lo que me ocurre. Intento seguir una voz divina que me comunica qué debo hacer en cada momento”.
La desnudez de Dorian Wood está presente metafórica y literalmente en todas sus interpretaciones en directo, en sus letras, portadas y videoclips. En sus conversaciones públicas y privadas. Entronca con los accionistas vieneses, Orlan, Marina Abramovic o Genesis P-Orridge en la concepción del cuerpo como lienzo y campo de batalla para la experimentación. “Querer ocultarse es tan dramático como presentarse completamente desnudo. El cuerpo va con nosotros allá donde vayamos; es imposible no tenerlo en cuenta. Yo no concibo mi obra sin incorporar mi cuerpo de la manera más obvia. Está presente en todo lo que hago. El hecho de que sea grande, gordo y de piel oscura; el hecho de que no sea un cuerpo atlético de bailarín es un tipo de prejuicio que pertenece a los demás. No va conmigo”.
Único hijo varón en una familia profundamente matriarcal, Dorian Wood ha hecho de la lucha feminista y la crítica social contra la intolerancia el eje vertebrador de su discurso. “De las mujeres he aprendido el respeto al ser humano. Todo lo que soy hoy en día, mis sueños de alcanzar cimas creativas y mi pasión para luchar contra los que nos oprimen, procede de las mujeres que me han rodeado toda mi vida… mis hermanas, mi tía, y especialmente mi madre. Todavía me siento confundido por el odio y los prejuicios que prevalecen en todo el mundo, ya sea contra las mujeres, los inmigrantes o las personas transgénero”.
En su formación como artista también fue fundamental la figura de tu abuelo, el pianista de jazz y música latina Calasanz Álvarez, gracias al cual Dorian fue admitido como estudiante en un prestigioso conservatorio en Costa Rica. “Mi abuelo me enseñó a tocar el piano a los cinco años y ha sido muy influyente en ese sentido. Sin embargo ha sido, junto a mi padre, una persona sumamente machista que abusó de la gente que más he amado en mi vida. Él aún está vivo; acaba de cumplir 103 años”.
El tono afable de su voz se endurece por momentos cuando se refiere a noticias como la reciente sentencia contra los miembros de “La Manada”. Su valoración, intercalada por silencios significativos, es la siguiente: “Los que se atreven a decir que eso no fue una violación son hombres sin perspectiva, que no hacen otra cosa que defender sus propios privilegios de machos. No me gusta la violencia y pienso que no es la solución, pero a veces que dan ganas de ponerse a cortar cabezas, como en la Bastilla. Mi manera de protestar, eso sí, es a través del arte”.
“Es como con lo de la sentencia de prisión de los raperos españoles –continúa-. Me parece flipante, como decís en España. Pero podía ocurrir en Estados Unidos perfectamente. Allí se llenan la boca con la libertad de expresión, pero solo existe para los hombres blancos heterosexuales. Allí se practica la censura de manera constante. Vivimos en tiempos oscuros de manipulación y distorsión de la verdad. Yo intento poner esperanzas en la juventud a la que han criado con los valores que dan énfasis a la justicia social y los valores humanos. Pero reconozco que mí ha sido muy difícil continuar con mi creatividad bajo una Administración tan espantosa como la de Trump”.
Antes de despedirnos de Dorian, hablamos de algunos de sus artistas fetiche españoles, entre los que se encuentra Tino Casal y Julio Iglesias. Cuando sale a colación el último disco de Alberto Montero –La Catedral Sumergida (BCore, 2018)-, sus palabras se llenan de emoción. “Soy un fan absoluto de su personalidad y su música desde que conocí Arco Mediterráneo, que es una joya de disco. La primera vez que escuché La Catedral Sumergida me dio un escalofrío y lloré. No podía creer lo que estaba escuchando. Es una obra que va a tener vida mucho mas allá de nuestra existencia. Es el tipo de música que deberían enviar al espacio para presentar a los extraterrestres la capacidad máxima de la humanidad”.
El Petit de Cal Eril forma parte del cartel de la segunda edición del Pops Marítims, que se celebrará el 18 y 19 de mayo en Las Naves