El nuevo presidente de Estados Unidos toma posesión de su cargo sin que haya noticias claras sobre sus planes relacionados con la cultura
VALENCIA. La que está liando Donald Trump, que diría El Gran Wyoming. Antes de que resultara elegido presidente de EE UU ya se sabía que la comunidad cultural estaba en su contra, pero en los últimos tiempos la situación se ha recrudecido. Hasta la banda de versiones de Bruce Springsteen que iba a actuar en su investidura (no, no había encontrado nada mejor) ha rechazado finalmente participar en el acto. Y eso después de que infinidad de músicos manifestaran su negativa. Muchos de ellos hicieron campaña a favor de Hillary Clinton, o simplemente tomaron posiciones contra el candidato republicano, como Green Day, que en el clip de Troubled Times presagiaban un gobierno autoritario y un país bajo fuego y sangre. En el mundo del cine las cosas no son demasiado diferentes, y la maquinaria se puso en marcha durante el periodo de campaña. No sirvió de mucho, pero dejó claro que la mayoría de estrellas de Hollywood estaban contra el magnate.
También quedó patente en la reciente entrega de los Globos de Oro, donde Meryl Streep aprovechó para pronunciar un discurso crítico con el presidente, alegando que “la falta de respeto invita a la falta de respeto, la violencia invita a la violencia. Cuando los poderosos utilizan su poder para acosar a otros, todos perdemos”. Trump la calificó de lacaya de Clinton y de actriz sobrevalorada, pero Robert de Niro no tardó en hacer pública una carta de apoyo en la que aplaudía el gesto de su compañera: “Había que decir lo que dijiste y lo hiciste de manera muy bella. Merece todo el respeto que lo hicieras mientras el mundo estaba celebrando tus logros. Comparto tus sentimientos sobre la gente de mala calaña. Ya basta. Con tu elegancia e inteligencia tienes una voz potente que inspira a los demás a alzar la suya para que también sea escuchada”. Poco después, W Magazine reunió a Emma Stone, Natalie Portman, Michelle Williams, Amy Adams y Andrew Garfield para secundar a Streep mediante un vídeo en el que todos cantan I Will Survive, el tema de Gloria Gaynor.
Como sucedió en la España de José María Aznar con la polémica campaña del “No a la guerra”, los profesionales del cine estadounidense han tomado posiciones, y es evidente que, en su mayoría, están contra el nuevo presidente. No todos, claro. Clint Eastwood, Kirstie Alley (Cheers), Jon Voight, Kid Rock, Sandra Bullock, Tom Selleck, Kelsey Grammer (Frasier), Stephen Baldwin o Hulk Hogan, entre otros, han mostrado su apoyo al republicano. Pero se encuentran en franca minoría, aunque lo interesante en este caso sería saber cuántos productores y dueños de grandes estudios se sitúan en un lado u otro de la barrera, porque si bien es evidente que las estrellas son las que llaman la atención del público y brillan en la alfombra roja y el papel couché, quienes realmente manejan los hilos son aquellos que controlan el dinero. Y no se ha escuchado ninguna declaración pública de asociaciones de productores posicionándose en un sentido u otro. Su objetivo es la taquilla, independientemente de quién ocupe el despacho oval.
Curiosamente, cuando no existía ni la más remota posibilidad de que Trump pudiera presentarse a presidente, a Hollywood le hizo gracia que asomara de vez en cuando por alguna película. Siempre haciendo de sí mismo, en cameos propios de su condición de celebrity financiera (y, por tanto, de gran influencia). No hay que olvidar que durante años fue el productor ejecutivo de la gala de Miss Universo y del reality The Apprentice (2008-2017). Un tipo que podía no caer bien a nivel ideológico, pero que disponía de mucho dinero y con quien convenía llevarse bien. Desde los años noventa, no ha sido raro toparse con él en series como El príncipe de Bel Air o Sexo en Nueva York y films como Solo en casa 2: Perdido en Nueva York (Home Alone 2: Lost in New York, Chris Columbus, 1992), Eddie (Steve Rash, 1996), Celebrity (Woody Allen, 1998), 54 (Mark Christopher, 1998) o Zoolander (Un descerebrado de moda) (Zoolander, Ben Stiller, 2001), por citar solo algunas de la veintena de apariciones especiales que ha protagonizado.
Así pues, más allá de afinidades políticas, y una vez ha quedado claro que no se trataba de una alucinación colectiva y Trump será presidente durante los próximos cuatro años, de lo que se trata es de saber cuáles son sus planes en cuestiones cinematográficas. Si es que los tiene. La del cine es una de las industrias más poderosas de EE UU, y es de importancia capital conocer las medidas que pueden afectarle a corto plazo. En ese sentido, conviene valorar las declaraciones de Rex Tillerson, próximo Secretario de Estado americano, que afirmó recientemente que “China no ha sido un socio fiable” para lidiar con la amenaza nuclear de Corea del Norte. “Han demostrado una disposición a actuar con desidia en busca de sus propios objetivos, que a veces han entrado en conflicto con los intereses de EE UU”. Además, indicó que la construcción por parte de Pekín de islas en aguas del mar del Sur de China “es una toma ilegal de áreas disputadas sin consideración por las normas internacionales”. La reacción china no se ha hecho esperar, y ya hay medios que hablan de la posibilidad de una confrontación militar a causa del conflicto marítimo.
Aunque pueda parecer que no tienen relación alguna, las tensiones entre ambas potencias no benefician a la industria del cine. Sobre todo, porque parece que las inversiones chinas en EE UU van a crecer en 2017. Si en España se están haciendo con todos los bares de tapas, en América llevan tiempo comprando cadenas hoteleras, compañías de seguros, bienes raíces y, desde hace un par de años, acciones de empresas cinematográficas. El conglomerado chino Wanda Group, por ejemplo, acaba de cerrar un acuerdo con Carmike que le convierte en el mayor exhibidor del país. El dinero manda, y desde Asia llegan con él calentito y en la mano. Las salas son el paso lógico para Wanda tras haber adquirido la productora Legendary Entertainment por tres billones y medio de dólares. Entre sus estrenos de este año, La Gran Muralla (The Great Wall), una aventura épica dirigida por Zhang Yimou y protagonizada por Matt Damon. Y entre sus proyectos de futuro, las secuelas de Jurassic World y Pacific Rim y nuevas versiones de Godzilla. A por la taquilla, sin subterfugios.
Según informaban Anita Busch y Nancy Tartaglione en la web Deadline, el empresario Wang Jianlin, presidente y CEO del Wanda Group, y uno de los hombres más ricos del mundo, nunca ha ocultado su intención de poseer un gran estudio de Hollywood, y sus pasos van en esa dirección. También es dueño del 20% del Atlético de Madrid, pero esa es otra historia. En 2012 ya se gastó más de dos billones y medio de dólares en adquirir el canal AMC (The Walking Dead, Better Call Saul), y hace poco fue Viacom, socia de Paramount, la que le paró los pies cuando negociaba un acuerdo para quedarse con el 49% de su accionariado. Quien domine el sector del entretenimiento puede dominar el mundo, y los chinos lo saben. Curiosamente, La llegada (Arrival, Denis Villeneuve, 2016), candidata de Paramount a los Oscars, presenta a China primero como país agresor, y luego como aliado frente a los extraterrestres. De hecho, han detenido la operación Viacom, pero se han aliado con la compañía china Alibaba Pictures (sí, el nombre se las trae) en producciones como Misión: Imposible. Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, Christopher McQuarrie, 2015) o Star Trek: Más allá (Star Trek Beyond, Justin Lin, 2016). Es solo el principio: Alibaba invertirá más de siete billones en EE UU en los próximos tres años.
Se trata de inversiones nada desdeñables, que permiten la entrada de grandes cantidades de dinero en EE UU a cambio de inevitables intervenciones en los contenidos. Wanda también ha cerrado un acuerdo con Sony que incluye participación en parques temáticos. Mientras las leyes proteccionistas chinas impiden la penetración masiva en el país de otros productos culturales, las puertas abiertas del capitalismo americano han dado alas a los asiáticos para instalarse en terreno estadounidense. Trump no le hace ascos al dinero, pero al mismo tiempo quiere una América para los americanos, así que se le presenta un dilema interesante. Otras compañías como STX Entertainment y Studio 8 ya tienen también capital chino. El pasado octubre, un mes antes de las elecciones americanas, Wanda fue investigada por posible violación del Foreign Agents Registration Act (Ley de Registro de Agentes Extranjeros), que obliga a toda persona que actúa como agente extranjero a identificarse ante el Departamento Federal de Justicia y declarar periódicamente los ingresos y gastos en relación con su actividad. La respuesta de Wang Jianlin fue convocar a los medios para reconocer abiertamente su relación con el gobierno chino. Nada que ocultar.
Barack Obama mostró un interés (eso sí, epidérmico) por la cultura y el arte que nadie asocia ahora con Trump, a quien se le ha abierto otro frente con el National Endowment for the Arts (NEA), es decir, la Fundación Nacional de las Artes, una agencia federal independiente que “financia, promueve y fortalece la capacidad creativa de nuestras comunidades proporcionando a todos los estadounidenses oportunidades diversas para la participación en las artes”. Lo hace mediante la concesión de becas, premios y ayudas que suponen una cantidad irrisoria del presupuesto estatal, pero que aún así parece excesiva a algunos congresistas. A nivel comparativo, Francia invierte 575 dólares al año por persona en cultura. En Estados Unidos, la cifra es de 45 centavos por habitante. Sin embargo, no faltan quienes han defendido la supresión del NEA. Mark Swed, desde el diario Los Angeles Times, propuso a Obama que se encargaran de la Fundación intelectuales como el director teatral Peter Sellars o el presidente del Bard College, Leon Botstein, pero con Trump en la Casa Blanca, las cosas serán diferentes.
De hecho, el primer nombre que sonó para hacerse cargo de la Fundación durante el mandato de Trump fue el de… Sylvester Stallone. El actor italoamericano, de setenta años, conocido por su encarnación de héroes cinematográficos de acción como Rocky y John Rambo, ha manifestado en ocasiones su admiración por Trump, aunque también ha matizado que quizá el perfil de un empresario no sea el más adecuado para gobernar el mundo. Antes de que la cosa se desmandara del todo, Stallone ha acallado los rumores asegurando que se siente “tremendamente halagado” de que hayan pensado en él para dirigir el NEA, pero cree que su colaboración con el nuevo gobierno “podría ser más efectiva contribuyendo a focalizar la atención nacional en el personal militar que regresa de misiones en el extranjero y se esfuerza por encontrar empleo remunerado, vivienda adecuada y asistencia financiera que, como héroes, respetuosamente merecen”. Cada cual a lo suyo.
Mark Swed, sin embargo, considera que era una buena opción. Sin ironía. Porque si Stallone o una estrella de talante similar al suyo (hagan sus apuestas) dirige el NEA, puede que las decisiones que tome la Fundación provoquen que nos echemos las manos a la cabeza, pero al menos significarán que continúa en activo. Los conservadores que abogan por severos recortes en educación y cultura la ven únicamente como una fuente de dinero fácil para artistas de izquierdas y antipatriotas (¿les suena?), así que el mero hecho de lograr mantenerla en funcionamiento habría de ser considerado como una victoria. Ahora es el turno de Trump, que tendrá que tomar una decisión al respecto en breve. Si es que para entonces los chinos no han comprado el NEA, claro.